sábado, abril 29, 2017

Belize

Se me amontonan los acontecimientos. Me gustaría escribir según un plan organizado y resulta que siempre acabo improvisando. Ahora la culpa es de Jordi Pujol Junior que ha ido a dar con sus huesos en la cárcel. Hace tiempo que asumí ser incapaz de entender el poder ejecutivo, aun sabiendo que lo forman personas más preocupadas por su bolsillo y la intención de voto, que por resolver los males que aquejan a España. No me ha costado mucho hacerme a la idea de que el poder legislativo está ahí para servir de palmeros al gobierno o a la oposición. ¡Pero el poder judicial…! ¡Por Dios, estos son profesionales! ¿Cómo se puede estar investigando a la familia Pujol desde la década de los ochenta y, más profundamente, durante el último lustro, y que ahora les entren las prisas con la única excusa de que podrían ocultar pruebas? Los Pujol pueden ser cualquier cosa menos tontos, y sería de muy tontos no haber aprovechado los últimos años para “apañar” la herencia del avi Florenci. A burro muerto, la cebada al rabo. Otros pasaron o están pasando algunos años en la cárcel siendo detenidos a las pocas horas de salir a la luz su escándalo. Claro que la familia del “nolt”-honorable no es la única: véase el caso Urdangarín.

Las prisas me vienen porque Belize estaba dentro de mi plan de producción y lo he tenido que adelantar por su relación con Pujol.
El Caribe tiene unas hermosas playas pero unos puertos de juguete; en realidad apenas tiene puertos: a lo sumo una bahía, más o menos cerrada, donde han construido un muelle para el atraque de barcos. Bien, pues Belize, ni eso. El puerto más grande no tiene capacidad para que aparque un crucero; tuvimos que echar el ancla a una milla de la playa y desembarcar usando los botes salvavidas. O un catamarán, no me acuerdo. En el muelle (?) nos esperaba Herminio, un maya de los que escaparon de la espada de Cortés y Pedro de Alvarado. Por su porte, bien podría ser descendiente directo del cacique Lempira. En cuanto me echó la vista encima, me agarró del pescuezo y me arrastró al principio de la fila.
- Usted se pone aquí; va a dirigir el grupo. Y no deje que lo adelanten.
¡Cualquiera le rechistaba! Vestía traje de camuflaje y sombrero de abrecaminos en la jungla. Sólo le faltaba el machete.
En el autocar me hizo sentar en el asiento justo detrás del conductor.
- ¿De dónde vienen ustedes?
- ¿Nosotros? De Barcelona –contesté-.
- ¡Hombre, Cataluña! O sea que conocen al señor Poyul.
- ¿A quién?
- Al que manda. A ese que tiene dinero y propiedades en todos sitios.
- Jordi Pujol.
- Eso, el señor Poyul. Aquí también tiene.
¡Manda güevos! Aquí sin enterarnos y resultan que hasta en Belize lo saben. Y no será porque algunos periódicos españoles no denunciaran el tema. Banca Catalana costó a los españoles 345.000 millones de pesetas  y la denuncia del caso se le achacó al gobierno de Felipe González que, al parecer quería destruir a los nacionalistas. En la manifestación de apoyo al president, que se organizó de forma “espontánea”, oí (leí) por primera vez lo de “nos roban”, aunque en aquel momento Pujol se refería a la honorabilidad. Con lo fácil que hubiera sido preguntar a cualquier belizeño.

Herminio se pasó toda la jornada haciendo referencia al señor Poyul y sus mangoneos. Y a los ingleses.
- Aquí hablan inglés el 40% de la población; bueno, ahora más porque es obligatorio en la escuela. La mayoría de la gente habla español, no en balde nos llaman la Honduras Británica. Nuestros billetes llevan la efigie de la señora inglesa, pero cuando era joven –se ríe-.
- ¿Cómo es que habiendo sido colonia británica hasta hace bien poco y siendo Isabel II la jefe de estado del país, en Belize se conduce por la derecha?
- ¡Ahhh! Eso es otra historia. Antes no era así, pero cuando se proyectó la Autopista Panamericana dijeron que no pasaría por aquí por la dificultad que suponía que en un tramo se condujese por la izquierda. Entonces el gobierno cambió la ley y determinó que se condujese por la derecha. Luego, la autopista se fue por el Pacífico, atravesó por Guatemala y nos quedamos sin ella, aunque ya no hubo forma de volver a la normativa británica.
Después de la visita a las ruinas de Altún Ha y de rendir homenaje a los dioses mayas (Quiosquera subió a la cima de la pirámide más alta y anduvo dos días con dolor en las pantorrillas y en el cuádriceps), nos dirigimos a un poblado en busca de la pitanza.
- Vamos a tomar una comida típica de Belize y el Caribe –empezó Herminio-.
- Arroz con frijoles y pollo frito –lo cortamos-.
- ¿Ya estuvieron antes aquí?
- No, es que llevamos una semana de crucero y fuera del barco no hemos comido otra cosa. ¿También le daban frijoles al señor Pujol?
- ¡Ah, no sé! Del señor Poyul sólo sabemos cómo maneja los dineros.

Por la tarde nos tocó navegar por el Viejo Río Belize (Old River). Previamente estuvimos contemplando un puñado de iguanas que, por lo que explicó Herminio, estaban en plena berrea.
- Los machos son mucho más grandes. En la época de celo toman esos colores anaranjados que ven.
En efecto, los machos eran de vivos colores, mientras las hembras, color lagartija, andaban por allí como si no quisieran destacar en el paisaje. Lo que no entendí es cómo los machos, tan vistosos, perseguían a las hembras en vez de ser al contrario, porque los que estaban buenos eran ellos. Vamos, que si en comparanza, yo hubiera sido como las iguanas, me habría hecho de rogar antes de dejarme ligar por una tía (de ilusión también se vive, ¿o no?).
- Bajaremos por el río hasta la desembocadura. Si tenemos suerte veremos cocodrilos y monos aulladores; quizá monos no, pero los oiremos aullar.
Los negros caribeños son raros; quiero decir que su fisonomía es muy diferente al afroamericano: tiene las facciones más parecidas a los europeos y el color es más chocolate que betún. El piloto de la lancha era de estos. Bajábamos como si se nos fuera a escapar el barco (el del crucero) y, de pronto, aminoraba la marcha hasta ponerse a velocidad de paso por la puerta de un colegio; oteaba un poco y señalaba con el brazo: ¡cocodrilo! Iban de uno en uno y aparecían tomando el sol en la orilla o con la boca abierta sobre un tronco. Sin inmutarse.
- Son de plástico –dije a Quiosquera-, fíjate que el piloto sabe exactamente dónde están.
- ¡Que no, que no! –Herminio me había oído-. Son de verdad.
- Entonces es que están amarrados al tronco.
- Eso será cuando venga… ¿cómo se llama…?
- Puyol –contestó el piloto-.
- Eso. A lo mejor los amarran cuando venga Poyul.
En uno de los recovecos del río estaba el padre de los cocodrilos; al menos el padre de los cocodrilos de Old River: más grande que los que cazaba Cocodrilo Dundee. Pareció que se movía. ¡Qué diantre! Pegó un revoloteo y saltó al agua. Alguna de las pasajeras gritó. Vaya, por los menos uno era de verdad y estaba suelto.
Los monos fueron otra cosa. Verlos, los vimos; oírlos, no. Era la hora de la siesta y estaban todos estirados panza abajo en las ramas de los árboles que jalonan el río, con los brazos colgando. Se ve que la hora de la siesta no se la pagan y estaban todos de espaldas al río, de modo que fue imposible fotografiarlos de frente. Fotos de cara, ni una. Pero culos… ¡que culos más hermosos!



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