viernes, mayo 22, 2009

Israel-Jordania VIII: Jerusalén

Era sábado de Gloria, Sabbat a secas para los judíos. Al acercarnos al ascensor vivimos la primera sorpresa del día: los botones de llamada no funcionaban; los botones de acceso a los distintos pisos, tampoco. Durante el Sabbat, los ascensores de los hoteles funcionan automáticamente, subiendo y bajando de forma continua y parando en todos los pisos. De esa manera se evita que, en el día dedicado al descanso, el judío cumplidor de la Ley tenga que hacer el “esfuerzo” de apretar un botón.

Saúl fue claro en sus explicaciones mientras el autocar se acercaba a la Ciudad Vieja.
- Hoy visitaremos lo que ustedes llaman el Muro de las Lamentaciones. Para los israelitas es simplemente el Muro Occidental o el Muro del Templo. Lo que pasa es que el judío reza con todo el cuerpo y los peregrinos cristianos cuando llegaron a Jerusalén y vieron a la gente alzando los brazos al cielo, pensaron que se lamentaban. En todo caso hay normas que debemos respetar porque cada religión tiene su liturgia y nosotros, los turistas, no entramos en las creencias de nadie pero respetamos las costumbres de todos. Aquí veremos que, en los lugares considerados santos, el judío se cubre, el cristiano se descubre y el musulmán se descalza. Es lo que vamos a hacer nosotros. Además, como estamos en el Sabbat, hoy no se pueden hacer fotografías ni del Muro ni de los fieles pero, antes de acceder a la plaza, yo los llevaré a un lugar desde obtendrán ustedes las mejores fotos que se pueden hacer del Muro Occidental.

Entramos por la Puerta de Sión por la que se accede a los barrios armenio y judío. Dejamos atrás la Iglesia de Santiago y llegamos al Cardo, calle principal de la ciudad bizantina. Las excavaciones han sacado a la luz el antiguo enlosado y, al aire libre, quedan las columnas que sostenían los soportales. La prolongación de la calle lleva al mercado franco que estaba (y está) bajo cubierto.
Saúl insistió en la destrucción de parte del Barrio Judío por culpa de los bombardeos a que fue sometido en 1948 por la Legión árabe.
- Cuando en 1967 las tropas israelitas reconquistaron Jerusalén Este, el gobierno respetó el status quo de la ciudad. Así, por ejemplo, la Explanada de las Mezquitas es administrada por la población árabe a pesar de ser el lugar en que estuvo emplazado el Templo de Salomón. Sólo se modificó el barrio judío donde se derribaron toda una serie de edificios que dificultaban el acceso al Muro Occidental, construyendo la plaza que veremos de inmediato.

Atravesamos una red de calles abigarradas por donde correteaban las niñas vestidas de fiesta, unas a la usanza de sus tradiciones, otras, más modernas, lucían “polleras” acampanadas que les dejaban las piernas al aire.
- El pueblo israelita conserva las costumbres del país de procedencia. Aunque el Talmud ha mantenido intactos ciertos modos, estos se han visto remodelados por las distintas formas de vida de su asentamiento. Hoy, lo comprobaremos en el Muro Occidental, encontramos en el país los tipos más variopintos; desde los ultraortodoxos, que ayer vimos al cruzar Mea She’arim, hasta los actuales sabras, los nacidos en el nuevo estado, que tienen costumbres mucho más, digamos, europeas. A los hombres de negro, ultraortodoxos, y a otros que no se cortan las patillas o se les ve asomar la camisa de la oración, no debe de confundírseles con rabinos; visten así por costumbres medievales o talmúdicas. Por ejemplo, la Torá dice que el cuerpo, como obra de Dios, es sagrado y sólo Dios puede disponer de él; los que no se cortan las patillas o no se afeitan la barba lo hacen como reconocimiento de que al acercarse la navaja a la cara se corre un peligro que se ha de evitar. Las borlas que asoman por debajo de los trajes corresponden a la camisa que usa para la oración; se deja que se vean para que los vecinos sepan que cumples con los preceptos y vas preparado para hacer tus oraciones.
- O sea, que en el judaísmo también es más importante parecer bueno que serlo en realidad.
- Sí. Ustedes se quitan el sombrero al entrar en la iglesia, mientras las mujeres se cubren con un velo y ambos mantienen la mirada baja en señal de humildad. Y toda esa escenificación es, simplemente, para que los demás vean que ustedes se humillan ante Dios.

Llegamos aun punto de las murallas sobre, más o menos, la Puerta de la Basura y comprobamos que Saúl tenía razón al decir que desde allí se obtenían las mejores fotos y la vista más extensa del Muro Occidental. Se domina la explanada del Templo, hoy bastante poblada de fieles, todo el Muro de los Lamentos y, sobresaliendo por encima del muro, la Cúpula de la Roca. También observamos algo que nos pasó desapercibido el día anterior: a la derecha de la zona de oración, unas escaleras llevan a un acceso que atraviesa el muro y va a parar a la Explanada de las Mezquitas.

Bajamos de las murallas y nos mezclamos entre la gente, en su mayoría turistas; los fieles estaban rezando junto al muro o en sus proximidades. Esta vez no nos colocamos en la cabeza el cucurucho de cartón y nos quedamos observando el panorama; dentro del recinto de rezos había gente de todo tipo: los hombres de negro con los tirabuzones saliendo bajo el sombrero, los hombres de negro con enormes gorros de piel, los judíos vestidos como los que aparecen en la película Ben Hur con el casquete cubriendo la coronilla, los judíos vestidos a la europea… Y cada cual rezando a su ritmo; desde el que, de pie, murmura una oración hasta el que, como dijo Saúl, rezaba contorsionando el cuerpo y manoteando al cielo.
En la zona turística soldados, churro en ristre, paseaban atentos. En un momento dado oímos unos gritos y, al volvernos, vimos como uno de los militares arrancaba la cámara de manos de un turista y velaba el carrete. Como diría Lorenzo de Girona, esta gente no se anda con hostias.

Saúl nos agrupó junto a las escaleras que ascendían a la Explanada de las Mezquitas.
- Vamos a visitar otro lugar sagrado, esta vez para musulmanes y judíos. Al respetar es status quo anterior a 1967, la Explanada está administrada por los árabes. Por eso, ayer viernes, día de descanso para los árabes, no estaba abierta al público. Aquí también hay que guardar unas normas de comportamiento: debe vestirse con decencia, no se puede fumar y está prohibido que un hombre y una mujer se toquen mientras estén en el recinto.

La Colina del Templo, la Explanada de las Mezquitas o Haram es-Sharif (el Noble Santuario) es el lugar más sagrado para los judíos y uno de los lugares más sagrados para musulmanes y cristianos. La ortodoxia prohíbe a los judíos acceder a la explanada ya que, sin querer, podrían pisar el lugar donde estuvo emplazado el Sancta sanctórum del Templo, lugar que sólo puede pisar el sumo sacerdote. No nos hicieron ninguna referencia durante la visita pero, durante tiempo, un cartel del rabinato de Israel, colocado sobre las puertas de acceso a la Explanada, extendía esta prohibición a todos los visitantes:
AVIS ET ADVERTISSEMENT. L’ENTRÉ DANS L’EMPLACEMENT DU MONT DU TEMPLE EST INTERDIT A TOUT LE MONDE PAR LA LOI JUIVE EN VUE DE LA SANTETÉ DU LIEU. LE GRAND RABBINAT D’ ISRAEL.

La parte sur de la explanada está ocupada por la Mezquita de Al-Aqsa, la más grande de Jerusalén, mandada construir por la dinastía de los Omeyas tras la conquista de la ciudad. Durante la existencia del Reino de Jerusalén, sirvió de palacio y se la llamó Templo de Salomón por pensar que estaba edificada sobre el antiguo emplazamiento del templo judío. Más tarde fue cedida a los Caballeros del Temple, que la usaron como caballerizas, y de ahí parten todas las leyendas que relacionan a los templarios con el Santo Grial y los tesoros de Salomón que, supuestamente, habrían encontrado en los sótanos del templo.
En la puerta de la mezquita, allá donde un extremista asesinó al rey Abdullah I, un moro como un castillo vigila los zapatos de la gente que accede al interior. Por dentro, las mezquitas suelen ser bastante parecidas en su distribución. Al Aqsa, de construcción alargada y con columnas a ambos lados de la nave central, concuerda más con la idea de una de iglesia que con la forma de una mezquita si no fuera porque sus suelos están alfombrados. Cuando Quiosquera y yo salíamos, nos cruzamos con un grupo de turistas nórdicos que entraba; una señora, componente del grupo, que al parecer había quedado descolgada, acababa de descubrirlos entrando y corrió hasta darles alcance justo a la altura del moro vigilante de zapatos; al llegar, puso su mano sobre el hombro del último de la fila, mientras sonreía complacida; el moro no se lo pensó dos veces y le soltó un sopapo sobre la mano pecadora, al tiempo que, con aparente malos modos, le indicaba que en aquel lugar no podía meter mano al marido.

Si la belleza de Al Aqsa está en su interior, es la forma externa de la Cúpula de la Roca la que llama la atención. El nombre de Mezquita de Omar, por el que también es conocida, es doblemente erróneo porque ni la construyó Omar ni es una mezquita. La Cúpula de la Roca es un santuario octogonal de estilo bizantino. Las paredes están recubiertas exteriormente por mosaicos con inscripciones coránicas. Una gran cúpula dorada culmina el edificio. El interior es otra historia; un camino serpea junto al alto de una roca que ocupa casi todo el espacio del santuario. Es la cumbre del Monte Moria, donde Abraham se dispuso a sacrificar a su hijo; el mismo monte desde el que Mahoma subió al cielo guiado por el arcángel San Gabriel. Alguien nos indicó que observásemos las huellas que Mahoma había dejado en la roca y un pequeño tabernáculo que contiene pelos de la barba del Profeta; yo sólo vi piedras.
A escasos metros, la Cúpula de la Roca aparece reproducida en pequeñito en la Cúpula de la Cadena.

Salimos por la puerta norte que da directamente a la Vía Dolorosa y que conocíamos del día anterior. El sol apretaba y nos fuimos derechos al chiringuito donde servían naranjada recién hecha y no precisamente a base de concentrado. Esperamos turno, recogimos nuestros vasos y mientras dábamos cuenta de ellos observamos como los gusanos se paseaban por las naranjas del fondo: ración extra de proteínas.

Y arrancamos por la Vía Dolorosa.
Al margen de las creencias religiosas, está la adaptación de la liturgia a las costumbres de los pueblos donde se predica. Y al margen de ambas, el fanatismo religioso. Siguiendo la Vía Dolorosa, el visitante puede encontrar muestras de ambas manifestaciones.
En la documentación previa al viaje había aprendido que cuando, tras la primera cruzada, los peregrinos cristianos empezaron a llegar a Jerusalén, encontraron que el Via Crucis sólo tenía siete u ocho estaciones mientras que en Europa había 14. Como no era cosa de desilusionar a los peregrinos después de tan largo viaje, se añadieron en la Vía Dolorosa las estaciones que faltaban. De este modo quedó un Vía Crucis que mezcla el relato que de la Pasión hacen los Evangelios Canónicos con otros relatos de los Evangelios Apócrifos y alguna que otra tradición que sólo pertenece a la leyenda.

Iniciamos el camino en la Primera Estación (Jesús condenado a muerte) en el patio de una escuela que debió corresponder a la fortaleza Antonia.

La Segunda Estación (Jesús con la cruz a cuestas) se sitúa en el patio de la fortaleza al otro lado de la calle. Previamente, el viajero pasará por la Capilla de la Flagelación y la Capilla de la Condena, levantadas ambas sobre el pavimento original de la fortaleza, donde Jesús fue flagelado y coronado de espinas. Cuando nosotros anduvimos por allí, no vimos que vendiesen recuerdos en forma de corona de espinas; de haber sido así, es probable que este cronista hubiese sido sorprendido en postura similar a la tan criticada de Carod Rovira, críticas que nunca entendimos toda vez que la foto que dio la vuelta a toda España es la típica que se haría cualquier turista sin que, necesariamente, se tratase de una ofensa al cristianismo.

La Tercera Estación (Jesús cae por primera vez) se sitúa en la primera esquina del Vía crucis después de pasar el Arco del Ecce Homo. Un relieve de Jesús con la cruz indica el lugar. Esta estación no tiene referencia en los Evangelios.

La Cuarta Estación (Jesús se encuentra con su Madre) está muy cerca de la tercera, en una capilla junto a la Iglesia Armenia de Nuestra Señora del Dolor. Un relieve sobre la puerta de la capilla indica el lugar.

La Quinta Estación (El Cirineo ayuda a Jesús) está también muy próxima y queda señalada por un oratorio del siglo XIX.

La Sexta Estación (La Verónica limpia el rostro de Jesús) está a medio camino entre la quinta y la calle Khan ez-Zeit que va a dar a la Puerta de Damasco. La Verónica sólo aparece en los Evangelios Apócrifos, si bien se conservan las cuatro reproducciones del rostro de Jesús en el paño doblado (Roma, París, Alicante y Jaén).

La Séptima Estación (Jesucristo cae por segunda vez) se sitúa en el cruce de la Vía Dolorosa con Khan ez-Zeitr.

La Octava estación (Jesús habla a las mujeres) que algo más abajo en la misma calle Khan ez-Zeit. El lugar está señalado por un relieve en una de las paredes.

La Novena Estación (Jesús cae por tercera vez) pertenece a la tradición europea y se la sitúa en el Convento Etíope, muy próxima al Santo Sepulcro. Una columna marca el lugar en que se produjo la caída.

El resto de estaciones se encuentran dentro de la Basílica del Santo Sepulcro, erigida en el lugar que Santa Elena identificó como el Calvario. El edificio, que engloba la cumbre del monte, el lugar donde Jesús fue ungido y el Santo Sepulcro, es un galimatías de capillas, tumbas y otros reductos, administrados por las distintas confesiones cristianas. Tal parece que la última reconstrucción del templo hubiera estado diseñada por un historiador religioso preocupado en dar cabida a las 5 últimas estaciones del Vía Crucis. Ante la puerta principal de la basílica, cuya llave guarda desde hace siglos una familia árabe, se extiende el atrio, sostenido por una cisterna abovedada que podría haber sido la base del tempo romano de Venus. Es a la sombra de este patio abierto a las calles del barrio cristiano, donde los turistas nos tomamos un respiro después de haber ascendido y bajado las escaleras y calles empinadas que acabamos de dejar atrás a nuestro paso por la Novena Estación.
Nada más cruzar la puerta de entrada, girando a la derecha, se asciende al Gólgota por unas escaleras estrechas. Varias ventanas vidriadas muestran la piedra viva y, en una de ellas, puede verse la grieta que se abrió en la roca al morir Jesús.

La Décima Estación (Jesús es despojado de sus vestiduras) se sitúa al llegar a la plataforma superior, en un lugar que no pude determinar. Tampoco me quedó clara la ubicación de la Undécima Estación (Jesús clavado en la cruz) porque estaba más pendiente de dar un vistazo global a la capilla ortodoxa que ocupa la cumbre del Calvario. Al ser ortodoxa, en la capilla sólo había iconos; incluso la cruz era plana. Había cola para acceder a la Duodécima Estación (Jesús muere en la cruz). Bajo el altar ortodoxo hay un agujero en la roca que señala el lugar donde estuvo levantada la cruz; una estrella (de plata) rodea el agujero. Mientras Dalr y yo hacíamos cola, Quiosquera contemplaba el panorama a media distancia. Saúl se le acercó.
- Fíjese en esos individuos; están trabajando.
Quiosquera no entendió el mensaje.
-Esos que se mueven junto a los peregrinos que hacen cola; son carteristas.
Ajenos al detalle pero ahora vigilados, nos aproximamos al agujero de la cruz. Igual que en Belén, los visitantes introducían la mano en el agujero, la restregaban como si intentaran llevarse la esencia divina del lugar, y mostraban una mirada entre mística y flipada mientras los labios se movían en una oración silenciosa. Sentí un ligero escalofrío. Después de unirlos al resto del grupo bajamos a la Piedra de la Unción, tras dejar atrás la Décimo Tercera Estación (Jesús es descendido de la cruz y entregado a su madre) que está representada por una imagen de la Virgen.

La Piedra de la Unción no es una estación del Vía Crucis pero es, aparte del Santo Sepulcro, el lugar de más afluencia y, de largo, el sitio que más impacto me produjo; el lugar es una sencilla mesa de piedra pulida, a ras del suelo, que podría pasar desapercibida si no fuera por los devotos que la rodean. Varias personas, con botellas u otros cacharos con agua, arrodilladas junto a la piedra, vertían el agua en su superpie y la recogían con paños que luego escurrían otra vez en la botella. Y todo ello con la mirada ida, dando la sensación de avaricia al envasar la esencia que Jesús hubiera podido dejar en aquella piedra sobre la que nunca estuvo porque, como mucho, lo estaría sobre la roca que cubre la Piedra de la Unción. Me acordé de una frase a la que mi padre recurría con asiduidad: No hay que ser avaricioso ni para querer a Dios. Me quedó mal cuerpo: una cosa es el fundamentalismo de culturas ajenas y otra distinta el fanatismo de los fieles de tu misma religión.

Nos fuimos a la Décimo Cuarta Estación (Jesús es sepultado) donde había una cola enorme para acceder al Sepulcro. Mientras caminábamos buscando el final de la fila, observamos que los turistas con prisa se iban colando, tan a la brava que, en un momento, se formaron dos colas que convergían 4 metros antes de llegar a la entrada. Me dieron un par de empujones, uno de ellos lo suficientemente fuerte para hacerme trastabillar. Me volví hacia Quiosquera.
- ¿Es importante para ti visitar la tumba?
- En absoluto.
- Entonces vámonos. No es el lugar propicio para arrearle a uno de estos beatos con la garrota.

Salimos al patio exterior mientras Dalr continuaba haciendo cola. De todos modos había leído que, dado que los cruzados intentaban conquistar Jerusalén para dominar el Santo Sepulcro, uno de los sultanes mandó picar la mesa de piedra donde habría reposado el cuerpo de Jesús.
Sorprende sobremanera que en tan poco espacio físico se concentren tantos lugares sagrados; sobre todo que, entre el punto donde estuvo clavada la cruz y la sepultura de Jesucristo, no haya ni 20 metros de distancia.

(Normalmente, cuando escribo lo hago según voy recordando a medida que veo las fotos del viaje. En estas fotos, por supuesto, no está la descripción de todas las estaciones y he accedido a Internet para documentarme. Wikipedia me ilustra sobre la situación actual: el Papa Juan Pablo II ha remodelado las estaciones del Vía Crucis adaptándolas a los Evangelios Canónicos y ha añadido la Décimo Quinta Estación: Jesús resucita.)

Era la hora de la comida. Paramos camino de Ein Karem en un kibbutz. A 13 dólares el menú recuperamos las fuerzas perdidas durante la mañana.

Ein Karem es hoy un suburbio de Jerusalén y el lugar donde, se supone, nació Juan el Bautista. Allí fue donde María visitó a su prima Isabel y ésta adivinó el embarazo de la Virgen. Sendas iglesias franciscanas (Iglesia de San Juan e Iglesia de la Visitación) se levantan en los dos lugares indicados; el del nacimiento de Juan, señalado por una estrella de plata. Según el Nuevo Testamento, Zacarías, marido de Isabel, pidió a Dios un hijo. La petición fue escuchada e Isabel quedó encinta pero Zacarías perdió el habla por no creer a pies juntillas lo que el Arcángel Gabriel le anuncia. Cuando nació el niño, Zacarías escribió en una tablilla que habría de llamarse Juan y, con las mismas, recuperó la palabra, que utilizó para dirigirse a Dios en una oración (Bendito el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo…) que se reproduce en multitud de idiomas en las paredes del patio de la iglesia.

A la vuelta a Jerusalén, pasamos por el Monte Sión antes de que Saúl nos dejase en la Puerta de Jaffa para disfrutar de media tarde de recreo. La primera visita en el Monte fue la Tumba de David. El edificio no estaba abierto al público porque andaba de obras, pero, desde fuera, se podía ver la tumba, cubierta por un paño bordado con letras hebreas. En la segunda planta del edificio está el Cenáculo, lugar de la Última Cena según la tradición cristiana. Tampoco pudimos visitarlo.
De allí pasamos a la Abadía de la Dormición, allá donde María quedó dormida y se produjo su asunción al cielo. En la cripta, debajo del santuario, una imagen de la Virgen indica el lugar que ocupó su cuerpo antes de la asunción.

Desde la Puerta de Jaffa, caminamos por la Calle de David hasta el cruce con Khan ez-Zeit y de allí a la Puerta de Damasco.
Es la más impresionante de todas las entradas a la Ciudad Vieja: impresionan sus dimensiones, impresiona su belleza e impresionan los dos soldados israelitas apostados en el arco superior y con el churro preparado. Al otro lado de la puerta, hacia el oeste y fuera de la muralla, se yergue el edificio de Nuestra Señora de Francia, bastión más oriental del estado de Israel en Jerusalén hasta 1967; sus paredes muestran, aún hoy, las señales de los encarnizados combates que, en 1948, la tuvieron unas veces como objetivo y otras como cuartel general. Casi enfrente de la Puerta de Damasco, el Jardín de la Tumba conserva un típico sepulcro judío que, según el general británico Gordon, podría haber contenido los restos de Jesús.
La zona interior de la Ciudad Vieja cercana a la Puerta de Damasco es un típico bazar árabe que se prolonga por la calle El-Wad hasta su confluencia con la Vía Dolorosa.

Enfrascados en el ambientillo fuimos callejeando hasta aparecer otra vez en la explanada del Muro Occidental. Próximos al fin del Sabbat, estaba más despejado que durante la mañana y Dalr y yo nos acercamos a la gran pared después de habernos encasquetado el solideo de cartón. Nos fijamos que la gente dejaba papelitos en las ranuras del muro; más tarde averiguamos que eran oraciones o peticiones que los judíos tienen por costumbre dirigir a Yavé. No soy especialmente devoto pero en medio de aquella gente que oraba poniendo en ello el alma y el cuerpo, puedo asegurar que allí, en el Muro de los Lamentos, recé el Padrenuestro más emocionado que he rezado nunca.

Aquella noche, después de la cena, unos cuantos del grupo decidimos que al día siguiente haríamos una comida decente en un restaurante argentino.

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