El Ratoncito Pérez
- ¡Mamá, mamá, se me
mueve un diente!
- Tranquila, no pasa
nada; es que se te va a caer.
La
niña rompe a llorar.
- Pero si yo me los
he lavado todas las noches…
Es
la consecuencia de coaccionar a los niños para que se laven los dientes diciéndoles
que, en caso contrario, se les caerán. Claro que, luego, el Ratoncito Pérez lo
arregla todo. Basta con que el niño deje su diente bajo la almohada para que el
misterioso ratón lo cambie por unas monedas o unas chucherías. Con razón se dice
que Pérez es el animal que más dientes posee.
No
siempre ha sido así, o no ha sido así en todas partes. Parece ser que en Europa
Central es un hada quien se encarga de la recogida de los dientes de leche,
hada (o lo que sea) que, en el País Vasco, recibe el nombre de “Maritxu teilatukoa” (María la del
terrado). Hasta el padre Luís Coloma (el de Jeromín, creo) puso su granito de
arena en ayudar a la tradición (y entretener al niño Alfonso XIII) y escribió
un cuento al Ratoncito; de hecho el Ayuntamiento de Madrid colocó una placa
conmemorativa en la fachada de la casa donde supuestamente habitó el célebre
ratón.
En
los años 50, a mi pueblo no había llegado el bichejo; ni los dentistas. Apenas
cumplías seis años, si no antes, mamá empezaba a darte la lata con “menéate los dientes que, si no, luego te
saldrán muy feos”. Y en cuanto el diente estaba en tenguerengue, acudía mamá
con el hilo de coser entre los dedos y procedía a la operación: ataba el hilo
al cuello del diente, decía “un
tironcillo para probar, si está fuerte lo dejamos para otro día” y ¡zás!...
¡estaba maduro!
Como
digo, a mi pueblo no había llegado el ratoncito Pérez, pero debíamos tener
algún antepasado vasco porque encomendábamos el diente al terrado: digo yo que por
allí andaría Maritxu para recogerlo. La operación también tenía su protocolo:
buscábamos un terrado no muy alto, en mi caso el del corral, girábamos el hilo
como si fuese una honda y lanzábamos el diente a las alturas; mientras tanto
recitábamos:
Terraíco, terraíco,
te tiro este
dientecico
pa que me salga otro
más bonico.
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