Segregación miccional (mear aparte)
A medida que cumplimos años, a las personas nos
pasa lo mismo que a los coches: hemos de pasar la ITV cada vez más a menudo.
Últimamente me ha tocado revisión de motor (corazón), carburador (pulmón) y
depósito de combustible. De motor estamos bien; el carburador necesitaría una limpieza a fondo, aunque los profesionales dicen que bastará con añadir un
aditivo al combustible; ¡y el depósito…! El depósito funciona como una olla a
presión. ¡Qué digo olla, funciona como la thermomix.
A lo que iba.
Cuando salimos del foso de pruebas, Quiosquera
quiso cambiar el agua a las olivas y, ¡oh sorpresa!, no dábamos con el
cartelito del muñeco con melena y falda. Había dos habitáculos: uno con un
muñequito blanco y otro con un muñequito negro; ambos calvos y con pantalones.
Me fijé en el siguiente pasillo y allí sí pude distinguir el vestido de las
féminas y la silla de ruedas. Mientras Quiosquera atendía sus urgencias, a mí
me dio por filosofar.
El retrete es la estancia más afectada de
segregación. Con el manual de lo políticamente correcto en la mano se podía
interpretar que lo del muñequito blanco, muñequito negro fuese discriminatorio
por mandar a los blancos a un lado y a los subsaharianos a otro; aunque en
realidad los discriminados eran los orientales y los amerindios a quienes no se
les asignaba espacio donde mear (hacer pipí).
Es complicado evitar la segregación en este tipo
de habitáculos aunque sólo sea por no facilitarle las cosas a los mirones. Lo
de la segregación racial miccionaria se acabó, en teoría, en la época del
presidente Kennedy después de la Marcha por la Libertad de Martin Luther King.
Pero el segregacionismo por razones de sexo es más duro de roer. Y cada cultura
lo capea como puede.
En la India se resuelve a golpe de reloj. Cuando
salíamos de Jaipur con las primeras luces de la mañana, vimos como a lado y
lado de la carretera se distribuían doscientos o trescientos (o tres o cuatro
mil, vaya usted a saber) indígenas con los calzones bajados o la levita súbita
y el churro (el escatológico) colgando, tal y como contamos en los chistes con
Quevedo de protagonista. El guía nos ilustró comentando que era la hora que
aprovechaban los indios varones para hacer sus necesidades mayores. Para las
menores aprovechaban cualquier pared o matojo que les cubriese, más o menos,
sus partes pudendas.
- Y las mujeres, ¿dónde van?
- Al mismo sitio pero a otra hora. Las mujeres aprovechan el anochecer,
porque como se va haciendo más oscuro es también más difícil que las acechen.
Pues mira, como en mi pueblo hace cincuenta años.
Quienes poseían cuadra, corral o zahúrda tenían la vida resuelta (escatológicamente), pero era
común, al caer la tarde, ver a tres o cuatro mozuelas cogidas del brazo
buscando un cañaveral… Y a tres o cuatro
mozuelos buscando un hueco en los alrededores para montar su puesto de
vigilancia.
Nota del autor: La llegada del retrete acabó con tan apreciado deporte;
me refiero al del acecho del conejo silvestre.
En China, y según nos contó el señor Yuán, el
gobierno comunista habría acabado con la discriminación sexual construyendo
meódromos públicos unisex, es decir, habitaciones con múltiples agujeros en el
suelo, aptos para cualquier tamaño y forma de aparato excretor. No era así en los
urinarios públicos con acceso abierto a los turistas; al pie de la Gran Muralla
tuvimos ocasión de comprobarlo. Los meódromos estaban segregados por sexos; el
de los hombres disponía de un tabique embaldosado, sin separaciones, donde el
visitante pudiera mear contra la pared (como en mi pueblo hace cincuenta años).
Los cagódromos eran diferentes: pequeños cubículos separados por tabiques a
media altura y puerta que cubría desde la cintura hasta las espinillas. Se veía
llegar al chino algo apuradillo, cerrar la puertecita y desabrocharse el
cinturón; los pantalones le caían hasta la altura de los calcetines y se
agachaba; en esta posición la puerta le tapaba el cuerpo entero menos los pies
y la cabeza… El meante anónimo podía observar como la cara del chino se le iba poniendo colorá, colorá, colorá… ¡pum! taponazo, y se le
distendía en un gesto de satisfacción y lasitud (en mi pueblo esto no pasaba
hace cincuenta años).
Volviendo a los Estados Unidos de América, parece que
Obama ha querido eliminar la segregación miccional de los LGBT, sobre todo de
los T, permitiendo que cada uno utilice el urinario que le parezca, y ahí no
estoy muy de acuerdo. Esto provocaría que muchos varones se hicieran pasar por
T para mear en el retrete de las mujeres (por lo del acecho del conejo), lo cual no me molesta, pero también
muchas mujeres se pasarían a los urinarios masculinos para evitar las colas de
los retretes femeninos, y eso sí que me toca las narices.
Por eso me parece muy adecuado el siguiente rótulo
tomado de un retrete gaditano: cada cual debe mear en el lugar indicado por la
forma de su chisme miccionario actual, sea original o sobrevenido.
2 comentarios:
Conclusión: Entre todos la ayudaban y ella sola se meo.
Por la mismísima pata abajo.
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