El secuestro del Santa María
Dormitaba
el enésimo capítulo de “Amar en huevos revueltos” cuando me pareció oír la
musiquilla del NoDo y el inconfundible tono de voz de sus locutores:
- “El transatlántico Santa María se dirige
hacia el puerto de Recife, una vez que el pirata Galvao y sus secuaces han
depuesto su actitud y se entregan a las autoridades brasileñas”
Sobreimpresionado,
en la parte inferior de la pantalla aparecía el subtítulo: “enero de 1961” .
Durante
el curso 1960-61 yo estudiaba primero de bachiller y mi primo Manolico,
segundo. Nos preparaba D. Antonio Montes, maestro nacional en La Rábita, que
vivía en El Pozuelo. Mi primo se alojaba en casa de mi abuela y, cada mañana,
nos íbamos juntos al cole, normalmente en bicicleta, aunque había muchos días
que nos llevaba D. Antonio en su vespa: mi primo ocupaba el asiento del
pasajero y yo me hacía un ovillo a los pies del maestro, entre el manillar y su
asiento. Eran tiempos en los que la Guardia Civil tenía faenas más importantes
que controlar el tráfico.
D.
Antonio era nuevo en nuestra plaza y trataba de abrirse camino y hacerse un
nombre; los únicos alumnos de bachiller que tenía éramos mi primo, yo y el hijo
de D. Paco, maestro de adultos. Muchos días, después de acabar el horario
normal de clases, nos veníamos al Pozuelo y continuábamos el estudio y las
explicaciones en casa del maestro. Por entonces, Enriquito había abierto una
escuela particular para perfeccionar los conocimientos de los mozos del pueblo,
entre lo que estaban mi primo Caracoles, el Coquillo, su hermano Veneno, el
Eloíco, el Panaero, Pepe Caneco, dos de los hermanos Burgués y el Sevillano,
que era el más joven de todos. El Pozuelo ha sido siempre un pueblo tranquilo,
poco bullanguero (bailes de Navidad, Carnaval y otras fiestas señalas, aparte)
y, por tanto, aburrido. Los mozos de aquella generación le echaron un par y
formaron un equipo de fútbol, del que Enriquito sería su entrenador; había que
resolver un problema de inicio: no había cancha ni espacio suficiente para
albergarla. La única solución consistió en aplanar el rebalaje desde el badén
de Rosendo hasta el badén de Paquito Romera. Quedó un campo pequeñito, más o
menos a la medida del pueblo, donde 22 jugadores eran demasiados, pero con
buena voluntad fue suficiente para que varias generaciones pudiesen disfrutar
el deporte. Eso sí, cada cierto tiempo había que rehacerlo porque las casas
vecinas, sin recalificación previa, habían crecido hacia el mar, invadiendo la
zona deportiva.
Las obras de construcción del estadio se iniciaron
hacia la Navidad de 1960 y duraron un par de meses. En ellas participaron los
mozos de la escuela nocturna que, tras la jornada lectiva, echaban unas
peonadas en la obra. Los hermanos Burgués ponían la mula y el resto actuaba
como bracero. Por entonces, el Sevillano andaba enrollado con unas cuantas
niñas de La Rábita y raro era el día que mi primo Manolico y yo no teníamos que
hacer de cartero. Paquita la Rebusca (o cualquier otra, vaya usted a saber) nos
entregaba la misiva cuando salíamos de la escuela y nosotros íbamos a hacer la
entrega al finalizar el estudio. Ni que decir tiene que aprendimos a abrir y
cerrar las cartas sin que quedasen lesionadas en exceso y, de esta forma,
estábamos al día en la evolución de amores tan juveniles. Ya que habíamos
esperado que finalizase la clase de los adultos, nos íbamos con ellos a ver
como evolucionaban las obras de construcción del estadio. Fue entonces cuando
oímos hablar del Santa María: el pirata
Galvao y unos 20 filibusteros asaltaron el barco y se apoderaron de él; incluso
mataron a uno de los oficiales. Lo que no supimos entonces es que los
asaltantes, portugueses y españoles, habíajn puesto en marcha la Operación
Dulcinea con la que trataban de derribar las dictaduras de Oliveira Salazar y
Franco, promoviendo un levantamiento de las tropas portuguesas en Angola o de
las españolas en Guinea Ecuatorial (angelicos). Los últimos días de enero del
61 mantuvieron al personal pendiente de los partes hablados de mediodía y la
noche, a la espera de noticias frescas. A mis 10 años, a mí me resbalaban estas
historias pero mi primo era un forofo del parte y me implicó en el seguimiento
del desarrollo de los acontecimientos. Finalmente, en los primeros días de
febrero, Henrique Galvao depuso su actitud y entregó el barco en el puerto de
Recife.
Para
nosotros, españoles y portugueses de la época, el buque de pasajeros Santa
María fue víctima de la agresión de una banda de piratas en pleno siglo XX. No
tuvimos nunca conciencia de que se tratase de un movimiento político. En
homenaje a los pasajeros y a la tripulación, el nuevo estadio de fútbol recibió
el nombre de Santa María.
No
había vuelto a oír hablar del suceso hasta ahora; es más, aquellas personas con
las que había comentado la historia no tenían ni pajolera idea de qué les
estaba contando, tanto es así que había llegado a pensar si el Santa María no
sería otra de mis invenciones infantiles. Claro que podía haber echado mano a
Internet y tampoco se me había ocurrido.
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