Efectos de la crisis
Víctima de la crisis
A finales de la década de los sesenta (del siglo pasado, me refiero), en Barcelona era fácil encontrar trabajo echando mano a las agencias de colocación. El aspirante pasaba por las oficinas de la agencia, decía de qué quería trabajar, efectuaba las pruebas correspondientes y en tres o cuatro semanas recibía varias ofertas de trabajo que tenían en cuenta hasta la combinación para ir al trabajo utilizando el transporte público. Esto se acabó con la llamada primera crisis del petróleo de 1973, aunque no afectara a España debido a la tradicional amistad de nuestro país con los países árabes. A partir de ahí siempre estamos en plena crisis o entrando en una nueva; en ese tiempo no recuerdo haber oído hablar del final de la crisis anterior; a lo sumo, nos dicen que la tenemos controlada, o sea, que los precios y el desempleo han dejado de subir en forma exponencial y la situación se estabiliza.
En todo caso, he pasado mucho tiempo sin sufrir sus efectos. Cada vez que disparaban los precios a mi me pillaba con una hipoteca a interés fijo (14-16%) recién firmada, por lo que la subida no afectaba al gasto principal y, a partir del próximo convenio laboral, Quiosquera y yo respirábamos aliviados; también coincidía que, en nuestras respectivas empresas, íbamos subiendo peldaños que se reflejaban en la nómina mensual como incrementos de sueldo por encima del IPC. Quiero decir que, casi durante 40 años, la crisis la he visto en los demás, en los supermercados más o menos llenos y en la cantidad de limpiacristales que había en los semáforos.
Ahora es distinto. Ahora todo el mundo entendemos de crisis financieras y burbujas inmobiliarias tal como hace 20 años aprendimos lo que era la gota fría: a base de oírlo en televisión; y con la sabiduría económica aumenta el interés que ponemos en percibirla. La crisis no sólo se nota en la cantidad de dinero disponible sino que hasta cambian las dimensiones de los pueblos, la utilización de los recursos disponibles y la “indiosingrasia” de sus gentes.
Veámoslo.
I.- Estrechamiento de la calzada.
En la zona del Campillo del Moro de Aguadulce, por ejemplo, las calzadas tienen una anchura de unos tres carriles de circulación holgados y, por exigencias del guión, algunas calles son de doble dirección y están libres de señales, excepción hecha de la señal de dirección prohibida y, tal vez, de un stop o ceda el paso al final de la calle. Ante la ausencia de orden que lo impida, los automovilistas aparcan a ambos lados de la calle, lo cual deja aproximadamente un carril y medio para la circulación de vehículos teniendo los conductores que maniobrar penosamente para poder cruzarse con un coche que circule en sentido contrario. Digo yo que, a menos que al ayuntamiento no le queden dineros para señales de estacionamiento prohibido, la calle debe haberse estrechado toda vez que ni al que asó la manteca se le ocurre diseñar una calle cuya anchura no sea múltiplo exacto de la anchura de necesita un coche para circular.
II.- “Indiosingrasia” ciudadana.
El nivel de potencial económico medio se refleja bastante bien en el movimiento que hay en las grandes superficies comerciales; como en el Shopping Centre Gran Plaza de Roquetas de Mar. Gran Plaza, situado frente al monumento a la peseta, empieza con un aparcamiento enorme en lo que es la planta baja. Desde allí, mediante dos escaleras mecánicas, se accede a los centros comerciales y de esparcimiento de la primera y segunda plantas, donde el cliente puede comprar desde una lechuga para la ensalada hasta los muebles para su cocina. En la zona de aparcamiento, junto a cada una de las escaleras de acceso, hay 17 (diecisiete) espacios reservados a minusválidos. Años atrás, rara vez encontraba vacío ninguno de los 34 aparcamientos reservados; el año pasado era fácil aparcar; este año hasta se podía elegir el número 17, que se encuentra casi, casi junto al primer peldaño de la escalera. Lo cual quiere decir que, con la crisis, a las personas les hace gracia ser respetuosos con las iniciativas que tienden a ayudar a los más necesitados a superar sus carencias. A menos, claro está, que un milagro colectivo haya dejado al ayuntamiento de Roquetas sin disminuidos físicos (quienes necesitan la reserva) ni “tarados mentales” (quienes joden la reserva a los que la necesitan).
III.- Optimización de recursos.
En todo caso, he pasado mucho tiempo sin sufrir sus efectos. Cada vez que disparaban los precios a mi me pillaba con una hipoteca a interés fijo (14-16%) recién firmada, por lo que la subida no afectaba al gasto principal y, a partir del próximo convenio laboral, Quiosquera y yo respirábamos aliviados; también coincidía que, en nuestras respectivas empresas, íbamos subiendo peldaños que se reflejaban en la nómina mensual como incrementos de sueldo por encima del IPC. Quiero decir que, casi durante 40 años, la crisis la he visto en los demás, en los supermercados más o menos llenos y en la cantidad de limpiacristales que había en los semáforos.
Ahora es distinto. Ahora todo el mundo entendemos de crisis financieras y burbujas inmobiliarias tal como hace 20 años aprendimos lo que era la gota fría: a base de oírlo en televisión; y con la sabiduría económica aumenta el interés que ponemos en percibirla. La crisis no sólo se nota en la cantidad de dinero disponible sino que hasta cambian las dimensiones de los pueblos, la utilización de los recursos disponibles y la “indiosingrasia” de sus gentes.
Veámoslo.
I.- Estrechamiento de la calzada.
En la zona del Campillo del Moro de Aguadulce, por ejemplo, las calzadas tienen una anchura de unos tres carriles de circulación holgados y, por exigencias del guión, algunas calles son de doble dirección y están libres de señales, excepción hecha de la señal de dirección prohibida y, tal vez, de un stop o ceda el paso al final de la calle. Ante la ausencia de orden que lo impida, los automovilistas aparcan a ambos lados de la calle, lo cual deja aproximadamente un carril y medio para la circulación de vehículos teniendo los conductores que maniobrar penosamente para poder cruzarse con un coche que circule en sentido contrario. Digo yo que, a menos que al ayuntamiento no le queden dineros para señales de estacionamiento prohibido, la calle debe haberse estrechado toda vez que ni al que asó la manteca se le ocurre diseñar una calle cuya anchura no sea múltiplo exacto de la anchura de necesita un coche para circular.
II.- “Indiosingrasia” ciudadana.
El nivel de potencial económico medio se refleja bastante bien en el movimiento que hay en las grandes superficies comerciales; como en el Shopping Centre Gran Plaza de Roquetas de Mar. Gran Plaza, situado frente al monumento a la peseta, empieza con un aparcamiento enorme en lo que es la planta baja. Desde allí, mediante dos escaleras mecánicas, se accede a los centros comerciales y de esparcimiento de la primera y segunda plantas, donde el cliente puede comprar desde una lechuga para la ensalada hasta los muebles para su cocina. En la zona de aparcamiento, junto a cada una de las escaleras de acceso, hay 17 (diecisiete) espacios reservados a minusválidos. Años atrás, rara vez encontraba vacío ninguno de los 34 aparcamientos reservados; el año pasado era fácil aparcar; este año hasta se podía elegir el número 17, que se encuentra casi, casi junto al primer peldaño de la escalera. Lo cual quiere decir que, con la crisis, a las personas les hace gracia ser respetuosos con las iniciativas que tienden a ayudar a los más necesitados a superar sus carencias. A menos, claro está, que un milagro colectivo haya dejado al ayuntamiento de Roquetas sin disminuidos físicos (quienes necesitan la reserva) ni “tarados mentales” (quienes joden la reserva a los que la necesitan).
III.- Optimización de recursos.
La verdad es que esta crisis es internacional y no sólo se ha dejado notar en la provincia de Almería: ha llegado hasta Cataluña. En Cubelles, el Paseo de Vilanova cruza 5 ó 6 travesías sin que el conductor encuentre señal de tráfico alguna que le diga quién tiene preferencia en cada cruce. Hasta hace poco no había mucho problema porque, en las calles en que el vehículo contrario entraba por la derecha, o bien se veía el STOP pintado en el suelo, o bien se percibía la señal octogonal que indica “quieto, parao”. No hace mucho han cambiado el sentido de estas travesías y, lógicamente, se ha borrado el STOP del suelo ya que estas calles ahora entran por la izquierda; y se han optimizado los recursos: se ha puesto la señal de STOP (la octogonal) en el mismo palo que sujeta la señal de PROHIBIDO EL PASO, lo cual desgraciadamente conduce a que no se vea el tal stop. En caso de accidente, se mire por donde se mire, el culpable es siempre el que se saltó la señal.
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