Aventuras y desventuras…: La vuelta.
Al igual que en la ida, los de Barcelona y Madrid volvimos por separado. Por la mañana nos tocó a nosotros. En la facturación no hubo problemas pero cuando llegamos al control de pasaportes el tío del K.G.B. estaba por acongojarnos.
Antes, Galina había estado haciendo pucheros mientras pedía a Quiosquera que no diese parte de ella en nuestras oficinas de España. Nos habló de sus hijos, de las dificultades que pasaba para sacarlos adelante, de la mala situación económica que se vivía en Rusia… Total, que nos ablandó y le prometimos que olvidábamos el tema.
El del K.G.B. empezó conmigo. Repaso al pasaporte y al visado y estudio riguroso de cada surco de mi cara. Le tocó el turno a la bolsa de mano. En Rusia está prohibido sacar del país objetos de arte y antigüedades. La emprendió con mi pastillero italiano, foto de la Plaza de San Pedro incluida. Lo miró por los 4 costados buscando, supongo, signos de antigüedad. Al no hallarlos, lo abrió. Lo típico: un par de aspirinas, un orfidal… y la piedra envuelta en un trocito de papel de wáter. La desenvolvió y luego me miró.
- Riñón –dije mientras señalaba el órgano-, piedra, meódromo… ¡chof!
Debió entenderme porque la envolvió primorosamente y la depositó en su sitio indicando que ya podía pasar.
Le tocó el turno a Quiosquera. Misma operación: pasaporte, visado y rostro. Luego le pidió el papelito de la aduana. El que decía cuánto dinero había entrado en el país; el que no nos habían sellado al llegar. Cuando lo vio nos informó, vía Galina, que aquel papel no valía porque no estaba sellado. Aprovechando la traductora le contamos la historia de los cheques de viaje pero ¡que si quieres arroz, Catalina!, el tío no tragaba. Galina nos dijo que el fulano quería quedarse con el dinero que mejor se lo diéramos a ella porque la policía ya ganaba un buen sueldo.
Empecé a cabrearme. Desde el otro lado del control agité el talonario de cheques de viaje mientras, con los dientes apretados, le soltaba:
- ¡Capullo, esto!
Debió entenderme porque dejó pasar a Quiosquera.
- ¡Lo que me ha costado convencerlo! –fue lo último que oímos decir a Galina.
Al cabo de unos días, Roberto Con O nos llamó desde Zaragoza.
- ¿Qué os pasó en el aeropuerto?
- Nada especial.
- Galina nos dijo que en la aduana os habían requisado el dinero.
Le conté la historia.
- ¡Hija de puta! A nosotros nos dijo que el policía os había desplumado y que era mejor que le diésemos a ella lo que nos sobraba. Por lo menos nuestro dinero valdría para alimentar a sus hijos. Todos le dieron la pasta. Menos yo que sólo le di la calderilla. El resto me lo metí en el calcetín.
La verdad es que fue un viaje en el que fuimos de cabreo en cabreo pero mereció la pena. Por supuesto que la Rusia de 2006 no tiene nada que ver con la de 1994. Pero eso es otra historia.
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