sábado, febrero 28, 2009

Israel-Jordania III

Hace más de un año que nos quedamos visitando la Sala de los Secretos en la Alhambra de Granada y ya va siendo hora de que finalicemos de una vez nuestro periplo por Tierra Santa.

Tocaba visitar Petra, una de las joyas del viaje. Con nuestro folitre, al que le faltaba una plaza, bordeamos nuevamente el campo de refugiados próximo a Ammán y enfilamos la ruta del desierto. Un desierto que en nada recordaba a los montones de arena que estamos acostumbrados a ver en las películas; éste era un desierto plano con abundantes matojos, mucho más parecido a lo que llamamos Desierto de Almería. Días después, el guía israelita nos ilustraría: los idiomas latinos sólo tienen una palabra para definir desierto y lo que es algo más que un erial; en hebreo y en árabe cada “desierto” tiene su nombre en función de que sea sólo de arena o no. Hicimos una parada para tomar café en la única gasolinera del trayecto que se encontraba muy cerca de la “Fábrica de agua”. Ahí es nada. En medio del desierto se levantaba una planta de embotellado de agua mineral. Aguas subterráneas, indicó Wali.

A las 11 de la mañana estábamos en Wadi Musa a lomos de caballo para cruzar los 300 metros que nos separaban de Bab es Siq. Antes de que interviniesen los ecologistas, el paseo a caballo llevaba al turista hasta el Tesoro, cruzando todo el desfiladero. Ahora está prohibido dado que los guarros de los caballos se cagan durante el camino. Ahora bien, el turista puede alquilar una calesa y cruzar cómodamente y sin contaminar (parece).
Es Siq es un desfiladero de, aproximadamente, un kilómetro de longitud que el esforzado turista ha de hacer a pie con cuidado de no pisar un chinorro o guijarro más grande de la cuenta e irse a dar con los huesos al suelo. Nuestras amigas riojanas se habían puesto de punto en blanco para la excursión, amén de calzar unas sandalias con tacón y dedos al aire. Cuando llegamos al otro lado del desfiladero, mientras nosotros contemplamos las maravillas de Petra, ellas se dedicaban a ponerse tiritas en las rozaduras.
Para los que no somos muy dados a caminar, es-Siq es matador; es el inicio ideal para no querer oír hablar de Petra nunca más; es la leche. Un paseo de un kilómetro encajado entre dos paredes de 90 m. de altura y una separación de no más 10. Todo piedra y, allá arriba, una rajita de cielo azul. De pronto, cuando uno empieza a agotarse y tras una curva en el camino, aparece El-Khazneh, el Templo del Tesoro, el templo de Indiana Jones en la Última Cruzada. El viajante se siente pequeñito ante sus dimensiones y le cuesta entender cómo aquellos edomitas o nabateos tuvieron las narices que esculpir en la roca semejante monumento. La impresión que produce la contemplación de esta maravilla empequeñece lo que se extiende a lo largo de la explanada que se va ensanchando a su derecha y ridiculiza la estancia interior del templo.
Vivíamos los primeros días de la primavera pero el calor se dejaba notar, más aún después de la caminata a lo largo del desfiladero. Mientras Quiosquera se entretenía en el mercadillo beduino, Dalr y yo entramos derechos al trapo y nos compramos un trapo para cubrirnos la cabeza como los indígenas; Dalr eligió el modelo Arafat y yo, para no parecer gemelos, me quedé con el de cuadros blancos y rojos. Wali nos dijo que se llamaba algo así como kefiye y nos ayudó a encasquetárnoslo en la cabeza. Nos sentamos a la sombra. Los beduinos tienen un método infalible para que no se les escapen los camellos: los hacen arrodillarse y les atan las patas de forma que nos puedan estirar y, por tanto, ponerse en pie. Uno de ellos se dirigió a una jovencita de nuestro grupo ofreciéndole un paseo a camello. La chica negó con la cabeza y el beduino, con una amplísima sonrisa, se dispuso a desatar el animal. Wali tuvo que explicarle que la muchacha no quería dar ningún paseo; Luego nos explicó a nosotros que los beduinos cuando mueven la cabeza de un lado a otro están diciendo que sí.

Tras el breve descanso junto a El-Khazneh, emprendimos el camino hacia la ciudad; o lo queda de ella. A nuestra izquierda quedaron los restos del Teatro con sus gradas excavadas en la roca y en estado deplorable. A la derecha, las Tumbas reales nos mostraban sus fachadas y la gran variedad de colores de las montañas calizas de Petra aunque con predominio de tonos sonrosados. Entramos a la ciudad por el Cardo Máximo atravesando el Arco Triunfal. Las losas de la calzada están en buen estado de conservación y, al contrario de lo que días después vimos en Jerash, no muestran señales de rodadas de carro lo que hace suponer (según Wali) que estaba prohibida la circulación rodada. El resto de construcciones presagiaba ruina pero daba bien para la foto

Faltaba la ascensión a Ed-Deir, el Monasterio, a la que había que dedicar una hora de camino. Durante el viaje ya había tratado este tema con Wali que me presentó la subida como un sendero tortuoso con multitud de escalones esculpidos en la roca pero se podía alquilar un borriquillo para hacer el trayecto. Él mismo se encargó de apalabrar la caballería; me salió por 600 piastras, unas 1200 pts. El borriquillo era enano, de modo que los pies casi me arrastraban por el suelo pero cumplió su función. Mientras nosotros, Wali y yo, discutíamos con el beduino el precio del burro, el grupo inició la ascensión. En cuanto mi chófer agarró el volante empezamos a dejar atrás al resto de excursionistas; salvo a Dalr que, armado de cámara de fotos y filmadora, tan pronto se quedaba atrás como nos pasaba como un rayo para hacer una toma de frente. Tuve que bajarme del burro dos veces. La primera fue al cruzar un túnel formado por una lastra enorme que se había desprendido sobre el camino dejando un agujero por donde pasaba el burro o pasaba yo; uno encima del otro era imposible. La otra vez que me tuve que bajar fue al cruzar un barranquillo de 1000 mts. de profundidad con una caminito de 1 m. de anchura como mucho. Supongo que el beduino cuidaba la integridad de su medio de sustento. Paramos unas cuantas veces más a echar tabaco. En la primera parada mi beduino sacó la petaca y el papel de fumar y empezó a liarse un pitillo; le dí uno de los míos. En adelante, le decía al burro shhheee, shhheee, shhheee (que significa ¡so!), y esperaba a que yo echase mano al paquete.

Al final llegamos a la explanada de Ed-Deir: 45 minutos. Como quedaba tiempo hasta que llegase el grueso del grupo me fui al bar. Era una cueva en la montaña en forma de jaima. Me senté sobre las alfombras junto a la roca. El primero en llegar fue Dalr seguido, a poca distancia, de Wali. Mi beduino había soltado el burro y el animal se había alejado a zamparse las únicas matas verdes que por allí se veían. Quiosquera llegó sofocada y me birló la Coca-Cola que me estaba bebiendo.
- Las mejillas de la señora tienen el color de las montañas de Petra –le espetó Wali-.
Quiosquera afirma que es el piropo más bonito que le han echado en su vida.
Ed-Deir es con mucho la construcción más monumental de Petra y la que mejor se puede disfrutar dada la amplitud de la explanada que se extiende delante pero le falta la impresión que produce El-Khazneh cuando el turista lo encuentra de sopetón al finalizar es-Siq. Dalr escaló la montaña hasta la urna que corona el templo, desde donde se vislumbra yébel Harûn, lugar en que se supone que está la tumba de Aaron. A esa altura, la vista de la explanada y de la cadena de montañas que hay delante es majestuosa.
La bajada la hicimos a la carrera. Wali inició la marcha seguido de la tropa. Mi beduino y yo esperamos un poco mientras echábamos un cigarrillo. Al tío le iban los Ducados. El descenso tenía un problema, dos problemas, mejor dicho. Uno era que, mirando hacia abajo, se veía mejor el fondo de los barrancos que se adivinaba muy lejos. Con el vértigo que padezco me veía rebotando en los peñascos hasta aterrizar en los matojos del final en compañía del borrico. El segundo problema era que la “silla de montar” se me clavaba en la güevadura. Fuimos dejando atrás a los miembros del grupo, que me aplaudían al pasar. Casi acabando el camino recogimos a las dos parejas de La Rioja que, agobiadas por las sandalias de las mujeres, apenas habían subido un centenar de metros.

El kilómetro de regreso, atravesando de nuevo es-Siq, se me hizo eterno. No sólo contaba el castigo a que había sometido el cuerpo sino la temperatura que estaba por encima de los 30 grados. Pregunté a Wali si había mucho turismo en el mes de agosto.
- No demasiado –contestó-. En verano sólo se atreven a venir los italianos y los españoles.

Camino del hotel me fijé en la vestimenta del guía. Mientras los turistas íbamos en manga corta, Wali llevaba jersey de lana y chaqueta. Y sin sudar.
En el hotel faltaba habitación para las dos parejas de La Rioja. Les improvisaron una “cama redonda” y mandaron a Wali y al chófer a dormir en el palomar.

1 comentarios:

A las 7/7/11 02:05 , Blogger LADY HAGUA 2010 ha dicho...

Gracias por compartir!!!

Yo tambien amo el arte y la naturaleza!!!!

http://youtu.be/pFgCRT0zxbU

 

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