martes, noviembre 09, 2010

Caleidoscopio papal

Llegó, se expuso y se fue. Crónica breve de la visita del Papa a Barcelona.
A esto podría reducirse la visita papal a la Ciudad Condal en lo que a mí respecta, pero un suceso que ha hecho correr tantos ríos de tinta y ha enfrentado tantas ideas se merece algo más. Por de pronto me recuerda nuestra poca cultura para con los números ordinales, y es que, a partir de décimo, las pasamos canutas para dar con ellos y preferimos recurrir al cardinal correspondiente. Así, somos capaces de hablar de Alfonso Décimo el Sabio, aunque continuemos con Alfonso Doce o Alfonso Trece y nos refiramos a Pío Doce, Juan Veintitrés o Benedicto Dieciséis (Benet Setze para la ocasión). Si la memoria no me falla, lo correcto sería hablar de Benedicto Décimosexto o Benet Setzè, a menos que nos empeñemos en llamarlo Benedicto Dieciseisavo, siguiendo el ejemplo de un antiguo ministro que está dispuesto a igualar el registro de Fraga en cuanto a disfrute de coche oficial.

La polémica se ha centrado en dos aspectos fundamentales: qué hace en un estado que se autodenomina laico el jefe espiritual de la Iglesia Católica y por qué hemos de pagar el viaje los barceloneses.
Como casi siempre, los que se muestran contrarios a la visita papal y al dispendio que ocasiona son los que defienden el derecho de los musulmanes a que el gobierno les levante una mezquita y disculpan a ciertos mandatarios que meten mano en el cajón para sufragar asociaciones de dudosa utilidad. Y, como casi siempre, los que aplauden la visita del Papa y justifican el dispendio son los que se escandalizan cuando otras confesiones religiosas reclaman subvenciones para fomentar su culto o exigen mostrar en público los signos externos de su fe.

¿Por qué vino el Papa a Barcelona?
Entiendo que es el quid de la cuestión. O el Papa se montó un viaje privado o el Papa fue invitado a consagrar la Basílica de la Sagrada Familia.
Si el Papa llegó como invitado, no hay más que hablar: quien invita paga y cuida de su invitado para que su estancia sea cómoda y placentera.
La discusión tendría sentido si el viaje del Papa hubiera sido privado, en cuyo caso, el estado español sólo estaría obligado a velar por su seguridad como, por ejemplo, hizo durante la visita privada de la familia Obama (las pirracas de la familia) a Granada.
Podría darse un tercer supuesto: el Papa viene a Santiago a ganar el jubileo y se aprovecha su estancia para que consagre la Sagrada Familia. En este caso, es de suponer, la invitación habría partido del Arzobispado de Barcelona que debería (sus fieles católicos) correr con todos los gastos salvo los de seguridad.

Trastornos a los ciudadanos
Lo que no cabe duda, después de ver algunas imágenes en televisión, es que la gente se lo pasó pipa: unos aclamando a su jefe espiritual y otros expresando su rechazo a la visita. Los perjudicados fueron quienes no participaron en ninguna de las manifestaciones que, una vez más, vieron como Barcelona quedaba partida por la mitad impidiendo que la gente pudiera desplazarse con una cierta comodidad. Igual que el día del Triatlón, la Cursa del Corte Inglés o la Maratón de Barcelona. Bueno, no. Ésta última es peor porque el itinerario cerca toda la parte baja de la ciudad e imposibilita entrar o salir de ella. El itinerario asignado al Papa permitía rodear el rebaño y llegar, más o menos, al lugar previsto. Quienes no tuvieron opción fueron los vecinos que se vieron obligados a demostrar a cada paso que no eran terroristas.
Urge construir el Manifestódromo en las grandes ciudades españolas; en las grandes y en las pequeñas. Hubiésemos llevado allí al Papa para que fuese aclamado por sus fans y, luego, trasladado a la Sagrada Familia con la seguridad estricta y necesaria para que no nos armasen un pitote en casa.


Rentabilidad de la visita
Lo que más insistentemente ha trascendido es que la visita papal ha costado 2,5 millones de euros a los barceloneses. Lo que los medios oficialistas han remarcado es que la visita de Benedicto ha dejado unos ingresos de 25,2 millones de euros a los comerciantes, hoteleros y restauradores de Barcelona, amén (y nunca mejor dicho) de unos 3 millones más en concepto e proyección publicitaria de nuestra ciudad. Claro que a la mayoría nos ha tocado pagar. Pero como dijo Josep Borrell siendo ministro: “A mí no me preocupa la deuda pública porque, en definitiva, es dinero que un español debe a otro español”. A un servidor tampoco le preocuparía el gasto del viaje si en “mi” quiosco se hubiesen vendido estampitas, banderas amarillas y otros recuerdos por valor de, pongamos, cien mil euros.
Además de los beneficios económicos, no hay que desdeñar que parte de la celebración religiosa se hizo en catalán y que, probablemente, haya sido la vez que más personas han oído a la vez hablar en nuestro idioma. Más incluso que cuando Andorra entró a formar parte de la ONU.

Los colores
La leyenda, empeñada en enaltecer los valores bélicos, cuenta que el Escudo de Cataluña aparece en tiempos de Wifredo el Velloso cuando ayudó a Carlos el Calvo en una decisiva batalla contra los normandos. El rey franco obsequiaría al Conde con un escudo con fondo de oro sobre el que, el mismo rey, trazaría las cuatro barras con sus dedos mojados en la sangre del Conde de Barcelona.
Otra leyenda, rescatada ésta por Marcelo Capdeferro, cuenta que el escudo es de la época de Pedro II que se trasladó a Roma para ser coronado por el Papa, rendirle vasallaje y adherirse a la Cruzada contra los Albigenses o Cátaros. En recompensa, el Papa Inocencio permitiría al Rey de Aragón usar los colores del Vaticano (amarillo).
Aunque hay documentación de que el escudo cuatribarrado sobre fondo de oro ya era utilizado por Alfonso II de Aragón, padre de Pedro, pudiera ser que Benedicto XVI diera por buena la leyenda y hubiese venido a Barcelona a cobrar sus derechos de vasallaje.

Resumiendo: la visita del Papa nos ha tenido entretenidos unas cuantas semanas y ha sido disfrutada por unos y padecida por otros durante unos días. A partir de ahora, se irá diluyendo en el olvido aunque siempre queden motivos para entablar una discusión.

Y es que en el mundo traidor
nada es verdad ni es mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira.
Ramón de Campoamor.

Y es que el viaje del Papa puede mirarse con muchos cristales; incluso con un caleidoscopio.
Por si no ha quedado claro, yo no esperé al Papa; es más, me quité de en medio para no estorbarle ni que me estorbara. Y como tanto el itinerario como los horarios habian sido publicitados con profusión, pude montarme los míos propios de modo que no coincidiésemos. Así que, para mí, la visita del Papa fue mucho más agradable que la celebración del último Triatlón.

P.D.- En las imágenes que televisión transmitió desde Santiago eché de menos la figura de O Cura de Fruime.

1 comentarios:

A las 4/12/10 02:28 , Blogger kioskero ha dicho...

No viste a un "O cura" con un peridico en la mano?, pues era ese.

 

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