miércoles, septiembre 15, 2010

Judith


A veces no hace falta viajar para adquirir conocimientos sobre cómo viven otras gentes y cómo son las costumbres de su tierra. Desde unos años acá son muchos los inmigrantes que han venido a España en busca de su particular Eldorado, y luchan por abrirse camino en esta selva de adoquines y asfalto. Otros ni siquiera sueñan con encontrar esa tierra legendaria de riquezas; les basta un trabajo que les permita vivir y mandar unos euros a su familia, quizá sus hijos, que quedaron allá. Buscan hacerse un hueco entre los nativos españoles y poco a poco van adaptándose a nuestras costumbres; pero no renuncian a sus tradiciones: sería renunciar a sus raíces, traicionar a sus ancestros, negar su propia personalidad como pueblo.

Cuando Mirta nos entregó el sobre, explicó que era la invitación para que asistiéramos al bautizo de su hija. Luego miré el contenido; una tarjeta con la foto de la pequeña y el texto: “Judith te invita a su bautizo y corte de pelo”. Lo encontré extraño pero no quise preguntar para llegar a la ceremonia sin haber hecho ningún juicio previo.

El bautizo se celebró el 11 de septiembre. Habíamos quedado en encontrarnos en la puerta de la iglesia y, cuando llegamos, estaban casi todos: un grupo de bolivianos, unos familiares y otros amigos, que están en España trabajando para mejorar sus condiciones económicas y que se apoyan los unos a los otros para no perder el conocimiento de su cultura y el calor de su tierra. Quiosquera y yo éramos los únicos “extranjeros” del grupo. Apenas lo notamos, tal fue la gentileza con que nos recibieron y el agradecimiento que nos mostraron por haber accedido a estar allí; agradecimiento recíproco dado que para nosotros fue un honor participar, más bien ser espectadores, de una fiesta de excepción.

La ceremonia religiosa no tiene interés; es cultura católica y, más o menos, ya conocemos su liturgia. El interés estuvo en lo que vino después, en la celebración del rito boliviano, cuyo origen se remonta a épocas anteriores a la llegada de Colón, y que los evangelizadores españoles supieron asimilar al sacramento cristiano. De lo que vi, de lo que me contaron y de lo que he leído después, relato cómo se celebra en Bolivia un bautizo.

El corte de pelo es una tradición que siguen los indios Aymaras y los Quechuas, que denominan Rutuchi o Uma Rutucu respectivamente. El primer corte de pelo del bebé (pelo de vientre) simboliza el desprendimiento de todo vestigio de la impureza del recién nacido (¿pecado original?). El nuevo pelo que crezca pertenecerá o será la expresión del ángel renacido (entronque cristiano). Se lleva a cabo cuando el niño tiene entre 1 y 2 años y constituye el nacimiento social del nuevo miembro. Pero no todo es tan simple. La fiesta se prolonga a lo largo de la tarde-noche y se inicia con la bienvenida a los asistentes por parte de los padres y los padrinos de bautizo de la criatura, que agradecen la presencia de los invitados y les desean suerte mientras derraman la mistura (papelillos picados) sobre su cabeza, gentileza a la que se responde de la misma manera.

La fiesta prosigue con el baile de la cueca en el que participan los padres y los padrinos (en nuestro caso, con las parejas cambiadas). Es un baile sencillo (para quienes saben) en el que los bailarines se ayudan con un pañuelo que sostienen con ambas manos o lo agitan con una sola. Me recordó al programa Raíces, no el Raíces que contaba las desventuras de Kunta Kinte y sus descendientes esclavizados, sino el programa que Televisión Española puso en pantalla en los años 70 y que contaba costumbres y tradiciones de España desconocidas para la mayoría de teleespectadores. Me pareció ver una vez más a mi tío Pepe bailando junto al puente de Huarea y a Antonio el Trovaor y al Niño Candiota desgranando sus versos improvisados.

En un momento preciso, los bailarines se paran y reclaman la presencia del chico encargado de suministrar bebida a los que bailan. Éste se aproxima con la bandeja (charola), ofrece un vaso de vino o cerveza a los participantes y arroja la bandeja al suelo. Los bailarines brindan y beben haciendo una cruzadita con su pareja mientras gritan “hasta el fondo”; el “besar el culo” o “besar culet” que decíamos los jóvenes de mi pueblo y que significa que hay que apurar la bebida. Luego sigue sonando la cueca y continúa el baile. El padrino de orquesta va llamando por parejas a los distintos asistentes, que repiten la representación. La tradición boliviana admite hasta siete u ocho parejas que hacen de padrinos y que participan en el baile de la cueca siguiendo un orden descendente de importancia. Esta primera parte de la fiesta termina con el baile del huayno, en el que todos participan.

Hasta aquí, es sólo la preparación para el Rutuchi propiamente dicho. Mientras los padrinos han ido bailando, los invitados se han visto obsequiados con un plato típico de la tierra de los padres del bautizado. Nosotros tuvimos ocasión de degustar un plato quechua consistente en costillas de cerdo en salsa picante, acompañadas de patatas y unas tortitas de maíz. Mientras tanto han ido llegando otros invitados, por lo general, amigos de los padres y padrinos, que también se unen a la fiesta.

El corte de pelo es la ceremonia final. El primero en pasar es el padrino de bautismo; tras apurar un vaso de cerveza, corta un moñito de pelo con unas tijeras normales y lo deposita en un plato junto a una cantidad de dinero que sirve de guía de lo que aportarán el resto de padrinos, ninguno de los cuales deberá superar esta cantidad. Pasan a continuación los demás padrinos e invitados y repiten la operación. Al final se cuenta el dinero, que deberá ser una cantidad par y redonda. Si así no fuese, el padrino de bautismo está obligado a poner el dinero que falte. El monto total se lía en una guaya, que es la pieza de colores alegres que utilizan las madres bolivianas para llevar sus hijos en la espalda, y se le entrega a la madre del niño para que la lleve durante el resto de la fiesta. Los padrinos son los encargados de velar para que el dinero recogido se gaste siempre en beneficio de su ahijado.
Al día siguiente se acaba de rapar al bebé.

Parece ser que, antiguamente, se quemaba el pelo que se había cortado. Ha cambiado la costumbre y, a cada familia participante, se le da ahora un mechón junto a la tarjeta recordatorio del bautizo (la colita).

En definitiva, fue una forma de celebrar el 11 de septiembre poco patriótica pero muy aleccionadora, rodeados de gentes humildes que han llegado hasta nosotros en un intento de mejorar su condición de vida realizando cualquier trabajo que se tercie, aun cuando alguno de ellos tenga estudios universitarios.

Y al final, entre tanto baile, ligué. Una preciosidad; morena, risueña, simpática y con un sentido del ritmo extraordinario para su juventud. Estuvimos un rato bailando, no sé si la cueca o qué otro baile tradicional quechua. Yo, sentado en mi silla; ella, de pie en la silla de al lado, con sus manos empuñando mis pulgares. Se llama Judith y aún tenía pelo. Si tuviese 55 años menos (yo), Quiosquera iba a tener una dura competidora.

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