Via Voice
Corría el mes de abril de 1974 cuando me incorporé al Departamento de Informática de una comercial de cerámica que andaba asociada con un grupo de arquitectos que utilizaban nuestro ordenador, o al revés, para cálculo de estructuras. Ya por entonces, mis jefes me aconsejaban que no perdiera de vista otras salidas de mis estudios ya que, en unos años, el usuario de informática se acercaría al ordenador y le diría qué deseaba hacer sin necesidad de un técnico en ordenadores que tradujera sus deseos a lenguaje máquina.
No fue hasta 1987 que me puse delante de una máquina que era capaz de escribir lo que yo le decía de viva voz. Para conseguir el efecto deseado, teníamos que leerle varias veces al aparato un texto que ya conocía; en inglés, por supuesto. Cuando la “taquimecanógrafa” mecánica se había habituado al tono de voz y era capaz de entender el texto escrito, ya estábamos en condiciones de poder dictarle. Los resultados eran escandalosamente divertidos; hubiera sido necesario hablarle a la máquina con un chinorro en la boca para simular el acento inglés y, quizá, ni así…
Al margen de las películas, donde era habitual ver a las máquinas dar órdenes verbales con timbre metálico, no volví a jugar con traducciones voz-texto hasta que llegaron los teléfonos móviles con sintetizador de voz. Los amigos que utilizaban el último grito de la técnica hacían demostraciones:
- Mira, Quiosquero. Para que no vuelvas a decir aquello de “me cago en la madre que parió al que inventó la tecnología”.
Sacaban el móvil del bolsillo y se lo acercaban a la boca.
- ¡Qui-os-que-ro! –decían en voz alta y silabeando a cámara lenta-.
Y mi móvil, modelo neolítico, empezaba a sonar en el bolsillo. ¡Maravilloso!
Después se puso de moda que, si alguien te dejaba un mensaje en el buzón de voz, se activase la posibilidad de transformarlo en un SMS que recibiría, en modo texto, el destinatario. Y ahí fue cuando se empezó a liar. Cuando la gente empezó a abusar de esta nueva utilidad sin un estudio previo del manual.
Estaba con Quiosquera cuando su móvil emitió el sonido de SMS.
- Alguien te ha enviado un mensaje.
- Es mi prima –dijo mientras manipulaba el aparato-.
- ¿Qué dice?
- ¡Qué raro! “Nos vamos a Cuba ya”.
- Estará de cachondeo.
- Capaz es que la hayan avisado de la agencia de viajes con una oferta de esas que no se pueden rechazar…
- ¡Llámala, llámala y nos enteramos!
Y la llamó.
- ¡Qué Cuba ni niño muerto! El mensaje que te he dejado era: “¡Nos vamos a Cubellas!
¡Arrea!
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