lunes, diciembre 13, 2010

De lenguas y negocios

Recibo un e-mail que reproduce una carta de Quim Monzó a La Vanguardia poniendo de manifiesto que la Generalitat ha sancionado a 94 empresas por no etiquetar sus productos en castellano. Digo bien: la Generalitat ha sancionado a 94 empresas por no etiquetar sus productos en castellano. Monzó se pregunta (con razón) cuál habría sido la reacción de determinados medios de comunicación si las multas se hubiesen producido por no etiquetar en catalán.
Esta misma mañana oigo en Onda Rambla que un comerciante del Paralelo ha sido sancionado con 500 ó 1.000€ (al final no me he enterado de la cifra) porque su negocio aparece rotulado como Paralelo en lugar de Paral·lel. En la tertulia se critica (con razón) la despedida del tripartito en materia de lengua y se revindica el derecho de cada cual a rotular como mejor crea que le va a ir a su negocio.

Hace bastantes años, el Honorable Pujol declaraba que en Cataluña no había ningún problema de lenguas. Y era verdad. Cataluña, y en particular Barcelona, ha sido siempre lo suficientemente cosmopolita para aceptar en su seno a gentes venidas de cualquier parte del mundo sin importarle mucho el idioma en el que intenten hacerse entender, sobre todo si éste idioma es el castellano. Son los políticos, los de aquí y los de allí, quienes pretenden enfrentar a las personas en busca de obtener mejores réditos electorales. Son los políticos y sus perrillos falderos, colocados hábilmente en las redacciones de los periódicos, quienes están consiguiendo que volvamos al viejo tópico de que todo lo que se hace en Madrid es para perjudicar a Cataluña y todo lo que se hace en Cataluña es para independizarse de Madrid.

Este verano mientras hacíamos la compra en el centro comercial Gran Plaza de Roquetas de Mar, situado frente al Monumento a la Peseta, se me ocurrió mirar hacia la parte alta de la estantería donde nos aprovisionábamos de productos lácteos. Leche, Esne, Leite, Llet...
En los cuatro idiomas oficialmente reconocidos en España. Me quedé sorprendido; allí no pasaba nada. Ni la gente estaba molesta porque Eroski utilizase idiomas distintos a la “lengua del imperio”, ni nadie hacía el boicot a un comercio que situaba otras lenguas a la altura del español. Aunque, tal vez, los clientes no han advertido la desfachatez de semejante circunstancia y esperan a que algún político los alerte…

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