Congreso de los disputados
Como no podía ser de otra manera
Como era previsible (o no) se agotó el plazo que dan las leyes para
formar gobierno y vamos a nuevas elecciones; los 350 diputados no fueron
capaces de alcanzar un acuerdo que acabase con la interinidad del gobierno de
la nación y gastaron los cuatro meses de que disponían en disputas y reproches.
Bueno, en realidad no: ellos gastaron sus cuatro meses en no hacer nada porque,
como ya es sabido, Montesquieu se murió hace mucho tiempo; en España no llegó
ni a nacer. Aquí (en ESTE país), los tres poderes son como la Santísima
Trinidad, tres instituciones distintas y un solo poder: el del secretario
general o presidente de cada partido. El poder ejecutivo (actual o futuro) elabora
las listas de quienes lo tendrán que elegir y, más tarde, aprobar las leyes que
proponga (el ejecutivo). O votar en contra del candidato “propuesto” y
cualquier ley que de él provenga. Los diputados
son algo así como la claque de la
democracia: cobran por aplaudir o abuchear al dictado del portavoz (mudo)
del grupo parlamentario en que están encuadrados. Tal vez, el Congreso de los
Disputados debería llamarse Congreso de los Disputadores.
Todos los partidos interpretan los resultados electorales y cargan al pueblo con el mochuelo de su
interpretación:
- La mayoría ha votado
un gobierno del partido popular.
- El pueblo ha votado
un gobierno de cambio y progresista.
- El pueblo ha
optado por el fin del bipartidismo.
Discuten, nadie se mueve de su posición de partida y siempre son los
otros quienes entorpecen la formación del gobierno. A ninguno se le ocurre que
parlamento es el lugar donde se va a parlamentar, es decir, a entablar
conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz, una
rendición, un contrato o para zanjar cualquier diferencia. Como mucho intentan lograr una rendición.
La monarquía más antigua del mundo, la Iglesia Católica, encierra a sus
diputados (cardenales) en la Capilla Sixtina y aledaños y de ahí no salen hasta
que hay fumata blanca. En alguna ocasión se ha distendido la elección, pero no
es lo normal; el Espíritu Santo cuida de sus protegidos y no se toma excesivo
tiempo en iluminarlos.
En alguna ocasión he oído (o leído) contar que, tras la enésima dimisión
y espantá del presidente Figueras, las Cortes españolas no acababan de ponerse
de acuerdo sobre su sucesor hasta que se presentó en el Congreso un coronel de
la Guardia Civil al frente de un piquete y desde la tribuna se dirigió a sus señorías:
- Señores, de aquí no sale nadie
hasta que hayan elegido un presidente.
Y lo eligieron cagando leches.
No es cuestión de llamar a la Guardia Civil para que ponga orden, que
las escopetas las carga el diablo, pero sí debería haber alguna ley que no
permitiera a los diputados salir del recinto hasta que cumpliesen con su deber.
Con una reducción del rancho según fuese pasando el tiempo.
O como comentaba el otro día con Quiosquera y después he leído en un
artículo de Andrés Aberasturi: los 350
diputados que no han sido capaces de elegir presidente deberían quedar
incapacitados para presentarse a unas nuevas elecciones.
De ser así, ahora tendríamos un gobierno en plenas funciones… o 350
inútiles menos.
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