sábado, octubre 26, 2019

Saber idiomas



En mis tiempos de estudiante lo normal era elegir francés como segundo idioma. Sólo unos cuantos iluminados se habían dado cuenta de que los yanquis imponían sus reglas y, si no dominabas su lengua, lo ibas a tener difícil para moverte por el mundo. La verdad es que a mí me daba igual: puedo llegar a aprender a leer en un idioma, a traducirlo e, incluso, a escribirlo, pero soy un negado total para hablarlo o entenderlo; así que mis esfuerzos por aprender protestante han sido en vano. Digo mal: no han sido en vano, porque, mal que bien, puedo entender las instrucciones escritas, pero sigo sin entender las palabras de bienvenida del piloto o la azafata cada vez que cojo un vuelo.
Y si hablamos de visitas guiadas en países exóticos, donde es harto complicado dar con un cicerone que hable español… Recuerdo que en Topkapi hay una zona que sólo se visita con guía; en la taquilla me dijeron (me pareció entender) que a las 9 estaba programada la visita en alemán, a las 10:30 en inglés y a las 12 en francés. Elegí la visita en alemán porque de todas maneras no iba a enterarme. Fuimos un poco retrasadillos del grupo y seguimos la Guía Anaya, que lo explicaba muy bien.

Lo cierto es que eran otras épocas. Ahora dominan el móvil y la red y no hace falta saber idiomas para entenderse. En enero nos dimos una vuelta en crucero por Tailandia, Malasia y Camboya, teniendo como origen y final Singapur. En Pattaya tomamos un taxi para medio día y la primera visita que hicimos fue al Mercado Flotante. Era un poco complicado entenderse con el amarillo; hablaba inglés como si fuera de Londres y estuviese radiando un partido de fútbol. No le pescaba ni una y pedí que me lo escribiera. Sacó el teléfono, escribió un chorro de garabatos y le dio a traducir; con mi inglés macarrónico interpreté algunas cosas, pero aquello tenía poco sentido.
-        ¿Me lo puedeh poneh en Spanih?
-        - ¿Spanish? Okey, okey.
El tío accedió a otra app, habló en tailandés y el móvil hizo de intérprete. Tampoco es que nos entendiéramos mucho, pero con buena voluntad echamos un buen día.
A partir de ahí todo fue más fácil.

En Malasia, concretamente en Penang, nuestro taxista dominaba menos el inglés, quiero decir que el tío lo dominaba, pero lo pronunciaba como yo. Aun así, pudimos llevar una conversación fluida. Hicimos la visita que yo había programado y, como sobraba tiempo, nos llevó a ver unos templos budistas (sleeping buddha y sitting buddha) que no habíamos previsto y, como fin de fiestas, nos quería llevar a una tienda de suvenires y cafés típicos malayos.
-        - No -le dije- Yo quiero ver el ayuntamiento.
-        - Nou. Ay uont tu si de taun jol -tradujo el móvil-.
El asiático habló en inglés con su móvil y me puso la traducción.
No te preocupes -dijo el aparato-. Primero vamos de compras, luego vemos el ayuntamiento y después los llevo a la oveja.
-        - Okey -contesté en vivo y en directo.
Quiosquera me miró extrañada.
-        - ¿Cómo le dices O.K. si nos quiere llevar a la oveja?
-        - Es que este tío habla inglis como yo: güí going tu de ship.
Lo entendió y nos echamos a reír.
El indígena en vez de SIp (de ship, barco) había pronunciado Sip (de sheep, oveja).

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