Los jóvenes de hoy
Cuando superamos el medio siglo, los sesudos cincuenta añeros (y más) empezamos a hacer comparaciones entre nuestra juventud y la de hoy, comparación en la que siempre (casi) salen malparados los jóvenes actuales. Les echamos en cara que han tenido una niñez muy fácil en la que no han tenido carencias de nada; que se lo hemos dado todo mascado y ahora les falta empuje para salir adelante; que son maleducados, conformistas, exigentes, poco responsables… y que son los parados mejor preparados de la historia.
(No me había fijado hasta ahora en lo de parado y preparado: si los pre-paramos, ¿qué coño se puede esperar de ellos?).
Siempre que surgen conversaciones sobre el tema, acabo pronunciando mi frase lapidaria: No olvidemos que a la juventud actual la hemos educado nosotros. No gusta, pero es así. Entonces todos nos ponemos la medalla de pedagogo perfecto y declaramos convencidos que nuestros hijos son diferentes: buenos chavales, emprendedores, con ideas… La culpa de que todavía vivan en casa y a nuestra costa es de la puta crisis, de los insaciables capitalistas y del gobierno cavernario. Seguramente… Sin embargo, nos encontramos con jóvenes que no son promesas. Son educados, tienen conocimientos y ganas de abrirse paso en la vida y, de hecho, están ocupando buenos cargos y ganando un sueldo más que decente. Vamos, exactamente igual que nos sucedía a nosotros a su edad; en circunstancias similares o adversas, no lo sé, funcionan los que tienen de una cierta preparación en adelante, se han preocupado de mover los mercados laborales y han tenido la suerte de estar justo allí cuando se presentó la oportunidad.
En mis años de estudiante, lo normal durante el bachillerato elemental era que en junio aprobasen todas las asignaturas no más del 10 ó 15% de los alumnos; en bachillerato superior mejoraban las cifras hasta un 40-50% y, a partir de preuniversitario, las cifras volvían a caer. Recuerdo que en “selectivo”, primer curso de cualquier carrera, de 112 alumnos que éramos, en junio sólo aprobaron 11. Ahora parece que los criterios de calificación son menos estrictos y el porcentaje de fracaso escolar o universitario es mucho menor, si bien los jóvenes actuales, y que me disculpen quienes hacen las estadísticas, no saben más que los de antes. Ni tampoco menos…
(No me había fijado hasta ahora en lo de parado y preparado: si los pre-paramos, ¿qué coño se puede esperar de ellos?).
Siempre que surgen conversaciones sobre el tema, acabo pronunciando mi frase lapidaria: No olvidemos que a la juventud actual la hemos educado nosotros. No gusta, pero es así. Entonces todos nos ponemos la medalla de pedagogo perfecto y declaramos convencidos que nuestros hijos son diferentes: buenos chavales, emprendedores, con ideas… La culpa de que todavía vivan en casa y a nuestra costa es de la puta crisis, de los insaciables capitalistas y del gobierno cavernario. Seguramente… Sin embargo, nos encontramos con jóvenes que no son promesas. Son educados, tienen conocimientos y ganas de abrirse paso en la vida y, de hecho, están ocupando buenos cargos y ganando un sueldo más que decente. Vamos, exactamente igual que nos sucedía a nosotros a su edad; en circunstancias similares o adversas, no lo sé, funcionan los que tienen de una cierta preparación en adelante, se han preocupado de mover los mercados laborales y han tenido la suerte de estar justo allí cuando se presentó la oportunidad.
En mis años de estudiante, lo normal durante el bachillerato elemental era que en junio aprobasen todas las asignaturas no más del 10 ó 15% de los alumnos; en bachillerato superior mejoraban las cifras hasta un 40-50% y, a partir de preuniversitario, las cifras volvían a caer. Recuerdo que en “selectivo”, primer curso de cualquier carrera, de 112 alumnos que éramos, en junio sólo aprobaron 11. Ahora parece que los criterios de calificación son menos estrictos y el porcentaje de fracaso escolar o universitario es mucho menor, si bien los jóvenes actuales, y que me disculpen quienes hacen las estadísticas, no saben más que los de antes. Ni tampoco menos…
Nos pasamos media vida discutiendo sobre qué y cómo se debe educar a los niños y a los adolescentes y no nos ponemos de acuerdo. El ministro de Educación de turno, tampoco. Se hacen planes y planes y seguimos obteniendo unos resultados que están a la cola de Europa; de hecho, hablando con los amigos de nuestros hijos hemos comprobado muchas veces la falta de conocimientos de muchos de ellos que pasan por ser espabilados. Uno llega a la conclusión de que los programas educativos están mal confeccionados y no se enseña todo lo que se debiera; los ministros deben llegar a la misma conclusión cuando cambian planes, asignaturas y contenidos. El resultado sigue siendo deficiente.
Como he contado en alguna ocasión, veo asiduamente el programa “Saber y ganar” (sólo los días laborables) y me maravillo de la cantidad de conocimientos que puede llegar a memorizar un cerebro humano; me acongojo cuando estas eminencias fallan preguntas de EGB, ESO y lo otro y le doy la razón al ministro cuando habla de la necesidad de cambiar el plan de estudios. Pero, hete aquí, que un par de chavales (David Leo y Rafa Castaño) de veintipocos años se saben lo que figura en estos planes. Es probable que sean menos brillantes que otros en cuanto a conocimientos adquiridos al margen de los estudios; no han tenido tiempo de más.
Pero David Leo y Rafa Castaño, o Rafa Castaño y David Leo, me demuestran, y demuestran al ministro, que la falta de conocimientos de la “juventud actual” no es producto de una deficiencia de contenidos; es producto del poco interés y la incapacidad de muchos estudiantes y, faltaría más, de los métodos de enseñanza con los que el ministro no se atreve o no sabe cómo solucionar.
En definitiva, los jóvenes de hoy son como los de ayer y los ministros de hoy, como los de ayer, tampoco aciertan ni en el diagnóstico ni en la solución de las carencias de nuestra enseñanza.
En definitiva, los jóvenes de hoy son como los de ayer y los ministros de hoy, como los de ayer, tampoco aciertan ni en el diagnóstico ni en la solución de las carencias de nuestra enseñanza.
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