Cainitas
En pleno día en que se celebran elecciones en Andalucía, cuando
aún no han cerrado los colegios electorales, reflexiono sobre nuestra manera de
hacer (vocear) política. Sobre la manera de hacer política de nuestros políticos,
por supuesto.
Es la primera vez que sigo la campaña andaluza in situ y he
de reconocer que, salvo en el deje, no se diferencia en nada a otras campañas
celebradas en otras regiones de España.
Tanto monta, monta
tanto, Susana como Juan Manuel han mitineado para exaltar los ánimos de sus
adeptos (los que ya conocen sus respectivos programas), ya que a ninguno de
ellos le he oído una sola propuesta razonada. Tanto es así que la frase que
pasará a la posteridad por ser la más repetida será la de “no es lo mismo estar mala que preñá”. En eso ha ganado Susana con claridad. El tono
elegido para los discursos ha sido el de arenga militaroide, es decir,
iniciasndo cada frase en dicción moderada y afirmativa, para rematarla negando
rotundamente la afirmación y elevando la voz con el ánimo de excitar la pasión
de su público hasta el paroxismo; de su público, claro, que jalea las
parrafadas al mejor estilo del fascio italiano o de las juventudes de las SA
alemanas. Me ha recordado a no muy lejanas dictaduras militares centroamericanas.
Eso sí, el verbo militar de éstas era mucho más florido.
Que cada partido está en su derecho de hacer la campaña que
le dé la gana no admite discusión. Que los partidos recurran a enfrentar a unos
españoles contra otros para agenciarse un puñado de votos es algo que supera la
ética, la moral, la supuesta humanidad de los humanos y cualquier posible
sentimiento positivo entre personas. Hay que ser un grandísimo mala persona (no
hay error en la concordancia de género) para fomentar el odio entre vecinos.
Leo en El Confidencial que en Almonte, durante la presente
campaña electoral, sobre un cartel de los Fusilamientos del 3 de mayo de Goya
se ha impreso la lapidaria frase: “El
sueño de algunos”. Y que en elecciones anteriores también se recurría al
término fusilar; así, cierto concejal de Sevilla decía en 2011: “Si el Partido Popular pudiera fusilaría a
todos los socialistas”. Lo que concuerda (lateralidad política contraria
mediante) lo que me contaban como cierto en vísperas de las Generales de 1979: “En Castell de Ferro, los socialistas tienen
preparados los tractores para cavar los hoyos donde enterrar a los de derechas
que van a fusilar si ganan”.
Es decir, los políticos españoles quieren ganar las
elecciones con el único activo de la denuncia del fusilamiento que nos espera
si ganan los otros. Y por lo que se deduce de la lectura de determinados
comentarios, publicados por gente de bien, los llamados ciudadanos de a pie
creen que las ejecuciones sumarias pueden ser una realidad. Nada que ver con
las peticiones que se hacían a Alfonso Guerra en los mítines de las iniciales
campañas democráticas: “¡Arfonso, dales
caña!”.
Parece como si la Ley
de Memoria Histórica tuviese una memoria escasa amén de adentrarse muy poco
en el estudio de la historia real; a la historia de hechos me refiero, no a la
historia de ideologías. Obviando la época de Viriato, de los godos de San
Hermenegildo, de los sucesores de Witiza y de quienes se aliaron con los moros
de Muza para resolver sus disputas dinásticas, y otras tantas escabechinas
peninsulares, tenemos una ristra de enfrentamientos más larga que las ristras
de los ajos que se necesitan para alejar a Drácula. Podemos enumerar las
guerras fratricidas que enfrentaron a Pedro I el Cruel y Enrique de las Mercedes,
a Enrique IV y su hermano Alfonso, a Juan II y su hijo el Príncipe de Viana,
que se extiendió a una contienda civil en Cataluña, a Isabel I y Juana la
Beltraneja, a Carlos I y los Comuneros, a Carlos I y las Germanías, a la
llamada Guerra dels Segadors, a la Guerra de Sucesión, a las Guerras Carlistas
(tres), y a la última Gurerra Civi, a la que algunos llamaron Guerra de
Liberación. ¿No son suficientes enfrentamientos? ¿Realmente cree alguien que los
conservadores o los progresistas gobiernan para una parte de España mientras
que intentan eliminar a la otra? ¿O eso sólo tiene cabida en las mentes
cainitas de los españoles?
Definitivamente, Churchill tenía razón.
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