¿Tú también lo has visto?
Pasaron
los Reyes Magos y, como cada año, los niños fueron buenos todo el año por un
día (un rato) y disfrutaron viendo la cabalgata en directo o por televisión.
Algunos, como Marco, aun sin saber qué es eso de los Reyes Magos, saltaban de alegría
y bailaban al paso de las carrozas, disfrutando de los destellos de las luces
que las adornaban y la algarabía que se montaba a su alrededor.
Y da
igual que sepan que los Reyes son los padres o que sigan imaginando camellos
persiguiendo a una estrella con cola. Esa noche se acuestan a la hora que se
les dice y duermen nerviosos esperando ver qué les depara el amanecer. Los hay
ambiciosos, que se enfadan si los Reyes no les trajeron exactamente el regalo y
la marca exacta que ellos pidieron, y los hay más conformistas, que se alegran con
cualquier cosa que les haya caído en suerte; incluso les emociona más un
detalle tonto que la mejor escopeta de la guerra de las galaxias.
Si hay
algo que a mis nietos les genera un cariño especial por su abuelo es la “motoreta”.
Tanto a Diego como a Marco, y muy pronto a Ángel Alejandro, les encanta que me
suba al trasto eléctrico, los siente sobre mis rodillas y los saque a dar una
vuelta por la calle o vaya al cole a recogerlos. Y si los dejo conducir, es el
éxtasis. A Diego le digo de vez en cuando que ya está en condiciones de que
tráfico le conceda el permiso de conducir motoretas, aunque sólo sea en
circuito cerrado. Para Reyes le he preparado el carnet y se lo he dejado entre
los regalos; ha sido una de las cosas que más ilusión le ha hecho: un cacho de
papel plastificado. Y es que los niños siguen siendo niños y viven mucho más de
ilusiones que de valores materiales.
Cuando
dalr tenía 5 o 6 años, ya había planteado dudas sobre la procedencia de los regalos de Reyes. Hemos procurado no mentirle y le dimos una somera explicación sobre la tradición de la fiesta. Aquel mismo año, en víspera de Reyes fuimos a casa de mi suegro. Sin
avisar. El yayo no estaba y dalr se metió de sopetón en su habitación del yayo; ¡oh sorpresa!,
sobre la cama había un barco enorme (de juguete, claro) con motor y todo. Salió con los ojos
como platos:
- ¡Papá,
papá! Mira lo que me ha comprado el yayo.
Traté
de explicarle que seguramente eso sería lo que el yayo había comprado para Reyes y lo tenía preparado para que Sus Majestades se lo dejaran cuando llegase el día.
- Pero
me van a traer el barco ¿verdad?
- Lo
más seguro
-
¿Puedo jugar con él un ratito?
- ¡Noooo!
Y no le digas a nadie que lo has visto, no vaya a ser que se arrepientan.
No se
lo dijo a nadie. Ni siquiera se refirió al suceso cuando llego el día de Reyes.
Sin embargo, la misma tarde que descubrió el barco en la casa del yayo nos
visitaron Jóse y Mary Carmen, unos amigos que hicimos Quiosquera y yo en
nuestro viaje de novios. Le comenté a Jóse la historia del barco y no
pudo resistir la tentación.
-Me
parece -le dijo a dalr- que los Reyes Magos te van a traer un barco.
Dalr
no dijo ni que sí ni que no. Lo miró, y con cara más de curiosidad que de
sorpresa, le preguntó.
- ¿Tú
también lo has visto?
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