jueves, septiembre 09, 2010

En Braga y a lo loco

Varios amigos que habían visitado recientemente Portugal nos habían advertido que allí es obligatorio conducir con las luces cortas puestas, aun en pleno día. Tras unas decenas de kilómetros observando los vehículos que circulaban por la autopista en dirección contraria y a los que nos adelantaban, decidí optar por adherirme a la mayoría y apagué las luces. Pronto pude comprobar que los portugueses no se andan con chiquitas a la hora de fijar el peaje de las vías rápidas y consideran que las economías medias tienen menos urgencias que las ricas y, por tanto, deben recurrir a carreteras de segundo orden, las cuales salen gratis para los extranjeros; a los nativos se las cobran en la declaración de IRPF y al aplicarle el IVA a los productos de consumo.


La hora de la merienda nos pilló en bragas y, por similitud, hicimos una breve parada en Braga. “Breve” es una palabra que abarca distintas fracciones de tiempo en según qué circunstancia. En ruta turística, una parada breve es aquella que no suele superar las dos horas. María Angustias, que empieza a conocer mis gustos y preferencias, nos llevó a la Avenida Central, que, como su nombre indica, está bastante céntrica. En el callejeo, hasta que oímos el consabido “ha llegado a su destino”, se nos creó una duda: o en Portugal hay mucho lisiado o Portugal trata bien a sus lisiados. Lo digo porque en cada hilera de aparcamiento para coches, el primero y el último de la fila estaban reservados para “personas con necesidades especiales
Paralelo a la Avenida Central corría un parquecillo que se extendía hasta la Plaza de la República. Por los altavoces se oía música de violines, panderos y castañuelas y, 50 m. más adelante, vimos una carpa que hacía las veces de escenario, donde grupos folclóricos cantaban y bailaban piezas regionales.
- ¡Mira, el festival de música de la Alpujarra!
- ¿La canción típica de Portugal no es el fado? –preguntó Quiosquera-.
- ¿Cuál es la música típica de Andalucía?
- El flamenco.
- ¿Qué se canta en el Festival de Música y Baile de la Alpujarra?
- Mudanzas, robaos, trovos...


- Y ni un puñetero fandango, ni se ven trajes de gitana, ni nada que tenga que ver con el cante hondo. El flamenco y el fado son dos formas de hacer música que se han establecido en España, principalmente en Andalucía, y en Portugal, pero la vestimenta, la música y los bailes regionales es esto que estás viendo aquí y lo que hemos visto otros años en la Alpujarra. Y la denominación de fandango alpujarreño que hoy algunos le dan al trovo es una chorrada tan grande como si a la jota aragonesa le llamáramos fandango maño.

Echamos cinco minutillos de folclore y arranqué hacia la Plaza de la República.
- ¿Dónde vamos?
- A ver la catedral
- Según la guía, la catedral es aquella de más atrás.
- No, eso es la Iglesia dos Congregados. La guía está mal.
- Hombre, vas a saber tú más que quienes han escrito la guía.
- Evidente.


Reconozco que en los viajes utilizo un retintín desabrido, no exento de chulería y que, aunque trato de remarcar el tono irónico, no siempre es captado por mi interlocutor y acaba cabreándose. En mi descargo he de decir que he sido yo quien la noche anterior se ha leído la guía, ha mirado el mapa (cuando dispongo de él) y ha trazado la ruta con la ayuda de María Angustias. Y, esta vez, la Guía del Mundo 2007-2008 de la Biblioteca Metrópoli, en la página 65 del volumen dedicado a Portugal, incluye una fotografía a cuyo pie reza “Avenida Central de Braga y su sé o catedral al fondo”, cosa que desmiente el plano de las dos páginas siguientes que sitúan la Sé algo más lejos, en sentido contrario y en otra calle. ¿Que podría ser que el error estuviese en el mapa? Hombre, para eso me regalaron a María Angustias…


Desde la Plaza de la República, al otro lado de la fuente, se puede obtener la foto más bonita del parque. Y en eso, sin discusión, la experta es Quiosquera. Rodeando la plaza se llega a la plazoletilla donde se ubica la Torre de Menagem, resto de un antiguo palacio o castillo (parece). El espacio es insuficiente para obtener una buena foto pero es que, por si faltara poco, delante de la torre hay un árbol inmenso que tapa la visión. En google maps he encontrado la foto del mentado árbol con el título Árbol de Menagem; así que me he quedado sin saber si la importancia del Homenaje reside en la torre o en el árbol.


Por el otro lado de la plazoleta salimos a la calle Diogo de Sousa, comercial, peatonal y agradable a la vista y a los pies que, no olvidemos, no hacía mucho rato escalaban el torreón de la Catedral de Tuy y las calles empinadas de Combarro. El palacio episcopal, extrañamente sencillo, sirve de marco a una plaza reducida que alberga una artística fuente.


Un poco más adelante encontramos la Sé, estilo revortiyo, que tiene el privilegio de ser la sede del arzobispado más antiguo de Portugal. No en vano fue construida en tiempos de Enrique de Borgoña y Teresa de León, padres de Alfonso Enríquez, primer rey de Portugal. Por descontado, la catedral contiene las tumbas de ambos condes, que por algo la mandaron construir. De la guía saqué que los portugueses no suelen decir “es más viejo que Matusalén”, sino “es más viejo que la catedral de Braga”. El “revortiyo”, en este caso, es la planta románica (que se levantó para competir en grandiosidad con la catedral de Santiago de Compostela, desde mi punto de vista sin conseguirlo), pinceladas góticas y barrocas en el interior y torres barrocas.


Y con las mismas, carretera y manta camino de Oporto donde llegamos cuando el sol se perdía al otro lado del Douro. El hotel estaba en la Calle Alegría, que para alegría nuestra es más larga que un día sin pan: dimos con ella recién entrados en Oporto y sólo fue cuestión de seguirla. La mala follá es que es de doble dirección, el hotel estaba mano p’acá y no se podía girar a la izquierda. Dimos la vuelta donde pudimos y, llegados al número que nos habían indicado, encontramos que allí ni había hotel ni nada que se pareciese. Mientras yo esperaba dentro del coche (por si los urbanos), Quiosquera investigó. Una calleja conducía a una especie de terraza que servía de aparcamiento y el hotel ocupaba las últimas plantas del edificio.


Lo del aparcamiento fue de película. Con buena voluntad cabían seis coches en el espacio disponible. A la derecha había dos vehículos bien aparcados y un espacio libre; a la izquierda había un coche bien aparcado, otro en diagonal y un espacio no aprovechable. Antes de iniciar la aproximación, planifiqué las maniobras posibles e hice cálculos. Lo normal hubiera sido seguir hasta el fondo y entrar en el hueco libre de la derecha marcha atrás; desestimado: el radio de giro de las ruedas me llevaría a estamparme con el culo del coche aparcado en diagonal. Probé la aproximación de frente; desestimado: al retroceder para embocar el hueco en un segundo intento haría que hiciese saltar por los aires los vidrios que limitaban con la recepción. Quedaba una última posibilidad: embocar la parte aprovechable del hueco no aprovechable para acabar entrando marcha atrás. Calculé el radio de giro dextrógiro hasta llegar a la esquinilla final de la terraza, y el radio de giro levógiro hasta el culo del coche mal aparcado. Saqué las Tablas de Logaritmos de Vázquez Queipo, obtuve la cotangente adecuada y, desde ahí, el ángulo de ataque. Me faltaba un centímetro. En la cinta magnética copia de mis recuerdos de física encontré el coeficiente de elasticidad de una lámina de acero y llegué a la conclusión de que, con un poco de suerte, la deformación del metal me permitiría introducir el morro en el hueco no aprovechable; lo suficiente para lograr mi propósito en una tercera maniobra. Al instante comprobé que, tanto la física como las matemáticas, las tengo oxidadas y que los cálculos no habían sido correctos; también equivoqué la velocidad con que debía atacar el obstáculo. El golpe no sonó demasiado pero fue lo suficientemente intenso para que el obstáculo se desplazase cinco centímetros, cuatro más de los necesarios, y el morro de mi coche entró con holgura en el hueco y, en la siguiente maniobra, lo dejé clavado. Miré el morro y no noté que el golpe hubiera dejado secuelas. No sucedió lo mismo con el culo del contrario, el cual presentaba un bollo apreciable a simple vista pero sin ninguna gravedad. Y es que hay veces que es mejor cortar por lo sano ya que no siempre se cumple el dicho de que "más vale maña que fuerza".

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