miércoles, abril 17, 2013

El secuestro del Santa María

Dormitaba el enésimo capítulo de “Amar en huevos revueltos” cuando me pareció oír la musiquilla del NoDo y el inconfundible tono de voz de sus locutores:
- El transatlántico Santa María se dirige hacia el puerto de Recife, una vez que el pirata Galvao y sus secuaces han depuesto su actitud y se entregan a las autoridades brasileñas
Sobreimpresionado, en la parte inferior de la pantalla aparecía el subtítulo: “enero de 1961.
Durante el curso 1960-61 yo estudiaba primero de bachiller y mi primo Manolico, segundo. Nos preparaba D. Antonio Montes, maestro nacional en La Rábita, que vivía en El Pozuelo. Mi primo se alojaba en casa de mi abuela y, cada mañana, nos íbamos juntos al cole, normalmente en bicicleta, aunque había muchos días que nos llevaba D. Antonio en su vespa: mi primo ocupaba el asiento del pasajero y yo me hacía un ovillo a los pies del maestro, entre el manillar y su asiento. Eran tiempos en los que la Guardia Civil tenía faenas más importantes que controlar el tráfico.
D. Antonio era nuevo en nuestra plaza y trataba de abrirse camino y hacerse un nombre; los únicos alumnos de bachiller que tenía éramos mi primo, yo y el hijo de D. Paco, maestro de adultos. Muchos días, después de acabar el horario normal de clases, nos veníamos al Pozuelo y continuábamos el estudio y las explicaciones en casa del maestro. Por entonces, Enriquito había abierto una escuela particular para perfeccionar los conocimientos de los mozos del pueblo, entre lo que estaban mi primo Caracoles, el Coquillo, su hermano Veneno, el Eloíco, el Panaero, Pepe Caneco, dos de los hermanos Burgués y el Sevillano, que era el más joven de todos. El Pozuelo ha sido siempre un pueblo tranquilo, poco bullanguero (bailes de Navidad, Carnaval y otras fiestas señalas, aparte) y, por tanto, aburrido. Los mozos de aquella generación le echaron un par y formaron un equipo de fútbol, del que Enriquito sería su entrenador; había que resolver un problema de inicio: no había cancha ni espacio suficiente para albergarla. La única solución consistió en aplanar el rebalaje desde el badén de Rosendo hasta el badén de Paquito Romera. Quedó un campo pequeñito, más o menos a la medida del pueblo, donde 22 jugadores eran demasiados, pero con buena voluntad fue suficiente para que varias generaciones pudiesen disfrutar el deporte. Eso sí, cada cierto tiempo había que rehacerlo porque las casas vecinas, sin recalificación previa, habían crecido hacia el mar, invadiendo la zona deportiva.
Las obras de construcción del estadio se iniciaron hacia la Navidad de 1960 y duraron un par de meses. En ellas participaron los mozos de la escuela nocturna que, tras la jornada lectiva, echaban unas peonadas en la obra. Los hermanos Burgués ponían la mula y el resto actuaba como bracero. Por entonces, el Sevillano andaba enrollado con unas cuantas niñas de La Rábita y raro era el día que mi primo Manolico y yo no teníamos que hacer de cartero. Paquita la Rebusca (o cualquier otra, vaya usted a saber) nos entregaba la misiva cuando salíamos de la escuela y nosotros íbamos a hacer la entrega al finalizar el estudio. Ni que decir tiene que aprendimos a abrir y cerrar las cartas sin que quedasen lesionadas en exceso y, de esta forma, estábamos al día en la evolución de amores tan juveniles. Ya que habíamos esperado que finalizase la clase de los adultos, nos íbamos con ellos a ver como evolucionaban las obras de construcción del estadio. Fue entonces cuando oímos hablar del Santa María: el pirata Galvao y unos 20 filibusteros asaltaron el barco y se apoderaron de él; incluso mataron a uno de los oficiales. Lo que no supimos entonces es que los asaltantes, portugueses y españoles, habíajn puesto en marcha la Operación Dulcinea con la que trataban de derribar las dictaduras de Oliveira Salazar y Franco, promoviendo un levantamiento de las tropas portuguesas en Angola o de las españolas en Guinea Ecuatorial (angelicos). Los últimos días de enero del 61 mantuvieron al personal pendiente de los partes hablados de mediodía y la noche, a la espera de noticias frescas. A mis 10 años, a mí me resbalaban estas historias pero mi primo era un forofo del parte y me implicó en el seguimiento del desarrollo de los acontecimientos. Finalmente, en los primeros días de febrero, Henrique Galvao depuso su actitud y entregó el barco en el puerto de Recife.
Para nosotros, españoles y portugueses de la época, el buque de pasajeros Santa María fue víctima de la agresión de una banda de piratas en pleno siglo XX. No tuvimos nunca conciencia de que se tratase de un movimiento político. En homenaje a los pasajeros y a la tripulación, el nuevo estadio de fútbol recibió el nombre de Santa María.
No había vuelto a oír hablar del suceso hasta ahora; es más, aquellas personas con las que había comentado la historia no tenían ni pajolera idea de qué les estaba contando, tanto es así que había llegado a pensar si el Santa María no sería otra de mis invenciones infantiles. Claro que podía haber echado mano a Internet y tampoco se me había ocurrido.

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