El tito Manolo
Acabo de acordarme de que, cuando empecé a escribir la serie “Hacer las Américas”, tenía el propósito de añadir la bibliografía, o sea, alguna de las personas que me habían contado anécdotas sobre mi abuelo. He cumplido lo previsto; lo cierto es que sólo me he referido a quienes más entusiasmo han puesto en transmitirme lo que mi abuelo tenía de trabajador y negociante. Hay más.
Lo que me ha sorprendido es que he escrito Juan Manuel para referirme al tito Manolo, último de los hermanos de mi padre. En realidad, mi tío Manolo nació un 1 de enero, pero su partida de nacimiento dice que vio la luz el 31 de diciembre del año anterior, es decir, su nacimiento fue registrado un día antes de que sucediera. No sé concretamente qué sucedió, pero siempre me han contado que, dado que un alto porcentaje de niños moría a las pocas horas de nacer, estaba estipulado que los niños no fueran registrados hasta pasadas, al menos, 48 horas de su nacimiento. El 2 de enero mi abuelo tuvo que ir a Albuñol, capital del municipio y domicilio del registro, y no era cuestión de volver a patearse otros 14 km (7 rambla arriba y otros 7 rambla abajo) al día siguiente por el simple capricho de esperar las 48 horas reglamentarias. Así que mi abuelo fue al registro y declaró que el niño había nacido 24 horas antes. Por eso, quizás, el tito Manolo fue siempre un adelantado: era de una quinta mayor que su edad real.
No era este, sin embargo, el objeto del post; lo que yo quería era escribir sobre el nombre de mi tío. Obviamente, el tito Manolo se llamó siempre Manolo; para la familia y para los amigos. Quizás para alguien se llamara Manuel. No lo creo. Hasta en el seminario de Andújar lo llamaron el “Tito” durante el tiempo que allí permaneció interno. Aunque eso es una historia diferente.
Que mi tito Manolo no se llamaba Manolo, o no todo lo Manolo que yo creía, tardé varios años en enterarme; precisamente el día de su boda. Se casó, creo, un 7 de enero. Estoy casi seguro porque mi hermana María empezaba el trimestre al día siguiente; estaba interna en un colegio de Granada y mi padre debía llevarla precisamente aquel día; ni mi hermana ni mi padre podían asistir a la boda. Pero el tito Manolo dio la solución: se iban de viaje novios y empezaban el recorrido por Granada; empezaban el recorrido o pasaban allí la luna de miel, de eso no me acuerdo. La cuestión es que mi hermana María se fue de viaje de novios con mis tíos.
Lo de las ceremonias religiosas no era mi entretenimiento preferido, así que no me enteré del nombre con el que D. Francisco Ortega, el cura, se dirigió a mi tío para preguntarle que si quería por esposa a mi tía María. Fue durante el convite, en la casa de Antonio Rivas, el padre de la novia, donde D. Francisco se dirigió a mi abuelo:
_ Y Juan, ¿a qué se dedica?
_ ¿Juan, qué Juan?
_ El novio.
_ ¡Ah, no! –respondió mi abuelo-. El novio de llama Manolo. Bueno, en realidad, lo bautizamos como Juan Manuel, pero siempre le hemos dicho Manolo.
_ ¿Juan, qué Juan?
_ El novio.
_ ¡Ah, no! –respondió mi abuelo-. El novio de llama Manolo. Bueno, en realidad, lo bautizamos como Juan Manuel, pero siempre le hemos dicho Manolo.
Eso de poner un nombre y llamarlo por otro es bastante habitual en mi familia.
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