La tita Flora cumple 90 años
Estábamos de compras en el Mercadona del Parador; como
siempre, yo iba despistado. Fue mi cuñado quien se dio cuenta:
- Quiosquero, esa
señora te está llamando.
Me volví. Al otro lado de los congelados, la sombra de un
suspiro trataba de llamar mi atención. Mi tía Flora ha tenido casi toda su vida
menos chichas que un guiso de alambre y, quizás, por eso se haya conservado tan
bien. Dos años menor que mi padre, ha sobrevivido a sus seis hermanos…
Y lo que
cuelgue.
Observo que lleva un bastoncillo.
- Tita, ¿no irás a
decirme que ahora usas cayado?
- ¡No, qué va! Es que
podando una parra me caí de la escalera, me di un golpe y he tenido una pierna
escacharrada; ya está casi bien. El cayado lo saco de paseo como hacía papá… y
para que mis hijos no me llamen la atención.
Tita Flora es la viajera de la familia y lo es por varios
conceptos: porque su marido ha trabajado en Andalucía, Madrid, Cataluña y Norte
de África; porque viajar le gusta más que a un choto una teta de cabra y porque
se mueve más que el rabo de una lagartija. Por eso, y porque siempre fue
cariñosa, todos sus sobrinos esperábamos ansiosos que viniese de vacaciones
para oír nuevas aventuras y aprender cómo era la vida en otras latitudes. Desde
hace casi 30 años (o más, he perdido la cuenta) está instalada en el Cortijo la
Rosaleda en El Parador de las Hortichuelas; ella se ha encargado de plantar los árboles frutales, injertarlos y
podarlos cuando llega su tiempo, y lo hace con poca o ninguna ayuda.
- No deberías hacer la
poda tú sola.
- No, si ya… Ahora
meto a alguien que me lo haga… pero es que la gente de ahora no entiende de las
faenas del campo y en cuanto la sacas del invernadero no tienen ni idea. A mí
me enseñó el abuelo… en realidad, yo era curiosa y me fijaba cómo lo hacía. Pero
ya no me subo en la escalera… cojo un morillo y le voy diciendo lo que tiene
que hacer. Hay que dejar una o dos yemas por detrás del corte. Le sujeto la
escalera y ya está.
- ¿Y cómo es que te
has caído?
- Bueno, porque me
subí a repasar unos sarmientos que no habían quedado bien y me resbalé en un
peldaño.
No tiene remedio. Dejó de conducir cuando los hijos se
negaron a repararle el coche; por entonces, en el suelo correspondiente al
asiento del conductor llevaba un cartón grueso para no frenar con la suela de
las alpargatas. Es igual; va andando o en la Alsina… o hace autostop.
Últimamente ha aprendido a navegar por Internet:
- Si otros lo hacen,
¿por qué no voy a ser capaz yo?
Acaba de cumplir 90 años; sus primeros 90 años.
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