Los niños con los niños...
En uno de sus primeros discursos, el presidente Suárez dijo que pretendía que “las leyes entendieran como normal lo que a nivel de calle era normal “. Una de las cosas que había que normalizar era la enseñanza mixta, que quería decir que niños y niñas se sentasen juntos en el mismo aula. Me pareció que la medida no era lo que podríamos llamar urgente pero tampoco le iba a quitar mucho tiempo al gobierno llevarla a cabo. Se me ocurrió pensar si a mí me hubiese gustado estudiar con una niña en el pupitre de al lado y concluí que, seguramente y dada mi natural timidez, la medida no me habría aportado mucho beneficio; todo lo contrario. Era de conocimiento general que las niñas eran más o menos tontas; sólo sabían jugar a casitas, a saltar la comba, a bailar el yo-yo y poco más. No sabían jugar al fútbol ni al caliche ni a marro ni a los trompos; ni siquiera se peleaban ni se tiraban piedras. Además, cuando descubríamos dónde estaban jugando, echaban a correr al vernos llegar y gritaban: “¡LOS NIÑOS, QUE VIENEN LOS NIÑOS!”. Total porque les rompíamos los cimientos de la casa que habían edificado en la arena de la playa y porque, a veces, les enseñábamos el aparatillo de mear. Claro que una cosa eran los juegos y otra hacer el ridículo delante de ellas si uno no se sabía la lección y recibía un tirón de orejas de parte del maestro.
Me llamó la atención una entrevista que le hicieron a Fernando Fernán Gómez. El actor hablaba de la escuela mixta durante la república y lo mal que lo pasaban los niños en clase; defendía que las cosas debían seguir como estaban porque, aparte de la vergüenza que se pasaba cuando una niña contestaba bien a una pregunta que un niño había fallado, los zagales aprovechaban poco la clase ya que se pasaban el rato tirando al suelo la goma o el lápiz para verle las bragas a las niñas cuando se agachaban a recogerlo.
Con república o sin ella, en un pueblo perdido en el mapa sólo había una escuela unitaria, pero como el maestro era una persona con formación y sabía que los niños eran unos sin crianza, daba clase en dos habitáculos para no revolver niñas y niños. Fue en ese ambiente donde mi madre aprendió a leer, a escribir y a mantenerse lo más alejada posible de aquellos pequeños salvajes que no estaban por la labor de aprender de letra sino por las peleas y por vigilar la espuerta que habrían de llenar de cagajones antes de volver a casa, toda vez que las cuadras eran fábricas de estiércol y había que conseguir combustible para el buen funcionamiento de la maquinaria.
80 años después, mi madre ha vuelto al cole. La llevo por la mañana y la recojo después de la merienda. Durante el día, los cuidadores la entretienen haciendo gimnasia, ejercicios de mantenimiento de memoria y entrenamiento para mantener la destreza en las manos. Todavía le queda tiempo para estar a la última de la boda de la Duquesa y la vida de otros miembros de la jet. Pero cuando vuelve a casa llega cansada y cuesta Dios y ayuda convencerla para que pase por la ducha. Hemos encontrado la solución haciendo que se bañe en el cole.
El primer día que llegué preparado con su bolsa de aseo y demás, hablé con la encargada:
- Si se resiste le dices que he sido yo quien ha dicho que la duchen aquí.
- ¡Ah, no te preocupes! ¡Señora María, luego la ducharemos! ¡Tenemos unos chicos más guapos… sobre todo uno que es cubano!
Mi madre ya se dirigía al comedor para desayunar y parecía que no estaba por lo que se decía. Sin volverse siquiera, contestó:
- ¿Cubano? ¡Como si quiere ser filipino!
Cuando fui a recogerla por la tarde, me la entregaron hecha un primor. La encargada me hizo un guiño y susurró por lo bajo:
- Sin problema.
No pregunté por el cubano para no tentar al diablo.
Fue al otro día por la mañana cuando mi madre me recordó el episodio:
- ¡Pues no querían el otro día que me duchase un hombre!
- ¿Un hombre? –pregunté haciéndome el sorprendido-.
- Sí, uno que dicen que es cubano. Les dije que ni hablar; que, a no ser por una necesidad muy grande, no le enseño al culo ni a mi hijo y menos se lo voy a enseñar a uno que no me toca a mí nada.
- ¿Entonces, no te han duchado?
-¡Claro que sí! Pero vino una mujer.
Y es que, con educación mixta o separada, mi madre lo tiene muy claro: los niños con los niños, las niñas con las niñas.
Me llamó la atención una entrevista que le hicieron a Fernando Fernán Gómez. El actor hablaba de la escuela mixta durante la república y lo mal que lo pasaban los niños en clase; defendía que las cosas debían seguir como estaban porque, aparte de la vergüenza que se pasaba cuando una niña contestaba bien a una pregunta que un niño había fallado, los zagales aprovechaban poco la clase ya que se pasaban el rato tirando al suelo la goma o el lápiz para verle las bragas a las niñas cuando se agachaban a recogerlo.
Con república o sin ella, en un pueblo perdido en el mapa sólo había una escuela unitaria, pero como el maestro era una persona con formación y sabía que los niños eran unos sin crianza, daba clase en dos habitáculos para no revolver niñas y niños. Fue en ese ambiente donde mi madre aprendió a leer, a escribir y a mantenerse lo más alejada posible de aquellos pequeños salvajes que no estaban por la labor de aprender de letra sino por las peleas y por vigilar la espuerta que habrían de llenar de cagajones antes de volver a casa, toda vez que las cuadras eran fábricas de estiércol y había que conseguir combustible para el buen funcionamiento de la maquinaria.
80 años después, mi madre ha vuelto al cole. La llevo por la mañana y la recojo después de la merienda. Durante el día, los cuidadores la entretienen haciendo gimnasia, ejercicios de mantenimiento de memoria y entrenamiento para mantener la destreza en las manos. Todavía le queda tiempo para estar a la última de la boda de la Duquesa y la vida de otros miembros de la jet. Pero cuando vuelve a casa llega cansada y cuesta Dios y ayuda convencerla para que pase por la ducha. Hemos encontrado la solución haciendo que se bañe en el cole.
El primer día que llegué preparado con su bolsa de aseo y demás, hablé con la encargada:
- Si se resiste le dices que he sido yo quien ha dicho que la duchen aquí.
- ¡Ah, no te preocupes! ¡Señora María, luego la ducharemos! ¡Tenemos unos chicos más guapos… sobre todo uno que es cubano!
Mi madre ya se dirigía al comedor para desayunar y parecía que no estaba por lo que se decía. Sin volverse siquiera, contestó:
- ¿Cubano? ¡Como si quiere ser filipino!
Cuando fui a recogerla por la tarde, me la entregaron hecha un primor. La encargada me hizo un guiño y susurró por lo bajo:
- Sin problema.
No pregunté por el cubano para no tentar al diablo.
Fue al otro día por la mañana cuando mi madre me recordó el episodio:
- ¡Pues no querían el otro día que me duchase un hombre!
- ¿Un hombre? –pregunté haciéndome el sorprendido-.
- Sí, uno que dicen que es cubano. Les dije que ni hablar; que, a no ser por una necesidad muy grande, no le enseño al culo ni a mi hijo y menos se lo voy a enseñar a uno que no me toca a mí nada.
- ¿Entonces, no te han duchado?
-¡Claro que sí! Pero vino una mujer.
Y es que, con educación mixta o separada, mi madre lo tiene muy claro: los niños con los niños, las niñas con las niñas.
1 comentarios:
Como añoro a los maestros, desplazdos ahora por profesores.
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