sábado, diciembre 25, 2010

Navidad 2010

Foto cedida por Laurie Quiosco de Prensa

martes, diciembre 21, 2010

Ramón Lleixà

Ayer había finalizado mi media hora de lectura y estaba buscando la posición para echar una cabezada cuando sonó el teléfono. No lo suelo coger a estas horas puesto que es el momento ideal para que llamen quienes lo tienen todo más barato, pero casi sin querer se me fue la mano. Era Enric Colomer, viejo amigo y compañero de trabajo, con malas noticias.
- Ha muerto Lleixà. Vengo del sepelio.

Lleixà era el contable, director financiero y persona de confianza del gerente de Internos Textiles Europeos, empresa donde, desde 1988 a 1996, presté mis servicios como informático, primero como apoyo desde una empresa de servicios y más tarde en plantilla. Ocupaba el despacho contiguo al mío y, entre la vieja guardia, era el individuo más preparado y con más inquietudes científicas; quiero decir que creía en la informática y ponía de su parte para estar al día.
Tenía otras aficiones. En alguna ocasión habíamos ido juntos a comer y era de los que pensaban poco el menú; pedía los dos platos, el postre y el café y esperaba hasta que le sirvieran la comida; el primero, el segundo y el postre, y sólo entonces atacaba. Uno tras otro, mientras le preparaban el café, daba cuenta de la pitanza. Ramón Lleixà ha sido, hasta ahora, el único individuo al que no he sido capaz de seguir con la cuchara en la mano. Y hay que reconocer que le aprovechaba. Con la cachaza y buen humor que siempre llevaba a cuestas, me contaba alguna anécdota doméstica.
- Linares, la parienta me tiene frito.
- ¿Qué le ha hecho usted ahora?
- Nada, es que ha comprado una báscula de baño de esas que hablan. Y anoche se me ocurrió subirme y me dice…
- ¡Error! –lo interrumpo-.
- ¡Qué va! ¡Eso habría tenido un pase! Lo que me dijo fue: “Por favor, suban de uno en uno”.

En el trabajo era de los primeros en llegar y de los últimos en irse; aun así, le quedaba tiempo para ser un mago del billar a no sé cuántas bandas (creo que estuvo en el top ten de Cataluña) y para hacer obra social. Un par de veces por semana daba charlas a grupos de toxicómanos, alcohólicos y fumadores empedernidos y sacaba a más de uno del atolladero. Entre sus amigos incondicionales estaban los parias a quienes había ayudado a salir de la droga y a encontrar un trabajo que les permitiese encauzar su vida. Conmigo había veces que se mostraba un tanto sentimental recordando casos que no había podido solventar; se le pasaba pronto aunque me da la sensación que hacía de tripas corazón para aparentarlo.

La última conversación seria que tuve con él fue a raíz de un problema que tuvo en el ojo. Le encontraron un tumor maligno en la parte de atrás del globo ocular y se lo hubieron de extirpar: el tumor y el ojo. Cuando finalizó la convalecencia me decía:
- Aunque siempre aparento buen humor, no se si te creerás que esta vez si estaba un poco acojonadete.
- Hombre, es normal. El tomarse las cosas con un aparente pitorreo ayuda a que uno llegue a creerse sus propias mentiras pero eso no impide que la procesión siga su curso.
- Oye, ¿te cabrearás si te cuento un chiste?
- Usted cuente y luego yo decido.
- Lo digo porque el chiste se ajusta a nosotros dos.
- ¡Venga, coño, cuente que si lo alarga no tendrá gracia!
- Eran dos viejos amigos que hacía tiempo que no se veían; uno era cojo y el otro ciego y cuando un día por fin se encontraron el ciego le preguntó al cojo: "¿Y tú, qué tal andas?" Y el cojo le respondió: "Pues ya ves…"

Lo dicho, Ramón Lleixa era un enorme pedazo de buena persona.

viernes, diciembre 17, 2010

Lisboa: Belem


Saliendo del Mosteiro dos Jerónimos volvimos a cruzar la Praça do Imperio y nos acercamos al Padrao dos Descobrimentos. Es un monumento de la época de Salazar, erigido para conmemorar el quingentésimo aniversario de la muerte de Enrique el Navegante y representa la proa de una carabela que se adentra en el mar. Con Enrique el Navegante al frente, a ambos lados de la nave se alinean los grandes descubridores y navegantes portugueses, entre los que destacan Vasco da Gama (India), Fernando de Magallaes (primera vuelta al mundo), Bartolomeu Dias (Cabo de Buenaesperanza) y Pedro Álvares Cabral (Brasil). Junto a ellos, algunos personajes de la realeza lusa y dos figuras que no destacaron precisamente por su pasión por el mar: el misionero San Francisco Javier y el poeta Luiz Val de Camoes.
El monumento tiene una altura de más de 50 m y se accede a la terraza mediante un ascensor y taitantas escaleras que invitan a tomarse un descanso antes de abrir la boca al admirar el panorama que se extiende a los pies de los turistas. La vista hacia el norte, o sea, mirando “p’arriba”, pone los pelos de punta. La Praça do Imperio (desde lo alto no se aprecia el descuido de los jardines) y la Fonte Luminosa del centro conforman el aperitivo ideal para recrearse en la impresionante postal del monasterio, más largo que un día sin pan. Encima, como si fuera el punto de la i, el estadio de Os Belenenses, que no tiene nada de artístico pero aporta el toque de ligereza que le falta a la seriedad de los otros monumentos. Hacia la derecha se contempla la Torre de Belem y la apertura del estuario hacia el mar y hacia la izquierda, el Puente del 25 de Abril y, más al fondo, el nuevo Puente de Vasco da Gama.

Cuando iniciamos el ascenso por las escaleras oímos hablar a una pareja que se nos había anticipado:
- Pont’azí, pont’azí, veráh que afoto máh shula.
O nos habían escuchado al subir o tenemos una cara de españoles de espanto.
- ¡Buenoh díah! Nozotroh zemos de Málaga ¿y uhtedeh?
- Aquí la parienta es de Barcelona y yo soy malafollá.
- ¿Granaíno? ¡Hoh! Nozotroh venimoh de viahe novioh. Teníamos penzao pazah un par de díah en Lihboa y zeguír pa Oporto pero ze no’ha’veriao el coshe y d'aquí noh gorvemoh pa Málaga; la hunta culata o no ze qué.

Me acordé de mi anterior visita a Lisboa. Volviendo de los Jerónimos nos quedamos en la Plaza del Comercio haciendo la visita turística. Dos chavales se nos acercaron con el plano de Lisboa en la mano.
- ¿Noh pueden desih donde está la’htasión del tren?
- Me parece habeh vihto una en la Plaza doh Rehtauradoreh –contesté-.
- No, no eh esa. Noh han disho que ehtá tirando pa Belem.
- Entonceh, p’ayá. Venimos d’ayí.
- ¿Saben si’stá mu lehoh Évora?
- No lo sé, nosotroh hemoh entrao por Güerva.
Al chaval que llevada la voz cantante se le iluminó la cara.
- ¿Hah oío, quiyo? Güerva, ha disho Güerva. Son de los nuestroh.
Echamos un par de cigarrillos e intercambiamos información sobre lo que habíamos visto hasta el momento. Se apuntaron los lugares del Algarve que les aconsejé y yo tomé apuntes sobre la visita a Sintra, Queluz y el Cabo da Roca.

Desde el Pradao dos Descubrimentos emprendimos el camino de Belem sin burra ni nada. Asomados a la terraza nos había parecido ver que la torre estaba a poca distancia, y veintitantos años son muchos para las coyunturas. Cuando llegamos al monumento iba bajo de gasolina y sin aceite en las bielas. La Torre de Belem es algo así como la Torre del Oro de Sevilla, pero en portugués. Quiero decir que con más sitio para poner cañones. El tío que vendía las entradas me miró, observó que llegaba sin respiración y me explicó, no el número de escalones que había que subir, sino la alzada y situación de desgaste de cada uno de ellos. ¡Cómo me vería el buen hombre que ni me cobró la entrada! Lo malo es que tenía razón; fui capaz de llegar hasta la primera terraza del castillete (menos de un tercio de lo que había que subir) y allí me quede. Mientras Quiosquera fotografiaba las alturas, me bajé al “hall” y estuve repasando las profundidades donde se adivinaban las mazmorras.

Luego asistí a una clase de Geografía e Historia. Un par de maestras se habían instalado con sus alumnos y habían desplegado un mapamundi en el que estaban reseñadas las colonias del imperio portugués. Disimuladamente estuve atento a la clase. En África y Asia había cantidad de posesiones que yo no recordaba haber estudiado. Claro que cuando yo estudié geografía, a Portugal sólo le quedaban Angola y Mozambique en África y algunas islas del Índico y Pacífico como Goa y Macao. Me hubiera gustado sentarme con los niños para escuchar la historia de la formación y caída del imperio portugués (de la que, por cierto, apenas sé nada) pero Quiosquera bajó y recordé que suelo comer antes de las 2.

lunes, diciembre 13, 2010

De lenguas y negocios

Recibo un e-mail que reproduce una carta de Quim Monzó a La Vanguardia poniendo de manifiesto que la Generalitat ha sancionado a 94 empresas por no etiquetar sus productos en castellano. Digo bien: la Generalitat ha sancionado a 94 empresas por no etiquetar sus productos en castellano. Monzó se pregunta (con razón) cuál habría sido la reacción de determinados medios de comunicación si las multas se hubiesen producido por no etiquetar en catalán.
Esta misma mañana oigo en Onda Rambla que un comerciante del Paralelo ha sido sancionado con 500 ó 1.000€ (al final no me he enterado de la cifra) porque su negocio aparece rotulado como Paralelo en lugar de Paral·lel. En la tertulia se critica (con razón) la despedida del tripartito en materia de lengua y se revindica el derecho de cada cual a rotular como mejor crea que le va a ir a su negocio.

Hace bastantes años, el Honorable Pujol declaraba que en Cataluña no había ningún problema de lenguas. Y era verdad. Cataluña, y en particular Barcelona, ha sido siempre lo suficientemente cosmopolita para aceptar en su seno a gentes venidas de cualquier parte del mundo sin importarle mucho el idioma en el que intenten hacerse entender, sobre todo si éste idioma es el castellano. Son los políticos, los de aquí y los de allí, quienes pretenden enfrentar a las personas en busca de obtener mejores réditos electorales. Son los políticos y sus perrillos falderos, colocados hábilmente en las redacciones de los periódicos, quienes están consiguiendo que volvamos al viejo tópico de que todo lo que se hace en Madrid es para perjudicar a Cataluña y todo lo que se hace en Cataluña es para independizarse de Madrid.

Este verano mientras hacíamos la compra en el centro comercial Gran Plaza de Roquetas de Mar, situado frente al Monumento a la Peseta, se me ocurrió mirar hacia la parte alta de la estantería donde nos aprovisionábamos de productos lácteos. Leche, Esne, Leite, Llet...
En los cuatro idiomas oficialmente reconocidos en España. Me quedé sorprendido; allí no pasaba nada. Ni la gente estaba molesta porque Eroski utilizase idiomas distintos a la “lengua del imperio”, ni nadie hacía el boicot a un comercio que situaba otras lenguas a la altura del español. Aunque, tal vez, los clientes no han advertido la desfachatez de semejante circunstancia y esperan a que algún político los alerte…