¡VIVA ZAPATA!
Corría el mes de abril de 1967. De vuelta de unos días por
Italia, a donde nos habíamos desplazado en viaje de fin estudios, nos alojamos
en un albergue juvenil en Arenys de Mar y, entre otros ocupantes, coincidimos
con una excursión, también de estudiantes, aunque bastante mayores que
nosotros, que venía de Reino Unido; entre ellos iba un grupo de mejicanos
(varones y mujeres), que cursaba estudios en las islas.
Por casualidad, aquella noche se celebraba el Festival de
Eurovisión y nos reunimos en el salón del albergue para seguir el desarrollo
del mismo. Intentábamos enrollarnos con las mejicanas, pero la diferencia de
edad era considerable (yo mismo estaba en vísperas de cumplir los 17) y el
éxito no nos acompañó, si bien estuvimos lo suficientemente próximos para oír
cómo despreciaban la canción española (Hablemos del Amor. Raphael), a la vez
que elogiaban la de Reino Unido (Puppet on a String. Sandie Shaw). En cierto
modo eran lógicos los elogios a la canción británica, dado que ellos vivían en
las islas y, sin duda, era la mejor. Algunos de nosotros, sin embargo, no
entendíamos sus continuas críticas a los españoles y su canción. Al final, uno
explotó:
-
¿Por qué ese rencor hacia lo español si, al fin
y al cabo, Méjico es hija de España?
-
Hasta 1821 -replicó rauda una de las mejicanas-.
Deduje que ese debió ser el año de la independencia de Méjico
y, yo también, intervine con rapidez.
-
No, no es así. Méjico es hija de España DESDE
-lo remarqué- 1821. HASTA -volví a remarcar- 1821 Méjico era España.
Nos hizo un breve resumen de los asesinatos y crueldades que
Cortés y sus muchachos habían cometido sobre los aztecas y de la explotación a
que los sometieron los encomenderos subsiguientes. Y, por supuesto, del
genocidio que había acompañado y seguido a la conquista.
-
¿Tú eres india pura?
-
No, soy mestiza.
-
Vale, pues ten en cuenta que fue tu tatarabuelo
blanco (español) el que se cepilló, de grado o por fuerza, a tu tatarabuela
india, después de haber asesinado a su marido indio. Ni yo, ni mi padre, ni mi
abuelo, ni ninguno de mis antepasados conocidos estuvo nunca en Méjico y, por
tanto, mi familia española no es responsable de las atrocidades que se
cometieron contra los indios; los españoles que mataron indios fueron tus antepasados,
no los míos.
Años después, un gobernante
mejicano exige al rey de España (y por ende a los españoles) que pida perdón a
los indios. Este gobernante es mejicano de segunda generación y no es probable
que sus antepasados mataran indios, pero, una vez más, juzgamos la historia
según los modos y costumbres del momento en que vivimos y, muchas veces, con
poco conocimiento de la historia. Si mis libros de historia no mienten (cosa
que entra dentro de lo posible y de lo probable) y si László Passuth no se documentó sobre la conquista de Méjico (cosa poco
probable), Hernán Cortés desembarcó en Tierra firme con algo más de 500 hombres
y 16 caballos; con estas “tropas” llegó a Tenochtitlán
y arrestó a Moctezuma, teniendo en cuenta, además, que ya había tenido unos
cuantos tropiezos con los indígenas en su camino hacia la capital del imperio
azteca. La conquista, conquista, vino después cuando se les unieron los hombres
de Pánfilo de Narváez y tuvieron que salir por piernas de Tenochtitlán, en lo
que se llamó “la noche triste”. En su huida palmaron la mitad de los españoles
y se perdió gran parte del tesoro que habían tomado “prestado” a los aztecas.
Más adelante los esperaba un ejército de 40.000 guerreros, cuando ellos apenas
sobrepasaban los 400 hombres y 20 caballos; en Otumba, con la
batalla prácticamente perdida, volvió a aparecer Santiago matamoros a lomos de
su caballo blanco, se cepilló al capitán general azteca y entregó su estandarte
a los españoles; los aztecas huyeron. A partir de ahí las cosas se simplificaron para Cortés: eliminó
el exceso de testosterona y puso a trabajar las neuronas. Mandó construir 13
bergantines que botó en el lago que rodeaba la isla donde estaba enclavada la
ciudad y cortó el suministro a sus habitantes. La caída de Tenochtitlán estaba
cantada.
Que Hernán Cortés conquistara Méjico con
menos de 1.000 soldados no se lo cree ni Bernal Díaz del Castillo. El propio
Cortés escribió la relación de fuerzas que participaron en el asedio a Tenochtitlán:
Fuerzas
iniciales para sitiar a Tenochtitlan:
- Tlacopan - Pedro
de Alvarado
30 caballos, 18 ballesteros y escopeteros,
150 peones de espada y rodela, 25,000 tlaxcaltecas.
- Coyoacán - Cristóbal
de Olid
36 caballos, 18 ballesteros y escopeteros,
160 peones de espada y rodela, 20,000 tlaxcaltecas.
- Iztapalapa - Gonzalo
de Sandoval
24 caballos, 4 escopeteros, 13 ballesteros,
150 peones de espada y rodela, 30,000 aliados de Huejotzingo, Cholula y Chalco.
- Asalto anfibio Lago de Texcoco - Hernán Cortés
13 bergantines, 325 hombres, cada bergantín
con 25 españoles y una fusta, incluyendo capitán, veedor, 6 ballesteros y
escopeteros.
Tercera carta de
relación, Hernán Cortés
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