In Hoc Signo Vinces
De entre las fiestas populares granadinas, el Día de la Cruz
alumbra con luz propia. Es una fiesta que no es fiesta aunque, cuando llega la
tarde, todo el mundo se pone la camisa blanca y el clavel en la solapa y se
echa a la calle a disfrutar de una velada inolvidable. Esta fiesta, que se
celebra en muchas localidades españolas e hispanoamericanas, tiene varias historias
en que basar su tradición. Elijo la que sigue porque es la que a mí me gusta.
En vísperas de la batalla del Puente Milvio (principios del
siglo IV) el general romano Constantino vio en sueños (en la película la ve en
directo) una cruz en el cielo con el lema “Con esta señal vencerás”. Mandó
poner la cruz en lábaros y estandartes y, al día siguiente, deshizo las huestes
del emperador Majencio, proclamándose emperador sin opositores a la vista.
Puesto que la cruz era uno de los símbolos cristianos, él mismo se convirtió al
cristianismo y mando a su madre, Santa Elena, a Jerusalén para que buscara la
Vera Cruz. La Santa indagó y torturó a quien hizo falta hasta que halló tres
cruces en una gruta de lo que supuso Monte Clavario. Como no tenía ni idea de
cuál de las tres era la que correspondía a Jesús, mando traer una moribunda y
la fue tocando con cada una de las cruces. Al tocarla con la tercera, la mujer
se levantó sanada. En procesión espontánea se dirigieron a la capital de los
judíos; en el camino encontraron el entierro del hijo de una viuda, el cual
resucitó al contacto con la cruz.
Después de que los persas la mantuvieran secuestrada unos
años, la cruz se dividió en unos cuantos trozos, que fueron enviados a Roma y
otras ciudades de la cristiandad. Uno de los cachos fue dividido en pequeñas
astillas para que hubiese reliquias para todos; el cacho más grande quedó en
Jerusalén. Cuando, muchos años después, Saladino puso en jaque a los cruzados
cristianos, el rey de Jerusalén salió a su encuentro, portando la Vera Cruz,
que habría de darle la victoria sobre los sarracenos. Se encontraron junto al
lago Tiberiades: Saladino había tomado posiciones en la orilla, en contra del
sol, mientras que Guido de Lusignan ocupó el Monte Hattin, lejos del agua. Al
cabo de un par de días, las tropas cristianas habían agotado las reservas de
agua y estaban frititos de sed; por si fuera poco, Saladino prendió bolinas y
pendejos y los soltó de modo que el viento los llevase hacia el enemigo. Guido
atacó a la desesperada y los moros barrieron las huestes cristianas; el mismo
rey de Jerusalén fue hecho prisionero y su aliado, Reinaldo de Chatillon, dejo
la cabeza sobre el suelo de la tienda de Saladino. Era el 4 de julio de 1187.
De la Vera Cruz nunca más se supo.
Mayo de 1968 me pilló residiendo en el Colegio Mayor de San
Bartolomé y Santiago. El diario IDEAL de Granada recordó que los alumnos de
este centro hacían cruces de mayo en otros tiempos. Los alumnos veteranos recogieron
el reto y, para salir del paso, montamos una cruz muy sencilla en el magnífico
patio central del colegio. Al año siguiente ya estábamos preparados y, esta
vez, a la altura de las circunstancias.
Nuestro monumento estaba hecho con
flores sobre la base de una cruz de Santiago, que por algo llevábamos su
nombre. El suelo, también de flores, representaba los cuatro cuartos del escudo
nacional, con la granada en el centro. Nos quedó de maravilla lo que, añadido
al marco natural del patio, hizo que tuviésemos multitud de visitas.
Andaba yo por el patio observando a la gente, mientras
echaba un cigarrillo, cuando un fulano se plantó delante de la cruz, puso los
ojos como platos, exclamó un “¡coooño!” muy descriptivo y salió corriendo a la
calle para volver con 6 o 7 individuos más:
- Mira, tío: la cruz
del Celta de Vigo.
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