Saber idiomas
En mis tiempos de estudiante lo normal era elegir francés
como segundo idioma. Sólo unos cuantos iluminados se habían dado cuenta de que
los yanquis imponían sus reglas y, si no dominabas su lengua, lo ibas a tener
difícil para moverte por el mundo. La verdad es que a mí me daba igual: puedo
llegar a aprender a leer en un idioma, a traducirlo e, incluso, a escribirlo,
pero soy un negado total para hablarlo o entenderlo; así que mis esfuerzos por
aprender protestante han sido en vano. Digo mal: no han sido en vano, porque,
mal que bien, puedo entender las instrucciones escritas, pero sigo sin entender
las palabras de bienvenida del piloto o la azafata cada vez que cojo un vuelo.
Y si hablamos de visitas guiadas en países exóticos, donde es
harto complicado dar con un cicerone que hable español… Recuerdo que en Topkapi
hay una zona que sólo se visita con guía; en la taquilla me dijeron (me pareció
entender) que a las 9 estaba programada la visita en alemán, a las 10:30 en
inglés y a las 12 en francés. Elegí la visita en alemán porque de todas maneras
no iba a enterarme. Fuimos un poco retrasadillos del grupo y seguimos la Guía
Anaya, que lo explicaba muy bien.
Lo cierto es que eran otras épocas. Ahora dominan el móvil y
la red y no hace falta saber idiomas para entenderse. En enero nos dimos una
vuelta en crucero por Tailandia, Malasia y Camboya, teniendo como origen y
final Singapur. En Pattaya tomamos un taxi para medio día y la primera visita
que hicimos fue al Mercado Flotante. Era un poco complicado entenderse con el
amarillo; hablaba inglés como si fuera de Londres y estuviese radiando un
partido de fútbol. No le pescaba ni una
y pedí que me lo escribiera. Sacó el teléfono, escribió un chorro de garabatos
y le dio a traducir; con mi inglés macarrónico interpreté algunas cosas, pero
aquello tenía poco sentido.
- - ¿Me lo
puedeh poneh en Spanih?
- - ¿Spanish?
Okey, okey.
El tío accedió a
otra app, habló en tailandés y el móvil hizo de intérprete. Tampoco es que nos
entendiéramos mucho, pero con buena voluntad echamos un buen día.
A partir de ahí todo
fue más fácil.
En Malasia,
concretamente en Penang, nuestro taxista dominaba menos el inglés, quiero decir
que el tío lo dominaba, pero lo pronunciaba como yo. Aun así, pudimos llevar
una conversación fluida. Hicimos la visita que yo había programado y, como
sobraba tiempo, nos llevó a ver unos templos budistas (sleeping
buddha y sitting buddha) que no habíamos previsto
y, como fin de fiestas, nos quería llevar a una tienda de suvenires y
cafés típicos malayos.
- - No -le
dije- Yo quiero ver el ayuntamiento.
- - Nou. Ay
uont tu si de taun jol -tradujo el móvil-.
El asiático habló en
inglés con su móvil y me puso la traducción.
- No te preocupes -dijo el
aparato-. Primero vamos de compras, luego vemos el ayuntamiento y después los
llevo a la oveja.
- - Okey -contesté en vivo y en
directo.
Quiosquera me miró extrañada.
- - ¿Cómo le dices O.K.
si nos quiere llevar a la oveja?
- - Es que este tío
habla inglis como yo: güí going tu de ship.
Lo entendió y nos echamos a reír.
El indígena en vez de SIp (de ship, barco) había
pronunciado Sip (de sheep, oveja).
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