Podriáticos
Cada
viernes tenemos mercadillo. Es una costumbre que ha venido a sustituir las
ferias quincenales de los pueblos; sólo que ahora no se venden marranillos ni
chotos ni borregos: ahora se vende de todo; desde unas bragas made in China
hasta un jamón ibérico de bellota de Guijuelo (o sea, vegetariano), pasando por
Subsaharian Tiffany, curtidos magrebíes y frutas del país. Ahí es donde pican
las amas de casa; están convencidas que la fruta que viene directa desde el
huerto al consumidor es más buena, más bonita y más barata: aciertan en una B,
se aproximan en otra y, salvo en años de abundancia, yerran estrepitosamente en la
última. La fruta del mercadillo (la del mercadillo que yo tengo a tiro) es más
barata que la del supermercado, tiene un aspecto similar, pero no es más buena
en absoluto. Y menos este año que el
campo ha ido sobrado de agua.
Soy
un entusiasta de los melocotones amarillos, de carne consistente y sabor a
durazno, es decir, sabor al melocotón que comía de pequeño. Alguna vez los
encuentro en ciertos supermercados, casi nunca en el mercadillo. Este año están
llegando desabridos como ellos solos.
El
término municipal de Albuñol es rico en toda clase de productos
hortofrutícolas; podemos encontrar frutos tropicales como el caqui o la chirimoya
(chichirimoyos los llamamos nosotros), albarcoques tempranos, pequeñitos y
dulces, granadas, níspolas, melocotones, naranjas y un largo etcétera. La
especialidades son varias: almendras, brevas, higos (mejores los de la Rambla
de Huarea), uva de mesa, viñas y, la joya de la corona, hortalizas
ultratempranas. Con el paso del tiempo, los frutales han ido cediendo terreno a
los tomates, pimientos, berenjenas y pepinos; últimamente al cherry, que es
algo así como el chanquete del tomate. Se mantienen las viñas y su derivado, el
vino Costa, que por siglos se seguirá degustando en las tabernas próximas a las
facultades de la Universidad de Granada.
Respecto
a la fruta, Albuñol tiene un problema: el exceso de agua. Esta agua que va de
maravilla para el cultivo en invernaderos, es una puñalada trapera en la
producción de frutales. La viña aguanta en las laderas cara al mar, absorbiendo
los rayos de sol y la brisa mediterránea. El almendro casi se extinguió durante
las inundaciones de 1973 y las higueras permanecen como mudo testimonio de lo
que puede llegar a ser un higo, fruto que alcanza su máxima expresión en el
aterciopelado tacto de la variedad calabacilla.
Ahora,
como ayer, la fruta se ha de madurar a mano. Los árboles crecen en las
hondonadas y el agua, que baja filtrada desde la Sierra de la Contraviesa,
engorda demasiado pronto el fruto, de modo que se pudre antes de madurar.
Recuerdo que mi abuela guardaba los caquis y chirimoyas enterrados en paja en
una cesta de mimbre; de allí los iba sacando, de uno en uno, a medida que
maduraban. He intentado utilizar el mismo método con caquis comprados en el
mercadillo y no funciona: los caquis se ponen amarillos, se engurruñen y al
final se secan; no he conseguido que maduren.
De
los años de mi niñez recuerdo especialmente los duraznos. Mi abuelo había
comprado una cortijada en la Media Legua, cerca del Cortijo Bajo, y de vez en
cuando subían mi tío Paco o mi tío Manolo y volvían con una cesta llena. El experto
era mi tío Paco:
-
¡Antoñico, vamos a comer podriáticos!
Se
sentaba con la cesta de melocotones entre las piernas y se ponía a pelar. La
mayoría estaban agusanados y de los teóricamente sanos había que tirar la mitad
porque venían aporreceados. Pero los cachos comestibles eran manjar de dioses.
Todavía
sigo comprando melocotones con la esperanza de que su sabor y textura me
recuerde los podriáticos que me pelaba mi tío Paco.
1 comentarios:
POr si te puede valer:
http://www.frutasdelcinca.es/blog/como-las-manzanas-aceleran-la-maduracion-de-otras-frutas/
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