domingo, marzo 22, 2015

Cainitas


En pleno día en que se celebran elecciones en Andalucía, cuando aún no han cerrado los colegios electorales, reflexiono sobre nuestra manera de hacer (vocear) política. Sobre la manera de hacer política de nuestros políticos, por supuesto.
Es la primera vez que sigo la campaña andaluza in situ y he de reconocer que, salvo en el deje, no se diferencia en nada a otras campañas celebradas en otras regiones de España.

Tanto monta, monta tanto, Susana como Juan Manuel han mitineado para exaltar los ánimos de sus adeptos (los que ya conocen sus respectivos programas), ya que a ninguno de ellos le he oído una sola propuesta razonada. Tanto es así que la frase que pasará a la posteridad por ser la más repetida será la de “no es lo mismo estar mala que preñá”.  En eso ha ganado Susana con claridad. El tono elegido para los discursos ha sido el de arenga militaroide, es decir, iniciasndo cada frase en dicción moderada y afirmativa, para rematarla negando rotundamente la afirmación y elevando la voz con el ánimo de excitar la pasión de su público hasta el paroxismo; de su público, claro, que jalea las parrafadas al mejor estilo del fascio italiano o de las juventudes de las SA alemanas. Me ha recordado a no muy lejanas dictaduras militares centroamericanas. Eso sí, el verbo militar de éstas era mucho más florido.
Que cada partido está en su derecho de hacer la campaña que le dé la gana no admite discusión. Que los partidos recurran a enfrentar a unos españoles contra otros para agenciarse un puñado de votos es algo que supera la ética, la moral, la supuesta humanidad de los humanos y cualquier posible sentimiento positivo entre personas. Hay que ser un grandísimo mala persona (no hay error en la concordancia de género) para fomentar el odio entre vecinos.
Leo en El Confidencial que en Almonte, durante la presente campaña electoral, sobre un cartel de los Fusilamientos del 3 de mayo de Goya se ha impreso la lapidaria frase: “El sueño de algunos”. Y que en elecciones anteriores también se recurría al término fusilar; así, cierto concejal de Sevilla decía en 2011: “Si el Partido Popular pudiera fusilaría a todos los socialistas”. Lo que concuerda (lateralidad política contraria mediante) lo que me contaban como cierto en vísperas de las Generales de 1979: “En Castell de Ferro, los socialistas tienen preparados los tractores para cavar los hoyos donde enterrar a los de derechas que van a fusilar si ganan”.

Es decir, los políticos españoles quieren ganar las elecciones con el único activo de la denuncia del fusilamiento que nos espera si ganan los otros. Y por lo que se deduce de la lectura de determinados comentarios, publicados por gente de bien, los llamados ciudadanos de a pie creen que las ejecuciones sumarias pueden ser una realidad. Nada que ver con las peticiones que se hacían a Alfonso Guerra en los mítines de las iniciales campañas democráticas: “¡Arfonso, dales caña!”.
Parece como si la Ley de Memoria Histórica tuviese una memoria escasa amén de adentrarse muy poco en el estudio de la historia real; a la historia de hechos me refiero, no a la historia de ideologías. Obviando la época de Viriato, de los godos de San Hermenegildo, de los sucesores de Witiza y de quienes se aliaron con los moros de Muza para resolver sus disputas dinásticas, y otras tantas escabechinas peninsulares, tenemos una ristra de enfrentamientos más larga que las ristras de los ajos que se necesitan para alejar a Drácula. Podemos enumerar las guerras fratricidas que enfrentaron a Pedro I el Cruel y Enrique de las Mercedes, a Enrique IV y su hermano Alfonso, a Juan II y su hijo el Príncipe de Viana, que se extiendió a una contienda civil en Cataluña, a Isabel I y Juana la Beltraneja, a Carlos I y los Comuneros, a Carlos I y las Germanías, a la llamada Guerra dels Segadors, a la Guerra de Sucesión, a las Guerras Carlistas (tres), y a la última Gurerra Civi, a la que algunos llamaron Guerra de Liberación. ¿No son suficientes enfrentamientos? ¿Realmente cree alguien que los conservadores o los progresistas gobiernan para una parte de España mientras que intentan eliminar a la otra? ¿O eso sólo tiene cabida en las mentes cainitas de los españoles?

Definitivamente, Churchill tenía razón.

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