Saber y ganar
Estoy
por asegurar que hacía pocos años que había dejado (yo) de jugar al trompo,
cuando conocí a Jordi Hurtado. Lo conocí, por supuesto, en una pantalla de televisión
en blanco y negro, no sé bien si porque aún no habían inventado la televisión en
color o porque tal maravilla todavía no había llegado a mi casa. Por entonces
presentaba “Si lo sé… no vengo” y,
claro está, lo vine un par de veces y dejé de venir lo que, para mí, era un
solemne tostón. Presentador incluido.
Han
pasado los años y he vuelto a tropezar con él. Jordi Hurtado es como el vino en
barrica: mejora con los años. Aunque también podría ser aquello de “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
La cuestión es que, salvo cuando se pone simpático, que a mí no me hace mijita
gracia, Jordi lleva bastante bien el programa “Saber y ganar”. Cierto es que se trata de un concurso ágil; preguntas de cultura general y sin adornos de ningún tipo: pregunta,
contestación y a otra cosa. Me he aficionado; quiero decir que lo veo un par de
veces en semana y el resto de días lo duermo; sábados y domingos sería
demasiado para el cuerpo y queda sustituido por siesta o película.
Lo
que me gusta del programa es que conozco la respuesta a muchas de las preguntas
que se hacen; lo que me maravilla es la cantidad de conocimientos que tienen los concursantes (bastantes de ellos muy jóvenes) de muy diferentes temas; lo que me
preocupa es que suelen equivocarse en cosas que yo sé o sabía
en su momento. Aunque parezca mentira, un concursante puede saber de ópera,
de música de los sesenta, conocer al inventor de la dulzaina y el nombre del
navegante que descubrió el Peñón de la Tortuga, y después desconocer que fueron
Espartero y Maroto los que se dieron el Abrazo de Vergara (por poner un
ejemplo). Dicho de otra manera: los concursantes poseen una vasta cultura,
fruto de su formación personal, pero no tienen puñetera idea de lo que, años
ha, se estudiaba en el bachiller.
La
deducción lógica es que el bachiller ha perdido su categoría y, en
consecuencia, los niños españoles salen de la escuela absolutamente pegados (es
lo que se decía en mis tiempos cuando un alumno no sabía nada: este tío está
pegao). Lo prueba el hecho que, desde Villar Palasí, casi todos los ministros
de educación y descanso (antes) o ciencia (después) han presentado un nuevo
plan de enseñanza que con el próximo ministro ha demostrado ser ineficaz y nada
eficiente. Me he preguntado muchas veces por qué los ministros, que siempre nos
comparan con Europa, no copian los planes de estudio de Alemania, Francia o
Inglaterra igual que han copiado el carné por puntos o el porcentaje de IVA. A
lo mejor (peor) es que el presidente espera que pongan el huevo.
Pero
hete aquí que en “Saber y ganar” aparece
un tal David Leo, joven poeta malagueño que no hará demasiados años que acabó
el bachillerato, y me deja anonadado. No me cabe en la cabeza cómo en tan pocos
años ha sido capaz de aprender tanto y, encima, el tío se sabe las cosas que se
estudian en el bachiller. Cuando dijo que la meninge que hay entre la piamadre
y la duramadre se llama aracnoides se
me cayó la teoría de los ministros y sus planes de educación: resulta que
dichos planes abarcan todos o casi todos los temas que estudiábamos antes, lo
que pasa es que los alumnos no se los aprenden. O sea, que no es el fondo
(contenido) de la enseñanza lo que falla; lo que falla es la forma, la manera
de enseñar, el incentivo de saber.
Al
final va a resultar que Wert lleva parte de razón al imponer reválidas y
controles de aprovechamiento. Cierto es que eso puede implicar que unos alumnos
adquieran ventaja sobre otros y se quiebre el principio de igualdad de
oportunidades a la hora de encontrar un trabajo adecuado; soluciónese dando
similar título a todos los estudiantes pero quiten de en medio a los que van a
la escuela sólo a divertirse y dejen sin estorbos a los alumnos que, además,
quieren aprender.
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