martes, agosto 11, 2009

Nofumadores empedernidos

El sábado 11 de julio hizo un año que me fumé mi último purito completo; también hizo un año que me fumé el último a medias. El completo cayó a medio día, después de almorzar y antes de la siesta; el incompleto fue un intento después de cenar. A medio puro, la perra angina de pecho me mordió el esternón y se me agarró un dolor a la altura de la garganta, que nunca sabré si fue reflejo del corazón o, simplemente, a causa de los pabullos apretados junto a las amígdalas.

Desde entonces sólo he hecho tres intentos. El primero, a los pocos días de salir de la UVI, en la boda de la hija de mi amigo el doctor R.R.; dos caladas y se acabó. El segundo lo encendí en septiembre; andaba muy mal de los nervios y se me ocurrió que podría ser cosa del mono; dos caladas y se acabó. El tercero intenté fumármelo hace poco. Mera curiosidad; le di una calada al uso y aspiré. Primero me quedé sin respiración y luego… luego me dio tal ataque de tos que a punto estuve de echar la primera manzanilla que me dio Celedonia.
O sea, que estoy curado.

Si tenía ganas de dejar de fumar, era por decir unas palabritas sobre los fumadores empedernidos que pasan a ser nofumadores empedernidos. Cuando alguien deja de fumar, lo normal es que, a los dos meses, vaya presumiendo de salud.
- Mira, tío –asegura mientras se golpea el pecho-. Dos meses sin catarlo y estoy hecho un chaval: no toso, no me fatigo, saco mejor sabor a las comidas… y, además, no soporto que fumen a mi lado. No seas tonto y déjalo.

¡Mentira podrida! Si cuando uno deja de fumar tosía, a los dos meses sigue tosiendo. Si cuando uno deja de fumar no le sacaba sabor a la comida, a los dos meses tampoco. Si cuando uno deja de fumar se fatigaba, a los dos meses se sigue fatigando y a los dos años, más todavía. ¡Hombre, si te echan el humo a la cara, molesta pero exactamente igual que cuando fumabas...!

Cuando uno deja de fumar, el daño que haya podido hacerle el tabaco ya está hecho; al dejar de fumar, lo único que se logra es que el tabaco deje de perjudicar, lo que no es poco, pero ha de pasar mucho tiempo para eliminar alguna de sus secuelas y, para entonces, la salud se habrá deteriorado (motivos de la edad) tanto que no notará la previsible mejora.
Lo mejor del caso, o lo peor, es que la mayoría de estos recién nofumadores acaban volviendo al vicio al cabo de poco tiempo.
- ¿No lo habías dejado y te iba tan bien?
- No, si ya apenas fumo… un cigarrito después del café.

Reconociendo que el humo molesta, reconociendo que el tabaco es nocivo para la salud del que fuma, reconociendo que quienes están próximos al fumador pillan chispas, reconociendo todo lo que hubiere de reconocer en contra del fumador, reconozco que no es justa la persecución y el trato agresivo que padecen los fumadores con relación a quienes adolecen de otros vicios tan perjudiciales y desagradables como el tabaco.
He llegado a oír que al enfermo por efectos del tabaco se le debería negar la asistencia médica ya que nadie lo obligó a fumar. Sin embargo, vemos bien que el aquejado de síndrome de abstinencia (de cualquier droga que no se venda en el estanco) tenga prioridad en urgencias de cualquier hospital porque el pobrecito es un enfermo crónico. Hasta los borrachos, escoria de toda la vida, merecen hoy mejor que trato que los fumadores, que parecen ser los únicos hijoputas de la sociedad. Supongo que la diferencia estriba en que el tabaco es una droga legal con un traficante único, el estado, mientras las otras drogas están prohibidas y los gobiernos no se lucran con su tráfico.

A mí se me acabó el placer de saborear un puro cualquiera mientras me tomo una taza de café. Sigo disfrutando enormemente cuando en una cajetilla de cigarrillos leo el eslogan “El tabaco perjudica gravemente la salud del fumador activo y del pasivo”. ¡Ahí! Si yo me gasto los cuartos invirtiendo en cáncer, que se jodan también los que me rodean y que, seguramente, estarán deseando que alcance mi objetivo.

jueves, agosto 06, 2009

Aparcar el camello

Cuando el viajero emprende ruta hacia el sur siguiendo la AP7, o A7 en según qué tramos, puede observar que, una vez ha entrado en la provincia de Castellón, aparecen carteles escritos en árabe que indican la situación de las áreas de descanso y, bastante más al sur, las ciudades donde coger el Ferry hasta Argelia o Marruecos. No he observado tales carteles en territorio catalán pero quizá sea porque, al conocer mejor ese tramo de la autopista, me fijo menos en los detalles. No quisiera pensar que Plataforma, al ser el árabe un idioma que se habló en la península, lo considere un peligro para la lengua vernácula.

Las indicaciones que cito no están por capricho de la DGT sino porque esta ruta es la que habitualmente utilizan los emigrantes del Magreb que trabajan allende los Pirineos y aprovechan el periodo estival para darse un garbeo por su tierra. Y funcionan. Hace años era habitual ver los coches con matrícula alemana o francesa y el colchón en la baca detenidos en el arcén de la autopista. Ahora paran siempre en las áreas de servicio o en las áreas de descanso. Los empleados de las áreas de servicio harían bien en aprender de la DGT y en vez de poner en los lavabos un dibujo normal con un grifo y unos pies tachados en rojo, deberían dibujar lo mismo pero con líneas árabes. Seguramente, así podríamos pasar a los retretes sin el peligro inminente de encontrar el suelo mojado y resbaladizo porque el moro o moros de turno hayan metido la pezuña en el lugar destinado para lavarse la cara o las manos. Otro tanto podríamos decir de la señalización de los lugares aptos para echar una cabezada u orar de cara a la Meca.

Regresaba de Almería cuando entré en una estación de servicio para echar gasolina y cambiar el agua al canario. Con el sol que estaba cayendo hasta las chicharras estaban silenciosas. Habitualmente aparco en el primer hueco que veo libre pero en vista de cómo pegaba Lorenzo busqué una sombra allá donde Perico perdió el gorro. Entré por el carril lateral. El primer hueco estaba ocupado por un coche de los que llevan el colchón atado en la baca; después había tres o cuatro huecos libres. Acostumbro a ser buen ciudadano y aparco siempre (casi) en uno de los extremos libres procurando dejar el camino despejado a los que vienen detrás y así encaré la maniobra. En el último momento cambié de opinión; justo antes de oír el grito de Quiosquera.
- ¡Cuidado, el moro!
Frené en seco pero hubiera sido tarde. A lo largo del hueco que yo pensaba encarar, un moro dormía la siesta con la cabeza, no sé si hacia La Meca, pero sí junto a la rueda trasera de su coche y bien centradito en la plaza adjunta. De haber sido fiel a mis costumbres, la cabeza del infiel hubiera quedado hecha una tortilla al Sacromonte, sesos incluidos. Y es que esta buena gente está acostumbrada a aparcar el camello junto a la jaima y nadie les ha explicado que, en los oasis europeos, hombres y animales aparcan en plantas diferentes.