Dinamarqueses
Quiosquera me castiga. Sabe que no me gusta viajar y hace unas semanas me obligó a entrar en una agencia de viajes. “Por ver qué hay”, dijo. Salimos con los billetes para un crucero por el Báltico. La excusa fue que había una “oferta sprint”, es decir, me quedan unos cuantos camarotes por vender y el barco zarpa en tres días, razón por la cual el viaje sale “tirado” de precio.
Llegamos al aeropuerto de Kobenhavn con tiempo más que suficiente para aprovechar el “transfer” como una mini panorámica por la ciudad. El guía dinamarqués se atrevió a hacer una incursión político-económica y nos contó que la crisis empezaba a notarse en el país ; hasta entonces no había habido problema porque su gobierno había aumentado la inversión estatal, aun a costa de endeudarse, y eso mantenía el nivel de empleo y consumo interno.
- Entonces, ¿cómo es que los países nórdicos exigen a España que haga lo contrario y disminuya el gasto? –preguntó alguien bien puesto en macroeconomía-.
- Porque cuando empezó la crisis, ustedes ya estaban endeudados hasta las cejas.
¡Coño, me dije, hasta los dinamarqueses saben más de economía española que los propios españoles!
- Entonces, ¿cómo es que los países nórdicos exigen a España que haga lo contrario y disminuya el gasto? –preguntó alguien bien puesto en macroeconomía-.
- Porque cuando empezó la crisis, ustedes ya estaban endeudados hasta las cejas.
¡Coño, me dije, hasta los dinamarqueses saben más de economía española que los propios españoles!
Los tíos, además, saben un güevo de física. Como puede verse en cualquier mapa de Europa, Stockholm se encuentra a la derecha de Dinamarca y parece que el camino más corto se hace navegando primero hacia el sur y, luego, hacia el este. Pues no. Nuestro barco navegó hacia el norte, luego hacia el oeste, más tarde hacia el sur y, finalmente, enfiló hacia el este. Me acordé de los comentarios de la gente preparada cuando explicaban cómo se mandaban cohetes al espacio exterior: el cohete daba un par de vueltas a la tierra y, aprovechando la fuerza centrífuga, salía disparado como un cohete hacia la Luna, Marte o allá donde tuviese su destino. Exactamente es lo que hizo el barco dinamarqués: darle una vuelta a la isla para pillar arranquía y salir disparado hacia Estoeselcolmo. Cuál no sería la ventaja adquirida en la operación cuando, antes de llegar a la capital de Suecia, alcanzamos a otro crucero que había salido al mismo tiempo que nosotros y que no había dado la vuelta a la isla…
Ruta de lanzamiento |
He utilizado varias veces la palabra dinamarqués. No ha sido un despiste; es fruto de la cultura que se obtiene cuando uno trata de demostrar que no somos los españoles los únicos idiotas que pasean por el mundo.
Los primeros ayuntamientos democráticos no es que fuesen más eficaces que sus antecesores, si bien sus concejales removiendo cajones descubrieron documentos interesantes. En Huéscar (Granada) se enteraron, por ejemplo, de que habían declarado la guerra a Dinamarca en 1809 y, a la altura de 1981, aún no se había firmado la paz. Para poner fin al desaguisado, se montó un fiestorro al que acudió el embajador enemigo y, a golpe de banda de música y cohetes, se puso fin a una de las guerras más incruentas de la historia de España.
Aquella Navidad, en una comida con unos amigos y conocidos, harto ya de aguantar a un fulano que se empeñaba en demostrar lo imbéciles que eran los andaluces, que acompañaban la comida con vino de Jerez y celebraban sus fiestas a ritmo de guitarra y pandereta, sobrepasé mi grado de paciencia cuando se entró en el tema de la guerra.
- Y ya lo último es la fiesta tan ridícula que ha montado ese pueblo de Jaén que había declarado la guerra a Dinamarca. Es que a los españoles no los pueden ver en Europa por paletos.
- Hombre –dije-, no dejas de llevar razón; lo que es extraño es que los daneses, tan europeos y cultos, hayan participado en la pantomima.
- No, no. Eran de Dinamarca.
- Bueno, pues los dinamarqueses.
Carraspeó y la conversación tomo otros derroteros. Desde entonces utilizo el adjetivo regular.
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