La llave
Desde que el ser humano tomó conciencia del sentido de
propiedad, ha estudiado la manera de mantener sus pertenencias fuera del
alcance de otros humanos de dedos largos y conciencia poco escrupulosa. Se me
antoja que una de las primeras cosas que intentó hacer valer fue la
inviolabilidad de su domicilio y, para ello, inventó la puerta. Probablemente,
el primer mecanismo de seguridad sería una estaca apoyada por el interior, a la
que seguirían la tranca, el pestillo, el cerrojo… Todos ellos instrumentos que
funcionaban desde el interior, lo cual dejaba las propiedades indefensas cuando
el propietario abandonaba la casa (choza, cueva o lo que fuese). No es hasta el
siglo VII antes de Cristo que Teodoro de Samos inventa la llave (dice la
Wikipedia), instrumento cuyo tamaño va en función del valor de aquello que debe
proteger; es decir, una llave, cuanto más grande, más segura. Y eso ha sido así
hasta el siglo XIX, momento en que Albert Hobbs, primero, y Linus Yale,
después, empezaron a fabricar llaves en que primaba la ingeniosidad del
mecanismo interior, sobre la robustez de la cerradura (http://enigmasymitos.blogspot.com.es/2010/04/breve-historia-de-la-cerradura.html). Finalmente, Fichet, Arcas Soler y
otros inventaron el llavín, que es como el enano de Juego de Tronos:
chiquitillo y enclenque pero es el que corta el bacalao.
Lo cierto es que la llave ha tenido usos que nada tienen que
ver con su función principal. Me centro en el más común dentro de casa, del
coche o del avión: la llave es el juguete perfecto para entretener a los niños
cuando se ponen cafres. Digo mal: ERA el juguete perfecto, porque si hoy le
damos al niño un llavín, lo normal es que se lo trague y nos dé el día. Claro
que si le damos el código del móvil o el pasguor de la cuenta corriente…
En mi casa no hemos sido aficionados a las fotos, al menos
no lo fuimos hasta que la tita Flora vino de vacaciones un verano y trajo una
máquina de retratar Kodak. Hasta entonces, debía andar yo por los 4 años,
apenas 3 o 4 fotos mías o de mi hermana andaban pro casa. Hay dos que destacan:
-La primera de ellas (última en el tiempo) me muestra sobre
un caballo de cartón en la Plaza Bib-Rambla.
-En la segunda aparezco sentado en una silla, con cara de
cabreo y una llave en la mano. La que me dio mi madre para ver si se pasaba la
barraqueta y me podían retratar. A falta de sonajero…
En el verano del 63 mi padre se empeñó en que nos fuéramos
un mes a Lanjarón a tomar las aguas. En realidad, quería que acompañásemos a la
abuela Adela mientras tomaba su ración de Capuchina. Aquí estuvo también mi
hermana pequeña; a la mayor la llevó mi padre a Ceuta para que ayudase a la
tita Flora, que iba por su cuarto embarazo. Lo de Lanjarón era un aburrimiento:
por la mañana, mi madre acompañaba a la abuela a tomar el agua y aprovechaba
para hacer la compra; mi hermana y yo nos instalábamos en el balcón y hacíamos
lo posible por entretenernos. Después de comer tocaba siesta, que también era
un tostón dado de aún no le había tomado el gusto a tan saludable costumbre.
Por la tarde nos íbamos al balneario para tomar unos vasos de agua de la Salud.
Una mañana subió la dueña del bloque y estuvo hablando muy
cabreada con mi madre. María Romero bajó a la calle; la vi hablando con un
señor mayor y mirando hacia arriba. Me mosqueé porque parecía que hablaban de
nosotros (mi hermana y yo, que jugábamos en el balcón). Mi madre subió un poco
alterada pero sonriendo.
-¡Serán idiotas! ¿Cómo puede un niño soltar semejante
gargajo?
Por lo visto al buen señor le habían enviado un galipo desde
las alturas y nos culpaba a mi hermana y a mí. María Romero no tragó: un niño
escupe saliva pero en ningún caso suelta un pollo ya criado. Cuando bajamos más
tarde, todavía quedaban restos en el suelo: viendo aquello uno tenía que pensar
en aquellos personajes de película del oeste apegados al orujo y al tabaco
mascado, que eran capaces de acertar a una mosca con un lapo.
Me he apartado del tema de la llave. Ya me pasa como a mi
abuelo Antonio: empiezo a contar una cosa, entro en detalles y, cuando me doy
cuenta, resulta que he cambiado de historia. Lo que yo quería contar es que,
dos o tres días antes de que acabasen las vacaciones, aparecieron por la
Lanjarón el tito Manolo, la tita María Rivas y el primo Manolico el del Cortijo
Bajo. También iba Albertina, pero hacía poco ruido. Pasamos el día de familieo
y, me parece recordar, que se quedaron aquella noche. Pero como las vacaciones tocaban
a su fin y yo estaba hasta los pelos, pedí permiso y me volví con ellos. Por
aquello de que el aparato ortopédico no se doblaba con facilidad, yo iba
delante con el tito Manolo y detrás iban el Manolico y la tita María, que
llevaba en brazos a Albertina. El tito ya había pasado la etapa del Biscúter y
la Vespa y ahora conducía un Gordini. En España, y en particular en Andalucía,
también estábamos cambiando los caminos polvorientos por carreteras asfaltadas.
Pasado Motril, Albertina ya estaba cansada y empezó a dar la lata. Como era
obligado, la tita María Rivas le dio la llave de casa para entretenerla y,
tanto se entretuvo, que se quedó dormida. Antes de llegar a Torrenueva (o
después, qué sé yo) llegamos a un tramo en obras; habían echado la grava pero
todavía estaba sin asfaltar. Mi tío entró despacio; aun así, el coche dio un
recalcón, Albertina despertó asustada, levanto los bracitos, abrió la mano… y
la llave salió disparada por la ventanilla. Paramos y el primo Manolico
retrocedió 20 metros hasta encontrarla. No hubo problema porque la llave era de
las de entonces; si hubiera sido un llavín todavía estaríamos buscando. O el
tito Manolo habría tenido que recurrir a Rafael el Cascarones para que le
forzara la cerradura.
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