miércoles, septiembre 29, 2010

Coimbra


El día amaneció gris tirando a negro. Después de la caminata de la jornada anterior, nos iba a venir bien una etapa en que predominase el desplazamiento en coche. La previsión se centraba en una visita a Coimbra, ciudad que me sonaba como poseedora de una afamada universidad, y un vistazo rápido a Fátima; esto último, en función de la cantidad de gente que encontrásemos y del grado de fanatismo que percibiéramos.
La lluvia no se hizo esperar; las gotas apenas llegaban al suelo pero se fue animando a medida que pasaban los kilómetros. Maria Angustias mugió. No he dicho que, cuando tengo la posibilidad de asignar sonidos a distintos eventos, opto por los ruidos que evocan el evento o que yo interprete como tal. Cuando Maria Angustias muge, es que nos aproximamos a una estación de servicio donde, tanto el vehículo como las personas, podamos repostar. No habíamos echado gasolina desde que abandonamos tierras gallegas y la aguja me indicó que era el momento oportuno. En Portugal también se ha instalado el autoservicio y tampoco se fían de los conductores: primero pagas, luego repostas. Mientras Quiosquera (es la titular del Ministerio de Hacienda, Trabajo y Fomento de nuestra casa) se dirigía a la ventanilla, me fijé en los precios: sem chumbo 95 a 1,409€/l. ¡Coooño!
- ¡Quiosquera, pide gasolina sin chumbo que como nos lo cobren hay que volverse desde aquí!


Quiosquera no se enteró de lo que le estaba diciendo pero me hizo caso y nos ahorramos el chumbo. Cuando le enseñé el cartel empezó a descojonarse (por el chumbo) y a ponerse pálida (por el precio).

Llegamos a Coimbra en medio de un claro; apenas llovía. María Angustias nos condujo hasta un aparcamiento cercano al mercado y, al salir al exterior, se me empezaron a poner los pelos de punta: Coimbra no tiene siete colinas como Roma, pero la que yo veía era para subir a la cumbre en funicular; de cremallera, claro.


Me hice la foto pertinente junto al quiosco de la esquina sin enrollarme con el quiosquero ni nada y entramos en el primer bar que pillamos; era preciso acumular fuerzas antes de emprender la subida. Por dentro el bar parecía una catedral. Mientras daba cuenta de un café con leche y una madalena de la tierra (fotocopia de la que me tragué en Oporto), me entretuve leyendo la carta de bebidas, bocadillos y combinados. En la portada explicaba el origen del bar: un antiguo palacete gótico.


De ahí que nos hubiese sugerido un edificio religioso en vez de un espacio profano.

Fuera llovía a cántaros, sin embargo, cuando ya nos disponíamos a enfundarnos los impermeables, amainó. Habíamos observado que algunas calles o plazas se denominan “largo de…”. La calle por la que iniciamos el recorrido era peatonal y más larga que un día sin pan pero se llamaba simplemente Rúa do Visconde da Luz; la seguimos hasta la Praza do Comercio, frente a la que se abre el Arco de la Almedina, y allí empezaron nuestros problemas; la calle subía casi en ángulo recto (me acordé de Edurne Pasaban) y alternaba rampas y escaleras.


Al final de cada tramo, una escultura representaba a un típica portuguesa (del campo, naturalmente) que portaba un cántaro de agua, una cesta de frutas o un manojo de verduras; para auxiliar a los escaladores, supongo.
- ¿Cómo se les habrá ocurrido hacer las calles con tanta pendiente? –preguntó Quiosquera-.
- ¿Pendiente? ¡Están EMPINADAS, EMPINADAS! Seguro que estos portugueses las riegan con Viagra.

Cerca de la catedral (la Sé Velha) empezamos a comprobar que los portugueses también son graciosillos a la hora de hacer pintadas. En una pared rezaba: “Sé feliz. Mata nazis” (traducción libre). En el Largo Sé Velha había unos cuantos coches aparcados; luego era posible ascender a la cumbre por calles más anchas y menos empinadas, descubrimiento que ya nos daba igual puesto que llevábamos los hígados entre los dientes.


Mi guía de bolsillo dice textualmente: “Su Sé Velha es una joya del románico contemporáneo portugués y se empezó a construir en 1164”. No me quedó claro si la catedral estaba recién acabada en un estilo moderno que imitaba al románico o que nosotros habíamos viajado en el túnel del tiempo hasta el siglo XII. Lo que sí estaba claro es que la fachada de la derecha, según se mira de frente, era de un estilo más moderno. Y el claustro, al que no pudimos entrar por no estar abierto al público, es una pequeña maravilla gótica (según las fotos que lo anunciaban).

Quedaba asomarse a la Universidad. Por el plano parecía que estaba allí mismo pero aún nos quedaba sufrir un poco. Las calles disminuyeron la pendiente y aumentó el tamaño de los ripios que formaban el pavimento, que, en este caso, no podía llamarse firme ya que invitaba a que los cuerpos adoptaran un equilibrio inestable. Y al volver una esquina… Al volver la esquina, un cartel pegado a la fachada indicaba el buen humor del Ayuntamiento de Coimbra. Más o menos venía a decir: “Apesar das recomendações contínuas, os lixos não saíram à rua na bolsa adequada. Assinalamos-o qu' vai-se reforçar as medidas de vigilância e que as coimas vão doer" (A pesar de las continuas recomendaciones, las basuras no se sacan a la calle en la bolsa adecuada. Les advertimos que se van a extremar las medidas de vigilancia y que las multas van a doler).


Para construir la universidad da la impresión de que los portugueses “amesetaron” la cumbre de la colina, convirtiéndola en el único espacio plano de la ciudad. Claro que para llegar a esta planicie había que demostrar una vocación ciega en la carrera elegida, vocación que quedaba probada por el ascenso diario de los vericuetos que conducen al campus de la primera universidad portuguesa y la que goza de mayor prestigio internacional. Accedimos al recinto por el edificio que albergó el primitivo centro que, da la sensación, ha sido modificado en infinidad de ocasiones y ahora es de estilo “revortiyo” flamígero. Las facultades con edificio propio (Medicina, Ciencias, Letras, Matemáticas) son de estilo moderno: hierro y cemento. El ascenso en coche debe hacerse por la calle que desemboca junto a la Facultad de Matemáticas, es decir, por el lado contrario a la falda que habíamos escalado nosotros. Y, por supuesto, desde la explanada de las facultades se pueden obtener las mejores fotos panorámicas de Coimbra.


Dado que en línea recta (casi vertical) estábamos aparcados en la zona de grandes pendientes, bajamos por el mismo lado de la colina, si bien tomamos otro sendero. Resultó un camino más corto pero más empinado si cabe. Por esa cara no hubiese podido llegar a la cima ni siquiera atado a la cuerda de Edurne. La bajada requería estar muy atento al lugar donde se pisaba; sólo para alargar el viaje, porque un resbalón te llevaba junto al río en pocos segundos. Tan concentrados estábamos en el camino, que pasamos junto a la Sé Nova sin enterarnos. Lo que sí vimos fue el ascensor que bajaba desde la terraza del mercado hasta el parquin donde teníamos el coche.

Era demasiado temprano para comer, así que volvimos al bar gótico y tomamos un bocadillo. Yo lo pedí de jamón serrano que, en portugués, se dice presunto. Juro que es totalmente inocente; cualquier parecido con el jamón es pura coincidencia: dos semanas de sal y quince días al freso con un serrucho al lado. De ahí que en los supermercados, el jamón español se denomine presunto curado.

Cuando subimos al coche, se reanudó la lluvia que había quedado en suspenso durante nuestra visita a la ciudad.

1 comentarios:

A las 1/10/10 09:05 , Blogger Juan Manuel ha dicho...

Uff! Con estos pedazos de post que pones, amigo Antonio, uno necesita tiempo para leérselos, eh? Así que espera un poco, que prometo escribir algo en los próximos días. Y de paso; ¿por qué no te pones en contacto con alguna editorial de guías de viajes? Seguro que te "contratan", vamos...

 

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