martes, diciembre 24, 2013

¡Felices fiestas 2013-2014!

Estamos en unas fechas que, por lo general, gustan a todo el mundo y de una forma especial a los niños. No en vano se trata de un periodo de vacaciones, buen humor y regalos. ¡Ahí es nada! Las calles están iluminadas por tropecientas mil bombillicas, los escaparates lucen sus mejores decorados y, de fondo, vamos oyendo los armónicos compases de la zambomba, la pandereta, los palillos, el almirez y la botella de anís el mono. Echo en falta los rapacillos que piden el aguinaldo, aunque entiendo que en los tiempos que vivimos no se lleve, por más que tampoco pueda entenderse que con los tiempos que corren no haya resucitado la costumbre. 
Han quedado para la historia los años en que nos fabricábamos la zambomba nosotros mismos. En cada casa acababa de celebrarse la matanza y los niños nos guardábamos la vejiga del cerdo para, una vez seca, atarla a un macetero y ponerle un carrizo; luego sólo era cuestión de afinarla. La pandereta se hacía con un palo, unos cuantos clavos y chapas de cerveza que conseguíamos en el bar. Después de cenar o de volver de la misa del gallo, las familias nos reuníamos alrededor de un lebrillo con agua (para humedecer la mano de darle a la zambomba) y nos hinchábamos de mantecaos y rosquillos de anís, que eran artesanales y caseros de verdad. Recuerdo a mi madre aplastando la masa sobre un mantel, y a mi hermana y a mí haciendo los mantecados con una copa o un vaso pequeño; hincábamos la copa en la masa extendida y después le dábamos unos golpecitos en el culo hasta que el mantecado caía en la bandeja (una lata requemada) que serviría para meterlos en el horno. Y cómo, poco a poco, nos íbamos desmadrando y finalizábamos la jornada con el culo caliente. La guinda era el envoltorio de los mantecados; mi madre compraba papel de seda de distintos colores, los cortaba en cuadrados y con las tijeras le hacía los flecos. A veces la tinta del papel se corría y nos comíamos mantecados de colores. 

También han pasado los tiempos en que, en vísperas de Navidad, me acercaba a la plaza de la Catedral, en Barcelona, y buscaba la zambomba más grande para amenizar la tradición catalana del caga tió con Quiosquera y Dalr, a pesar de que el villancico de zambomba no es el más popular por esas tierras. Recuerdo que en una ocasión caminaba frente a la Catedral en dirección a Vía Layetana, con mi zambomba bajo el brazo, cuando me crucé con un paisano de barretina; me miró con un cierto gesto de despreció y me espetó: 
- ¡Home, no! ¡Això es de murcià! 

Bien, me estoy yendo del tema. Lo que quería decir es que, en la actualidad, la fiesta es la misma pero ha cambiado el decorado. Ahora apenas se ven Portalicos o Pesebres y los villancicos que se escuchan son tristes, fríos, helados… No discuto que “Noche de paz” le pone los pelos de punta a cualquiera y le hace evocar la escena de una caterva de niños tristes y mocosos, con cara de estar “esmayaos”, viendo cómo se divierten los demás. A mí me va más “hacia Belén va una burra, rin, rin”, con la misma caterva de niños “esmayaos”, pero con cara de pillo, y participando en la fiesta. Y que me cambien los pesebres por  betos… ¡Vamos hombre! Dense una vuelta por Belén y alrededores y luego me cuentan los abetos que han
encontrado. 
Los modernos, que no creen en el Nuevo Testamento, alegan que lo de la Navidad y los Reyes Magos es un cuento fantástico (de fantasía); llevan razón. Ni Jesús nació en Belén, ni nació en los primeros días del año 1 después de Cristo, ni  los Reyes Magos de Oriente vinieron a traerles regalos. Dionisio el exiguo se equivocó en sus cálculos y, en realidad, el Niño Jesús nació 6 ó 7 años antes de Cristo; que nació en Navidad está fuera de toda duda, pero que Navidad cayese en Navidad… es mucha casualidad que todas las fiestas cristianas importantes coincidan con solsticios y equinocios; aparte de que Jesús debió o debería haber nacido en Nochevieja para dar entrada al primer año de la nueva era. Los Evangelios no hablan de Reyes, hablan de Magos de Oriente que vinieron persiguiendo una estrella; no es hasta bien entrada la Edad Media cuando se juntan los Reyes y los Magos y traen regalos para todos. Lo único más difícil de creer es lo de la estrella con cola, aunque viniendo de oriente bastaba con seguir al sol para llegar a destino. En fin, la historia de los Reyes Magos es un cuento, pero es nuestro cuento. ¿Qué pinta un gordo con barbas entrando por la chimenea de las casas, en una época en que ya no hay chimeneas y, si las hubiera, el gordo no cabría por ellas? Papá Noël (y mamá tampoco) está muy bien para los gabachos, pero a nosotros no nos pega. 

Y Santa Klaus… 
Digo yo que debería ser San Klaus, a no ser que mezclando géneros se nos quiera contentar a todos. Otro gordo que vive allá por el Polo Norte y que lo único que sabe decir es “Ho, ho, ho…” (léase jou, jou, jou, con la jota muy suave y aspiradita). También viste de colorao y tiene un trineo tirado por unos renos que vuelan; encima, el reno que dirige la manada lleva un faro en la punta de la nariz para alumbrar el camino y no perderse en la niebla. Si son tan mágicos, ¿por qué, en vez de una nariz luminosa, no tienen radar en los cuernos?  Además me parece recordar que he visto alguna película con miles de niños preparando los juguetes que Santa Klaus tiene que repartir. En suma: maltrato animal y explotación laboral de menores.

Así que felicitémonos nuestras fiestas y pidamos muchos regalos a los Reyes Magos no fuera a ser que el año que viene sea peor. 

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