viernes, abril 27, 2007

Pagar en especie

Escribía en Pies para quiosquero cómo un marroquí me trasteaba el culo y creo que es de justicia relatar otra anécdota vista desde la acera de enfrente.

Recién palmado Hassan II visitamos Marruecos. Por entonces, una de mis hermanas se estaba construyendo una casa y me encargó un par de platos de bronce para decorar una estancia. El problema es que yo de aleaciones, como de otras muchas cosas, no entiendo un pimiento y tenía miedo que me diesen lata por bronce. En estos casos uno suele recurrir al guía, que no es garantía de nada pero, al menos, si te engañan conoces a alguien en cuya madre te puedes cagar.

Deambulábamos por el zoco de Fez (nombre que debe proceder de fétido, tal era el pestazo que se percibía) cuando Mojamé, el guía, nos condujo a un bazar donde no nos engañarían y nos harían un buen trato. Vimos platos por un tubo hasta dar con lo que buscábamos: una pareja de casi un metro de diámetro, labrado con figuras y letras árabes. Se inició la subasta.
- ¿Cuánto vale?
Había dos dependientes atendiéndonos. El que llevaba la voz cantante hablaba un español bastante fluido y el otro lo chapurreaba.
- Treinta y seis mil pesetas (al cambio).
- Muy caro. Habrá que ver otros bazares.
- ¿Cuánto da tú?
Quiosquera es la financiera de la familia.
- ¿Podríamos pagar diez mil pesetas? –me preguntó.
- ¡No, no, no! –cortó el moro-. Diez mil pesetas vale este –y nos mostró uno idéntico pero de 20 cm de diámetro.
- Podemos llegar hasta quince –intervine.
- Yo sé que usted –se dirigía a mí, a la mujer ni mirarla- es un amante del trabajo bien hecho y cuidará esta pieza. Se lo puedo dejar en treinta mil.

Fue cuestión de media hora de palabrería pero conseguimos rebajar el precio hasta las veinte mil pts. El marroquí se dispuso a envolver la obra de arte cuando le disparé.
- ¡Ahora que me acuerdo! Son dos los platos que quiero llevarme.
- ¡Hay, estupendo! Cuarenta mil pesetas.
- ¡Hombre, no! Un plato veinte mil pesetas, dos platos veinticinco mil.
Esperaba que el dependiente se mosqueara. Pues no. Se rió y empezamos de nuevo. Esta vez fue más fácil. Sólo tardamos otros veinte minutos en fijar el precio en treinta y dos mil quinientas pts. Saqué la Visa.
- ¡No! Si paga con Visa le tengo que cobrar impuestos.
- Pues ven para acá que te voy a pagar en metálico.

Empecé a desabrocharme el cinturón. Los dos moros se tiraron como locos y pegaron el culo a la pared.
- ¡Con qué paga tú!

Salimos partidos de risa. El moro cobró en metálico y nos regaló además el plato pequeño. No sé si para perderme de vista o como invitación a que volviese para rematar la faena.

1 comentarios:

A las 30/4/07 21:47 , Blogger alvarhillo ha dicho...

Joer quiosquero, se debieron poner de todos los colores.
El día que vaya a Fez les diré que soy amigo del del bigote. Seguro que me hacen una rebajita

 

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