martes, abril 28, 2009

Israel-Jordania VI

El desayuno en Tiberiades fue acorde con la cena: un vaso de Tang como naranjada, café con leche y unas galletas (ácimas) con mermelada. Y tomamos el camino de San Juan de Acre, la ciudad que es mencionada por primera vez en el Libro de los Jueces y que alcanzó fama como bastión inexpugnable durante la época de las cruzadas. Inexpugnable o no, lo cierto es que fue cambiando de manos árabes a cristianas y de cristianas a árabes hasta que, en 1291, los mamelucos entraron a sangre y fuego y no dejaron títere con cabeza. Vamos, ni títere ni titiritero; sólo logró escapar un puñado de caballeros que, a través de los túneles subterráneos, fueron a refugiarse en el convento de los templarios. Y, como era de prever, el sultán mameluco arrasó la ciudad y los muros que la defendían.
La ciudad fue reconstruida cuatro o cinco siglos más tarde sobre las antiguas ruinas, que quedaron una decena de metros por debajo del nivel actual. El artífice de la nueva puesta en escena de Acre fue Al Jazzar, impulsor de la construcción de la mezquita que lleva su nombre y de las actuales murallas sobre las que se estrelló el propio Napoleón. La famosa Sala de los Caballeros queda hoy 8 metros bajo tierra y a ella se llega por pasadizos subterráneos que, según nos contó Saúl, conformaban un verdadero laberinto que acababa dando al mar. Y eso si se conocía el camino adecuado, porque muchos de los pasadizos eran falsos y acababan cegados; así, cuando los árabes perseguían cristianos, los primeros de la fila topaban con el final del pasadizo y eran ensartados por las lanzas de los que venían detrás. No nos contaron cómo funcionaban las cosas cuando los perseguidores eran los cristianos.
Hubo varias personas del grupo que prefirieron no entrar en los túneles porque padecían noséqué fobia y se quedaron sin ver el claustro.
De igual manera que los que picaban en Ammán eran musulmanes negros, en los túneles de Acre, los que picaban eran judíos negros. Y es que la Biblia es clara cuando habla de razas y mala leche. Noé, después del diluvio, inventó el vino y agarró la primera cogorza de la que se tienen pruebas documentales, se quedó en pelota picada y empezó a hacer tonterías. Noé tenía tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Cam, el malo, cuando vio a su padre borracho, se lo tomó a pitorreo y se burló de él; Jafet no supo qué hacer; Sem, el bueno, tomó su capa y, avanzando hacia su padre con la cara vuelta, lo envolvió en ella (en la capa). De Sem, el bueno, descienden los semitas; pero con puntualizaciones: los judíos descienden de Isaac que era el hijo legítimo de Abraham y de Ismael, que era el hijo ilegítimo, descienden los árabes… De Cam, el malo, descienden los negros que, al fin y al cabo, son a quienes les toca picar.

La siguiente parada fue Haifa, concretamente, el Monte Carmelo. La ciudad la fuimos viendo a medida que subíamos al monte y la única referencia que Saúl hizo fue para decirnos que era la tercera ciudad de Israel y que hay un dicho judío que dice: Mientras Jerusalén reza y Tel Aviv se divierte, Haifa trabaja.
Visitamos la gruta de Elías, donde el profeta oró antes de desafiar a los sacerdotes de Baal, desafío que, como todo el mundo sabe, consistió en un pulso entre Yahvé y Baal a ver que dios era capaz de encender un fuego sin cerillas ni encendedores de gas. Por supuesto, ganó Yahvé mandando un rayo sobre el montón de leña mojada que Elías había apilado. Es curioso que casi todos los lugares santos de Israel se ubiquen en cuevas.
A la salida de la gruta se nos acercó un curilla (digo curilla por el tamaño ya que el sacerdote en cuestión ya estaba entrado en años) que se dirigió a nosotros en español. Resulta que el pobre llevada diecitantos años de apostolado en Haifa y apenas tenía ocasión de hablar su lengua materna, así que cada vez que oía a alguien hablando cristiano se lanzaba de cabeza a practicar.
Por último visitamos el templo Bahai aunque antes pasamos por un mirador desde podía contemplarse Haifa y el Mediterráneo. En el mirador había una orquestilla que nos recibió con la Marcha Real. No sé cómo demonios se huelen estos tíos el país de origen pero lo cierto es que siempre dan en el clavo. Pero como no les soltamos clavo, la emprendieron con el Viva España de Manolo. Ni por esas.
El templo Bahai constituye el centro neurálgico del bahaísmo, religión sincretista que venera a todos los profetas y pretende la unión universal de todas las religiones. El templo tiene un interior sencillo, sin imágenes ni florituras decorativas, donde cada devoto pueda rezar a su dios. Obligatorio entrar descalzo o con el calzado envuelto en trapo o plástico que no haya tenido contacto con la mugre del exterior. Los jardines que rodean al templo son de película, semejantes a alfombras persas floreadas. Una legión de voluntarios se encarga de mantener (gratis) el esplendor de los jardines y la limpieza de callejas y farolas que los adornan.

Llegamos a Cesarea a la hora del almuerzo. Comimos en un kibuz (en Israel los turistas comen siempre en un kibuz) al precio de siempre: 13 dólares barba. Con un café filtrado en el cuerpo y un sol que caía a plomo emprendimos la visita del teatro romano. A la entrada del teatro, Saúl nos agrupó en una sombra para darnos su pequeña conferencia. Mientras hablaba, un lagarto de tamaño más que apreciable parecía escucharlo desde una de las aberturas superiores del muro. Después nos dejó para que hiciéramos la visita y nos derritiésemos por libre. Las gradas del teatro son como las de Mérida: reconstruidas. Incluso llevan incorporado el número de asiento y todo. A propósito de asientos… La guía turística que leí para documentar mi viaje dice que “no lejos de allí se encontró la base de una estatua con el nombre de Poncio Pilatos”. Nuestro guía, Saúl, nos comentó que la piedra encontrada correspondía al resplado del asiento reservado a Poncio Pilato en el teatro de Cesarea. Lo cierto es que, en un jardincillo que hay al salir del monumento, se encuentra una reproducción de la dicha piedra, dónde se puede leer “IN TIBERIUM (roto)...TIUS PILATUS”.

De camino a Jaffa, paramos en Netanya, ciudad cuyo mérito turístico radica en haber introducido en Israel la talla del diamante. Por judíos procedentes de Bélgica y Países Bajos, por supuesto. Nos dimos una vuelta por una de las tiendas y, como nadie compraba, Saúl dio orden de regresar al autocar. Entonces se les abrió el culo a los riojanos y tuvimos que esperar durante tres cuartos de hora a que acabasen sus compras. Una de las señoras nos enseñó el predrusquillo que le había regalado el marido: una sortija con un “pequeño” diamante de medio kilo (en pesetas). El resto de compras no nos las mostraron porque debían llegar lacradas a la aduana.

En consecuencia, a la visita de Jaffa sólo dedicamos poco más de media hora y hubiera valido la pena hacer más extenso nuestro paseo por la ciudad vieja (toda ella). Tel Aviv, que surgió como el barrio judío de Jaffa, se vislumbra al fondo como una ciudad de corte totalmente moderno y sin apenas interés turístico.

Entrábamos en el Jerusalem Gate a la hora de la cena, después de atravesar la ruta que pasa por Latrun y que Saúl se encargó de recordarnos como la carretera endiablada que la Haganah tuvo que defender a machamartillo con tal de no interrumpir las comunicaciones con Jerusalén durante la guerra que siguió a la proclamación del estado de Israel.
Grande es el mundo pero, mientras esperábamos en el hall del hotel el reparto de habitaciones, nos encontramos con unos amigos íntimos que también visitaban Israel aunque seguían una ruta distinta.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio