lunes, septiembre 06, 2010

Las meigas de Combarro

Cumplido el jubileo y con la absolución do Cura de Fruime, la verdad es que quedaba poco por hacer en Galicia. Tal vez, volver a la Curota por si encontrábamos despejado el mirador, pero a Quiosquera no le hacía mucha gracia retornar sobre nuestros pasos (ni a mí tampoco). Aunque en un principio no estaba prevista la visita a Ourense, por lo que pudiera pasar había echado algún teléfono en el bolsillo. Hice un par de llamadas y encontré el nido sin pájaro, que de haber dado con algún conocido seguro que me encomiendo a San Chiño y me passo a saludarlo. Así que nos dispusimos a decir un adiós provisional a la comunidad (volveré, de eso estoy seguro) y enfocamos hacia la desembocadura del Miño siguiendo, claro está, los amplísimos meandros que nos sugirió María Angustias después de que le dijésemos al oído alguna de nuestras preferencias. Como el cuartel general de los últimos días lo teníamos montado en un hotel cercano a Sanxenxo, nos pasamos por una sucursal de La Caixa en Portonovo para reponer fondos, ya que el poco dinero que nos quedaba se ubicaba muy al final de nuestros bolsillos.


A lo largo del viaje habíamos coincidido con el Ejército del Aire en León y con el Ejército de Tierra en Santiago de Compostela. Faltaba la Armada y le dije a Quiosquera que íbamos a pasar por Marín. Luego, el hombre propone y la mujer dispone. Quiero decir que, en una parada que hicimos en el Mirador de A Granxa (Raxó), la panorámica despertó el gusanillo estético de Quiosquera y me sugirió que bien podíamos pasar de los marineros y dedicar unos minutos a ver aquello que desde allí se apreciaba y que no era otra cosa que el pequeño promontorio donde las casas de Combarro se apiñan y parecen querer abrirse camino hacia la parte alta.
En el hotel nos habíamos aprovisionado de mapas de la zona (por si acaso) y pude chivarle a María Angustias que me mostrase el camino hasta Praza da Chousa, extensa explanada donde no quedaba ni un puñetero hueco para dejar el coche. Me refiero a que no quedaba un hueco donde cupiese mi coche (ahora que ya no necesito tanto espacio para la cartoná, estoy pensando en comprarme un Biscúter), porque en la parte de la plaza más alejada de la playa había un “reservado minusválidos” que sólo estaba ocupado en algo más de medio metro. Detrás del reservado había un vado que, a la segunda vuelta, me pareció suficientemente amplio para dejar mi coche sin que estorbase demasiado, y allí aparqué. Dadas las circunstancias, decidí quedarme en la plaza y echarle un vistazo a los alrededores mientras Quiosquera se adentraba en el pueblo y echaba unas fotos para que yo pudiera hacerme a posteriori una idea del casco viejo.


La plaza no tenía mucho que ver; en la parte izquierda, según se mira a la playa, tres hórreos de piedra decoraban el paisaje y, junto a ellos, arrancaba un “paseo” ligeramente accidentado. Vamos, había cada peñasco que, aunque estaba preparado para que los turistas pasaran, ya fuera mediante escaleras metálicas superpuestas, ya fuera mediante escalones tallados en la roca, me acongojé y me limité a filmar otro par de hórreos que se levantaban muy cerquita de la playa. Volví a la plaza y me puse a inspeccionar los tres hórreos, a la vez que miraba de reojo la pendiente de la calle que subía hacia el centro histórico. En esas estaba, cuando se me acercó una paisana.
- Suba usted por la calle y verá lo bonito que es.
- Ya me lo pide el cuerpo pero cada vez que miro la calle y veo lo empinada que está se me quitan las ganas.
- Pues vaya usted por aquella parte (me señaló el paseo de los peñascos) que al final hay una calle estrechita que tiene menos pendiente.


- Ya. ¿Me permite una pregunta?
- Diga, usted, que yo he vivido aquí toda mi vida y seguro que no encuentra quien le informe mejor.
- Verá… Es que me extraña que, con la humedad que hay junto al mar, haya por aquí tantos hórreos.
- ¡Ah! Es que aquí se secaba el maíz y se guardaba la paja. Por eso, en esta zona, a los hórreos se les llama también pajares.
- No, si eso ya lo imagino, pero tan cerca de la playa…
- Porque también se usan para secar pescado: boquerones, sardinas…
¡Coño! Como en mi pueblo. Sólo que allí los pajares eran mucho más grandes y estaban en alto, ventilados a poniente y levante y al abrigo de la humedad marina. Las sardinas y boquerones los secábamos encañados o en zaranda.
- Y si quiere comer bien, que en este pueblo se come muy bien, no vaya a los chiringuitos de allá –señaló hacia el oeste-. Esos están hechos para los turistas: llega el autocar, los atiborran de pulpo que parece estopa y de vino peleón, y se los llevan tan contentos. Usted suba por la calle de San Roque y vaya a Casa (era el nombre propio de un paisano, pero no me acuerdo). Allí sí que le harán un pulpo en condiciones, o unas zamburiñas, o unas vieiras…
En éstas, por el oeste apareció un grupo de guiris que traían cara de haberse puesto las botas comiendo pulpo.
- ¡Vaya, vaya, –dijo la mujer- que ahí viene la feria! Esos con el dolor de estómago que les va a entrar dentro de un rato no son capaces de subir la cuesta. ¡Vaya usted delante!
- Lo voy a hacer al revés; les daré tiempo a que lleguen arriba y luego subiré yo.
- Ya verá como le gusta el pueblo…
Y salió zumbando para pasar antes que la feria de guiris.


Me quedé sólo. Quiosquera no volvía y empecé a ponerme nervioso. Eso, cuando uno está de vacaciones es malo; así que, cuando pasaron los guiris, le di cuerda a los bastones y me atreví a subir por la calle de San Roque para luego seguir por la calle de la Rúa y volver por Carreiro da Cruz. A lo largo del recorrido pude recrearme en la contemplación de varios cruceiros como el de La Placita (creo), y la calle comercial porticada donde destacaban figuras de meigas a la puerta de los comercios; había expuestas otras brujitas columpiándose. Noté que había pasado un buen rato y no porque mirase el reloj; lo noté porque el dedo gordo del pie chico me echaba chispas y porque los hombros empezaban a dolerme. Inicié el descenso. En ese momento una explosión hizo vibrar el aire y, al unísono, múltiples carcajadas similares a las de las brujas de los cuentos infantiles inundaron el ambiente. Quedé un poco parado hasta que se repitió el suceso. Las explosiones eran producidas por cohetes y las carcajadas provenían de las meigas de los columpios que así respondían al estruendo a la vez que pataleaban al aire.


En la bajada me encontré con la paisana que me había hecho de cicerone y le dediqué unos minutos elogiando las maravillas del pueblo. En la plaza me esperaba Quiosquera que había seguido una ruta diferente y empezaba a ponerse nerviosa a cuasa de mi desaparición.

Nos olvidamos de Marín, de los marineros, y del Ejército del Agua (me parece que no se dice así, pero debiera) e indicamos a María Angustias que tomase el camino más rápido. Llegábamos a Tuy cuando las chicharras empezaban a afinar sus instrumentos para dar la serenata a quienes más tarde quisieran echar la siesta. A Tuy le he tenido repelús durante tiempo: en la escuela había aprendido que el Miño desembocaba en La Guardia y, al llegar al bachiller, resulta que no, que el Miño desemboca en Tuy. La verdad es que después de verlo en directo se me hace muy cuesta arriba admitir que de Tuy hasta el Atlántico no corre el Miño sino que sube un estuario. Allá los expertos en geografía…


Aparcamos en una avenida amplia y buscamos donde comer. Vimos un quiosquillo de madera con un cartel que decía “Información turística”. Estaba cerrado. Sin embargo, una vez matado el gusanillo del hambre, volvimos a pasar y lo encontramos abierto. Una galleguiña enamorada de su trabajo, nos dibujó sobre un plano una ruta para cubrir en un par de horas (de las que, en principio, no disponíamos). niciamos el recorrido por el Ayuntamiento y la Praza do Concello y fuimos a salir a la plaza de San Fernando donde da la fachada principal de la Catedral. Medio iglesia, medio fortaleza, indicaba bien a las claras que los vecinos del otro lado del río habían tenido tendencia a ocupar el altozano de la loma aunque se hubieran dejando el lomo en el intento. Otra vez me surgieron dudas sobre el estilo arquitectónico, dudas que quedaron aclaradas al leer el folleto: iglesia románica a la que después se le añadió el gótico de la fachada principal, que fue la primera obra de este estilo que se erigió en la península. En adelante voy a inventarme un estilo que llamaré “revortiyo” y que aplicaré a todos los monumentos con una cierta antigüedad. Seguro que acierto.
Una vez visitamos el interior, dimos la catedral por vista y nos encaminamos a la salida. Nos adelantó un turista que apareció por un portillo lateral y, en portuñol y por señas, nos indicó que el claustro y el torreón eran muy bonitos; luego se fijó en mis bastones, dibujó una sonrisa de circunstancias y dijo que había muchas escaleras. Dimos la vuelta. Por 2€ que valía la entrada al claustro, ¿quién era el guapo que resistía la tentación de subir unas decenas de peldaños?
El portugués estaba en lo cierto: el claustro, precioso, y las escaleras… las escaleras estrechas y empinadas como a mí me gustan. Llegamos hasta las almenas con la lengua fuera (yo) y contemplamos la mejor panorámica del Miño que puede verse sin echar a volar. Enfrente, Valença do Minho presentaba similar estructura a Tuy, prueba palpable de que los vecinos de este lado también fueron aficionados a hacer turismo de frontera lanza en ristre.


Faltaba subir al torreón. Doce o quince escalones de 40 cm de alzada (cada uno), sin barandilla y abiertos al vacío por un lado. Subí sin pensar. Valió la pena porque, además de la vista del Miño, había una magnífica perspectiva del claustro. A la hora de bajar, me cagué. Bien, no exactamente. No me cagué porque pegué el culo al suelo y fui bajando los peldaños arrastrando los pantalones por la piedra.


El resto de la visita fue un paso volante por el Túnel de la Misericordia y el Túnel y Convento de las Clarisas. Suprimimos el resto del itinerario que nos había marcado la empleada de la oficina de turismo.

Indicamos a María Angustias el siguiente destino, cruzamos el puente internacional y entramos en el extranjero.

3 comentarios:

A las 6/9/10 17:08 , Blogger Juan Manuel ha dicho...

Gracias por la crónica, Antonio. Queda "anotado" Tuy para cuando "toque" ir por esas tierras. De joven tuve varios compañeros que eran de allí, pero no me explicaron demasiadas cosas de su tierra. La cosa se "quedaba" en que eran gallegos y punto.

 
A las 6/9/10 18:21 , Blogger BANDOLERA ha dicho...

¡Juan Manuel, hijo, siempre llegas antes!! (quiosquero, es el cumple de Juan Manuel).

 
A las 7/9/10 12:36 , Blogger BANDOLERA ha dicho...

Como siempre, una gozada. me han encantado las fotos. Hay que ver, quiosquero, como no hay paisano que se te resista... Me he quedado con la duda de si las pendientes te dan "yuyu", porque entonces bienvenido al club. Por cierto, yo no sé para qué os separáis, si luego te preocupas tú, te mueves, llega ella, se preocupa ella.... En fin, un sinfín de emociones que ya imagino... PD- Me quedo con el estilo arquitectónico de marras.

 

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