lunes, abril 22, 2013

Ortografía municipal



La temporada laboral de mi padre empezaba en febrero con la recolección y venta de prensules y habichuelas verdes; en abril y mayo venía el golfo de pepinos, tomates, berenjenas y pimientos, y junio y algo de julio servían de remate con melones y sandías; agosto, al fin, era el mes del ajuste de cuentas con los agricultores y cierre de la temporada propiamente dicha. El resto del tiempo lo dedicaba mi padre a ir de pesca tierra adentro; por mucho empeño y cuidado que se pusiese, siempre había algún besugo que intentaba escaparse sin liquidar sus deudas. Sus viajes se sabía cuando empezaban pero nunca cuando acababan: iniciaba la persecución de un buen ejemplar, pongamos que en Murcia, y terminaba dando con él en Badajoz, un poner. Por eso no le gustaba viajar solo y casi siempre se hacía acompañar por algún amigo que anduviese desocupado en aquel momento; su acompañante más habitual era Frasco Rivas.
La señalización de las carreteras de entonces era correcta en cuanto a símbolos de tráfico pero no se distinguía precisamente por la abundancia de información al conductor; cuando ésta se producía, solía aparecer en mayúsculas y carente de acentos ortográficos. Contaba mi padre que, en cierta ocasión, circulando por la N-432 vieron un letrero: ILLORA 7.
- illóra, ziete –leyó correctamente Frasco Rivas-.
- íllora, Frahco, íllora. Eh que tráfico va huhta de prezupuehto y ze come loh acentoh –lo ilustró mi padre-.

Aún es frecuente que tráfico se coma los acentos sea cual sea el presupuesto, aunque es fácil observar que, tanto el ministerio como los ayuntamientos, están intentando colocar los acentos en su sitio. Es de agradecer.
De vez en cuando se produce un exceso de celo y podemos encontrar carteles como el que ilustra el artículo: “SÓLO PAPEL Y CARTÓN (olé). papel es importante (cachiiisss)”. 


El contenedor  está situado frente al Teatro Auditorio de Roquetas de Mar, pero hay muchos otros distribuidos por todo el municipio. “Tú”, acentuado, es pronombre personal; “tu”, sin acento”, es adjetivo posesivo. O era así en la gramática de Nébrija renovada; ahora, quizá, ambos sean simplemente determinantes. Pero por ahí va la cosa.
Esto en Cataluña no hubiera pasado nunca: los funcionarios catalanes deben tener un nivel de conocimiento del catalán que para sí quisieran muchos universitarios de letras. Cuando Quiosquera se preparaba para obtener el “Nivel C”, seguí sus estudios y puedo asegurar que la mayoría de funcionarios españoles, incluidos los catalanes, no aprobarían un examen similar en castellano. No excusa esto al municipio de Roquetas: bien podría procurar el señor alcalde que uno de sus asesores dominase el idioma.
En todo caso, hay que agradecer al señor Amat que, por lo menos, pretenda que las notificaciones de su municipio se escriban correctamente; sólo se equivoca quien lo intenta.

miércoles, abril 17, 2013

El secuestro del Santa María

Dormitaba el enésimo capítulo de “Amar en huevos revueltos” cuando me pareció oír la musiquilla del NoDo y el inconfundible tono de voz de sus locutores:
- El transatlántico Santa María se dirige hacia el puerto de Recife, una vez que el pirata Galvao y sus secuaces han depuesto su actitud y se entregan a las autoridades brasileñas
Sobreimpresionado, en la parte inferior de la pantalla aparecía el subtítulo: “enero de 1961.
Durante el curso 1960-61 yo estudiaba primero de bachiller y mi primo Manolico, segundo. Nos preparaba D. Antonio Montes, maestro nacional en La Rábita, que vivía en El Pozuelo. Mi primo se alojaba en casa de mi abuela y, cada mañana, nos íbamos juntos al cole, normalmente en bicicleta, aunque había muchos días que nos llevaba D. Antonio en su vespa: mi primo ocupaba el asiento del pasajero y yo me hacía un ovillo a los pies del maestro, entre el manillar y su asiento. Eran tiempos en los que la Guardia Civil tenía faenas más importantes que controlar el tráfico.
D. Antonio era nuevo en nuestra plaza y trataba de abrirse camino y hacerse un nombre; los únicos alumnos de bachiller que tenía éramos mi primo, yo y el hijo de D. Paco, maestro de adultos. Muchos días, después de acabar el horario normal de clases, nos veníamos al Pozuelo y continuábamos el estudio y las explicaciones en casa del maestro. Por entonces, Enriquito había abierto una escuela particular para perfeccionar los conocimientos de los mozos del pueblo, entre lo que estaban mi primo Caracoles, el Coquillo, su hermano Veneno, el Eloíco, el Panaero, Pepe Caneco, dos de los hermanos Burgués y el Sevillano, que era el más joven de todos. El Pozuelo ha sido siempre un pueblo tranquilo, poco bullanguero (bailes de Navidad, Carnaval y otras fiestas señalas, aparte) y, por tanto, aburrido. Los mozos de aquella generación le echaron un par y formaron un equipo de fútbol, del que Enriquito sería su entrenador; había que resolver un problema de inicio: no había cancha ni espacio suficiente para albergarla. La única solución consistió en aplanar el rebalaje desde el badén de Rosendo hasta el badén de Paquito Romera. Quedó un campo pequeñito, más o menos a la medida del pueblo, donde 22 jugadores eran demasiados, pero con buena voluntad fue suficiente para que varias generaciones pudiesen disfrutar el deporte. Eso sí, cada cierto tiempo había que rehacerlo porque las casas vecinas, sin recalificación previa, habían crecido hacia el mar, invadiendo la zona deportiva.
Las obras de construcción del estadio se iniciaron hacia la Navidad de 1960 y duraron un par de meses. En ellas participaron los mozos de la escuela nocturna que, tras la jornada lectiva, echaban unas peonadas en la obra. Los hermanos Burgués ponían la mula y el resto actuaba como bracero. Por entonces, el Sevillano andaba enrollado con unas cuantas niñas de La Rábita y raro era el día que mi primo Manolico y yo no teníamos que hacer de cartero. Paquita la Rebusca (o cualquier otra, vaya usted a saber) nos entregaba la misiva cuando salíamos de la escuela y nosotros íbamos a hacer la entrega al finalizar el estudio. Ni que decir tiene que aprendimos a abrir y cerrar las cartas sin que quedasen lesionadas en exceso y, de esta forma, estábamos al día en la evolución de amores tan juveniles. Ya que habíamos esperado que finalizase la clase de los adultos, nos íbamos con ellos a ver como evolucionaban las obras de construcción del estadio. Fue entonces cuando oímos hablar del Santa María: el pirata Galvao y unos 20 filibusteros asaltaron el barco y se apoderaron de él; incluso mataron a uno de los oficiales. Lo que no supimos entonces es que los asaltantes, portugueses y españoles, habíajn puesto en marcha la Operación Dulcinea con la que trataban de derribar las dictaduras de Oliveira Salazar y Franco, promoviendo un levantamiento de las tropas portuguesas en Angola o de las españolas en Guinea Ecuatorial (angelicos). Los últimos días de enero del 61 mantuvieron al personal pendiente de los partes hablados de mediodía y la noche, a la espera de noticias frescas. A mis 10 años, a mí me resbalaban estas historias pero mi primo era un forofo del parte y me implicó en el seguimiento del desarrollo de los acontecimientos. Finalmente, en los primeros días de febrero, Henrique Galvao depuso su actitud y entregó el barco en el puerto de Recife.
Para nosotros, españoles y portugueses de la época, el buque de pasajeros Santa María fue víctima de la agresión de una banda de piratas en pleno siglo XX. No tuvimos nunca conciencia de que se tratase de un movimiento político. En homenaje a los pasajeros y a la tripulación, el nuevo estadio de fútbol recibió el nombre de Santa María.
No había vuelto a oír hablar del suceso hasta ahora; es más, aquellas personas con las que había comentado la historia no tenían ni pajolera idea de qué les estaba contando, tanto es así que había llegado a pensar si el Santa María no sería otra de mis invenciones infantiles. Claro que podía haber echado mano a Internet y tampoco se me había ocurrido.

jueves, abril 11, 2013

Paso del ecuador



En cuanto se bordean las Islas Canarias y el transatlántico pone rumbo al ya no tan Nuevo Mundo, el sufrido viajero tiene varias opciones para matar el tiempo durante los 5 días que dura la travesía que ha de llevarlo al otro lado del océano. Una de ellas consiste en observar la pantalla que, “gepeese” mediante, indica la posición del barco respecto a los tres continentes que tiene a mano. Ipso facto se comprueba que Colón se equivocó; el Almirante siguió, milla arriba, milla abajo, el curso del Trópico de Cáncer en la certeza de que la tierra era una esfera perfecta y que la perpendicular a las costas de Catay marcaba el camino más corto para llegar a las Indias. Él, que sabía portugués, debió preguntar a Bartolomeu Dias y Vasco da Gama por el estado de la ruta que los navegantes del país vecino habían seguido para llegar al Cabo de Buena Esperanza, camino de la India (en singular); es probable que sus colegas hubieran tomado alguna vez una salida equivocada y hubiesen alcanzado a ver las gaviotas que vuelan 300 millas al este de las costas de Brasil. Ese pequeño error lo condujo por el camino más largo, de tal modo que, de no topar con la isla de Guanahani, lo mismo atraviesa el Canal de Panamá sin darse cuenta y se planta en las arenas del Mar de China.
De haber visto el Mapa Mundi de Juan de la Cosa se habría dado cuenta que era mejor seguir un rumbo distinto, bajando en diagonal hasta Brasil; además, al ser cuesta abajo, habría llegado antes y con mayor facilidad, sin estar mediatizado por los vientos alisios.. Quizá, pienso ahora, el mapa de Juan de la Cosa fuese posterior a los viajes de Colón, en cuyo caso se me hunde toda la teoría que trataba de desarrollar; en cualquier caso, Colón se quedó sin atravesar el ecuador por no tomar rumbo sur-suroeste, y eso que en el mentado mapamundi aparece marcado con trazo firme y preciso.

Si el Almirante no pasó el ecuador ni en su primer viaje ni en los sucesivos, a mí me hacía mucha ilusión cruzarlo la primera vez que navegaba algo más allá de Mallorca. Durante los días que duró el crucero, cada noche nos encontrábamos sobre la cama el programa de actos del día siguiente, tanto los que tenían lugar a bordo como los que recomendaban llevar a cabo en los puertos donde hacíamos escala. El programa de festejos que nos entregaron la noche del 4 de diciembre anunciaba para el día siguiente el paso del ecuador; no quiere decir que estuviésemos a mitad de viaje sino que a las 23,45 cruzaríamos la línea imaginaria que marca la separación de los hemisferios norte y sur. Durante la cena comentamos con nuestros compañeros de mesa los fastos que se preparaban para conmemorar un hito tan esperado por casi todos nosotros.
- Parece ser

–decía Juan- que nos reuniremos en la cubierta 10 y allí el capitán y la tripulación nos irán informando a medida que nos acerquemos.
- Lo que a mí me jode –dije- es que cruzamos de noche. Así no veremos la raya blanca que señala la situación exacta del ecuador. ¡Con la ilusión que me hacía!
- ¿Es que se ve? ¡No será verdad! –intervino Pili-.
- Bueno, no estoy seguro si la raya es blanca o de otro color, ni de qué anchura es; si es como la bola del mundo que tengo en casa, la línea es azul oscuro y bastante gorda.
- ¿Sí?
- Piiili, ¿no ves que está de cachondeo?
- Ya me parece, pero lo dice tan serio que me ha hecho dudar.
- A Quiosquero, ni caso –Quiosquera siempre en mi apoyo…-


Finalmente cruzamos el ecuador en los últimos minutos del 5 de diciembre de 2012. Hasta nos dieron un certificado que lo prueba pero, tal como me temía, la oscuridad nos impidió comprobar si la raya estaba pintada o no. Habrá que volver para asegurarse. 

jueves, abril 04, 2013

Semana Santa


La Semana Santa es una fecha rara. Por una parte, se tardaron unos cientos de años en situarla en el calendario (Dionisio el Exiguo) y, aun así, hay facciones cristianas que sitúan el Domingo de Ramos  donde los demás celebran el Domingo de Resurrección. Por otra parte, los católicos actuales no saben (o no sabemos) si se ha de adoptar una postura de recogimiento y amargura o de distensión y cachondeo. Sevilla (y otras poblaciones andaluzas) lo ha visto claro: los devotos viven y sienten las amarguras de la Pasión, mientras que los menos piadosos disfrutan de la belleza de los Pasos y sienten cómo se les ponen los pelos de punta cuando notan en el estómago el hormigueo que producen las notas de una saeta.
 
En mi pueblo no hay procesiones; al menos no había cuando yo era chico. Y en el pueblo de al lado sólo salía, que yo recuerde, la Procesión del Silencio, de nombre equivocado puesto que quienes acompañaban al Cristo dejaban de hablar únicamente cuando la hermana del Rico-Pobre hacía estremecerse la noche con sus saetas.

Cuando tenía 14 ó 15 años, mi padre nos llevo a ver las procesiones del Viernes Santo en Almuñécar. Era un día despejado y de los que cumplen el tópico andaluz: el sol caía como el plomo… pero derretido. El gentío era enorme y para evitar que nos pisotearan no seguimos la procesión sino que nos situamos en una plaza que debía estar al final del trayecto o muy cerca del final. He dicho Viernes Santo porque esa es la idea que me ha quedado, pero bien pudo ser el Domingo de Resurrección o cualquier otro día procesionable. La plaza estaba abarrotada, quedando un espacio vacío delante de un edificio en cuyos balcones estaba situado el clero y, supongo, las autoridades; debía estar orientado al norte, ya que era mediodía y el sol caía a su espalda. Fue ahí donde se encontraron Cristo con la cruz a cuestas y María (o Jesús ya resucitado y su Madre que se acercaba al sepulcro). Las imágenes de Almuñécar son móviles y la escena de Madre e Hijo saludándose estaba bastante lograda.

Después de esto, tomó la palabra un sacerdote de los que estaban en el balcón, con la cabeza cubierta por su bonete. Quienes a pie firme escuchábamos su plática teníamos los sesos a punto de ebullición; por eso, muchos se habían calado el sombrero. El cura del balcón recordó a los oyentes lo sagrado del acto y la falta de respeto que suponía permanecer cubierto frente a la Palabra de Dios. No hizo falta que lo repitiera: todo el mundo se despojó del gorro.

Detrás de nosotros se oyó una voz a suficiente volumen como para ser escuchada poir un amplio sector.
- No entiendo. Ese señor dice que los que estamos al sol nos quitemos el sombrero y él que está a la sombra no se quita el suyo –por el acento parecía pertenecer a las Iglesia Anglicana-.
Como era de prever, y porque quizás tenía razón, nadie dijo nada, pero, cuando el acto acabó y ya nos retirábamos, alguien dijo detrás de mí:
- Porque estamos donde estamos, que si no, era para haberle dado una hostia al tío ese.