miércoles, julio 23, 2014

Nosferatu


Durante el invierno de 1970, Tinín y yo nos apuntamos a un ciclo de cine de terror que hacían los jueves, a las 11 de la noche, en el Cine Granada. Lo que se nos olvidó fue leer la lista de películas que iban a proyectar; lógicamente deberían figurar Drácula, El Monstruo de Frankenstein, El Hombre Lobo y toda aquella serie de cintas que ya conocíamos aunque sólo fuera de referencias. Craso error. Lo que nos encontramos fue un cine forum (sin forum) que había rescatado los primeros pasos de la industria, aquellos en que todavía se observaban en la pantalla los fogonazos del proyector, y los efectos especiales no eran ni especiales ni siquiera efectos; creo que asistimos a la proyección de alguna película rodada antes de que los hermanos Lumière hubieran inventado el cinematógrafo.
Se me han borrado de la memoria los títulos de aquellos tesoros; no he podido olvidar, sin embargo, como las sesiones acababan con todo el público pidiendo la devolución de las entradas y los grises custodiando la puerta de salida; por si las moscas. En 1970 la dictadura ya había derivado en dictablanda, pero el orden público seguía siendo esencial, sobre todo si había estudiantes de por medio. Tinín y yo nos limitábamos a disfrutar el alboroto sin participar en él. Hasta una noche…
Llovía y llegamos al cine tirando de paraguas; encontramos aposento hacia los tres cuartos de la platea, junto al pasillo central: Tinín en la butaca del pasillo y yo a su lado. Al arribar las escenas finales comenzó el cachondeo y el público exigió de nuevo la devolución del importe de las entradas. Tinín levantó el paraguas y empezó a aporrear el suelo en el justo momento en que uno de los grises avanzaba pasillo adelante junto a nosotros; el gris frenó en seco; Tinín se quedó con el paraguas en el aire y lo fue bajando con suavidad, como para que no se marease en el camino; el gris nos miró, nosotros, vista al frente, disimulamos. Debía ser de las nuevas hornadas, educadas ya previendo la futura democracia, porque continuó por el pasillo sin decirnos nada.

Decía que los títulos de las películas se me habían olvidado. No es del todo cierto; hay uno que el alemán no ha conseguido arrancar de mis recuerdos: Nosferatu. Y no es por nada en especial, simplemente es porque la cara del vampiro, más que terror, me inspiraba lástima. Y al pobre apenas le salía nada bien.
Han tenido que pasar un montón de años para que otro rostro venga a superponerse sobre aquél: el ministro Montoro me lo recuerda, seguramente por sus acciones más que por fisonomía, y, por supuesto, en Tecnicolor y Cinemascope. Cuando D. Cristóbal intenta explicarnos que nos chupa la sangre (los dineros) por nuestro bien, pone la misma carita de pena y espanto que Nosferatu cuando se topa con el crucifijo en el cuello del protagonista. Y es que la cruz indica al ministro que ya no queda nada por chupar; debería darse cuenta que, un par de chupetones más, y se le muere la gallina de los huevos de oro. Si insiste en porculizarnos, quedará convertido en polvo. Como Nosferatu… Eso sí, con las tripas más rellenas de sangre que la panza de un mosquito veraniego en un camping junto a una charca.

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